Menú
CRÓNICAS COSMOPOLITAS

La aldea global

Apenas Francia ha perdido el petróleo iraquí y sus tan magníficas relaciones con el tirano Sadam, que, con un cinismo absoluto, se abalanza para obtener el petróleo iraní y para ello desatan una represión brutal contra los “combatientes del pueblo iraní”, movimiento radical (pro iraquí, a fin de cuentas), refugiado y tolerado en Francia desde 1981, pero que ya no les sirve, puesto que han perdido su “batalla de Irak”.

Imaginemos una aldea en torno a cuya plaza mayor se alzara una iglesia católica, un templo protestante, una sinagoga, una mezquita y, ¿por qué no?, un templo budista zen. Los domingos por la mañana —es un decir, ya sé que el día festivo para creyentes judíos y musulmanes es el sabbat, el sábado—, supongamos para la comodidad de esta fábula, que los diversos fieles se rinden a sus diversos lugares de culto. Y yo, directamente al café. Al cabo de algún tiempo, según la duración de las ceremonias, ciertos fieles de diferentes religiones también se dan una vuelta por el café. Cada cual sabe de dónde viene el otro y adonde no hemos ido algunos. Hablamos de fútbol, de política (preferentemente local), de telebasura, de lo que sea, y luego cada uno se va a su casa o al restaurante para almorzar. Tan acostumbrados estamos que nadie le da importancia al asunto, es de una banalidad perfecta. Cosas parecidas han ocurrido en ciertos periodos y en ciertas regiones cosmopolitas y los que aún lo recuerdan de su infancia mediterránea, pongamos, sienten gran añoranza de ese “paraíso perdido”. Pero resulta que un domingo por la mañana ( o un sábado por la tarde) salieron de la mezquita nutridos grupos de fieles armados con metralletas y se pusieron a disparar contra los “infieles”. Evidentemente, todo cambió, la banalidad se convirtió en guerra y fue el 11 de septiembre, y lo de antes y después, la guerra que no cesa. Para los fanáticos islámicos, estados y organizaciones, y pese a las declaraciones embusteras de tantos, se trata de una guerra de religión, de una guerra de exterminio contra los infieles. Guerra de religión que no puede ocultar una totalitaria voluntad de poder.

Pero el “espíritu muniqués”, o sea, una profunda cobardía, intenta disimular esta siniestra realidad con frases hueras sobre el conflicto norte/sur o “ la guerra de los pobres contra los ricos”. ¡Pamplinas! Yo, desde mi “café”, no participo en ninguna guerra de religión, pero defiendo, sin vacilaciones, las democracias occidentales, sociedades más humanas, o menos inhumanas, en las que el adulterio femenino puede ser motivo de divorcio, pero jamás de condena a muerte para las mujeres mientras se felicita al hombre adúltero y a su poligamia. Este es un ejemplo, desde luego importante, pero no es el único; todas las libertades ciudadanas, de expresión, de asociación, etcétera, están pisoteadas en esos millonarios países islámicos, con tantos pobres, que así los califican los imbéciles.


Sería erróneo, por otra parte, considerar que existen dos campos perfectamente delimitados: el campo de la democracia y el campo de la tiranía, porque el campo de la democracia cuenta con innumerables enemigos interiores, nostálgicos del totalitarismo comunista, revolucionarios de pacotilla, pacifistas guerreros, quienes, con un cinismo perfectamente leninista, consideran que todos los enemigos de la democracia burguesa y del capitalismo son sus aliados objetivos (sin siquiera percatarse de que los islamistas no son anticapitalistas), mientras que en el mundo musulmán, muy minoritarias y muy valientes, se oyen voces para exigir más democracia, algo de libertad y, recientemente, manifestaciones como las de Teherán y Casablanca, sin que pueda considerarse que van a transformar el mundo, protestaban claramente contra la tiranía islámica en Irán y contra el terrorismo islámico en Marruecos. También vale la pena notar que en Casablanca había pancartas que declaraban “Los judíos también son ciudadanos marroquíes” mientras que Madrid, París y otras ciudades de la civilizada Europa se manifestaron con gritos de “¡Viva Sadam! ¡Mueran los judíos!

Todo esto no impide que, pese a las fronteras imprecisas y a las contradicciones evidentes y pese a las tan arcaicas como nefandas guerras de religión, lo que queda claro y es esencial es la lucha en defensa de la democracia, contra los despotismos. Durante el periodo de la guerra fría, la URSS (un totalitarismo tan monstruoso y más potente que el islámico, pero ateo) logró establecer firmes alianzas con países árabes como Egipto, Irak, Siria, durante un periodo Argelia, y, hasta cierto punto, Libia. Movidos por un simplismo aparentemente coherente, los USA se apoyaron en los países hostiles a los árabes “progresistas” (mejor dicho, prosoviéticos, porque de progreso, nada) o sea, principalmente Arabia Saudí, los Emiratos, Jordania, etcétera (y Turquía para la OTAN). Ese frágil “equilibrio”, con sus conflictos y contradicciones, se ha roto dos veces, primero, con la revolución islámica de los años 70 en Irán, y claro, con la imposición de la URSS y los INTENTOS de Rusia de convertirse en gran potencia capitalista. Está visto que la revolución iraní no tuvo sólo consecuencias en la religión y no parió sólo la guerra de Irak contra Irán. Siendo a la vez antisoviética y antiyanqui y de un sectarismo religioso absoluto, por todos esos motivos que parecían condenar la revolución iraní (saludada por la izquierda europea) a no superar sus fronteras, se convirtió en un reguero de pólvora islámica, cuyos incendios han llegado hasta Filipinas e Indonesia, evidentemente con notables diferencias, pero con un tronco común: el terrorismo. La implosión de la URSS y el fin del campo socialista, que hubiera podido permitir el acercamiento de ciertos países árabes al mundo occidental, en lo esencial sólo ha representado la islamización a marchas forzadas de Irak (ayer, pero también mañana), Siria, Egipto, etcétera.

Hay, incluso, cosas peores. Recientemente, en el seno mismo de la vieja Europa democrática, el petit caporal Chirac, tomándose por Napoleón, quiso oponerse de igual a igual a Bush y a los USA y logró arrastrar al Gobierno belga, ese curioso engendro político que pretende representar la Justicia Mundial y que aún no ha sido capaz de juzgar su siniestro “caso Dutroux”, y, aunque de manera más ambigua, al Gobierno alemán. El escándalo aquí no es que países europeos manifiesten su desacuerdo con la Casa Blanca —como cuando la Casa Blanca manifiesta desacuerdos con países europeos, eso es la democracia—, el escándalo es que los dirigentes franceses eligieron la tiranía iraquí contra la democracia norteamericana. Y apenas han perdido el petróleo iraquí y sus tan magníficas relaciones con el tirano Sadam, que, con un cinismo absoluto, se abalanzan para obtener el petróleo iraní y para ello desatan una represión brutal contra los “combatientes del pueblo iraní”, movimiento radical (pro iraquí, a fin de cuentas), refugiado y tolerado en Francia desde 1981, pero que ya no les sirve, puesto que han perdido su “batalla de Irak”.

Algo parecido ocurre con ese mamotreto de la Constitución europea, nueva Torre de Babel, que tendrá, es de esperar, un destino semejante. En su preámbulo no se hace para nada alusión a todas las luchas, las guerras, los conflictos, ni a las ideas, los trabajadores, los científicos, los poetas, que han luchado contra las guerras de religión y la Inquisición, y, para no resumir siglos y quedarnos en el siglo XX, para nada se alude al hecho de que esa linda Europa, nacida, por lo visto, de las costillas de Júpiter, parió los dos sistemas más monstruosos de las Historia de la Humanidad: el comunismo y el nazismo, y que si la democracia venció en esas tremendas guerras y conflictos no fue, evidentemente, gracias a la Alemania nazi, la Italia fascista, la España franquista o la Francia petainista; fue gracias a las democracias anglosajonas, incluyendo Australia, Nueva Zelanda y Canadá., y desde luego, a todos los héroes, anónimos o no, de todos los países, quienes lucharon por la democracia. Si hoy Chirac puede jugar a oponerse a Bush, puede hacerlo gracias al Reino Unido y a USA, y no a la Francia del mariscal Petain. Fue hace 60 años, un segundo en la Historia de Europa.

Las cosas son aún más claras tratándose de la lucha contra el totalitarismo comunista; sin los USA, la Alemania respondona, pero democrática, no hubiera podido existir y resistir, por ejemplo. Y, a contracorriente de la mayoría, yo reivindico esas guerras impopulares, que ni siquiera fueron victorias militares, las de Corea y Vietnam, pero que contribuyeron, sin embargo, a derrotar al comunismo, y de las que Europa, una vez más, estuvo ausente y hasta se permitió críticas. Resumiendo, sin los USA, el mundo actual, nuestra aldea global, estaría aún peor.



0
comentarios