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ECONOMÍA

Keynesianismo: teoría y práctica

En 2009 el Congreso estadounidense aprobó la Ley Americana de Recuperación y Reinversión (ARRA, por sus siglas en inglés), el popularmente denominado "paquete de estímulo". Lo del estímulo significaba gastar 787.000 millones de dólares.


	En 2009 el Congreso estadounidense aprobó la Ley Americana de Recuperación y Reinversión (ARRA, por sus siglas en inglés), el popularmente denominado "paquete de estímulo". Lo del estímulo significaba gastar 787.000 millones de dólares.

Los economistas Garrett Jones y Daniel Rothschild, del Mercatus Center de la Universidad George Mason, han dedicado dos estudios (aquí y aquí) a analizar semejante puesta en práctica del ideario keynesiano.

Según la teoría de la Administración Obama, ARRA "crearía o salvaría" 3,5 millones de empleos en dos años y evitaría que la tasa de desempleo superara el 8,5%. De hecho, dijeron que con ARRA el desempleo caería al 7,25% para fines de 2010. No obstante, el paro se ha mantenido por encima del 9% en todo este tiempo, salvo en un par de meses.

La teoría keynesiana nos dice que durante una recesión el gasto público puede tener un efecto multiplicador, efecto por el cual un dólar de gasto público incrementaría rápidamente el tamaño de la economía en un dólar o más. La teoría neoclásica nos dice que lo único que ocurre es que se transfiere empleo del sector privado al público, por lo que no hay creación neta de empleo. En sus trabajos, Jones y Rothschild aseveran que, aunque ninguna de esas dos teorías es completamente cierta, la última se aproxima más a la realidad.

Los investigadores entrevistaron a administradores y empleados de cientos de empresas, instituciones sin ánimo de lucro y Gobiernos locales que recibieron fondos de ARRA, y llegaron a la siguiente conclusión:

Contratar no es lo mismo que crear empleos netos. En nuestra encuesta, solamente el 42,1% de los trabajadores contratados por empresas que recibieron fondos ARRA después del 31 de enero de 2009 estaban desempleados. Fueron más los procedentes de otras empresas (47,3%), mientras que una pequeña parte estaba estudiando (6,5%) o no formaba parte de la fuerza laboral (4,1%).

Como había empleos financiados con fondos ARRA muy bien remunerados, muchos trabajadores abandonaron el sector privado para integrarse en las filas del sector público.

En ocasiones, la presión del Gobierno federal para que el gasto se ejecutara inmediatamente produjo situaciones alucinantes. Un contratista que instalaba baldosas en edificios públicos tenía pensado colocar baldosas tradicionales de cuatro pulgadas, pero la agencia pública que lo contrató le pidió que utilizase unas más pequeñas y con una combinación de colores más complicada. El contratista advirtió entonces de que los costes se incrementarían: sólo en concepto de mano de obra, hasta un 50%. Pero así el dinero se gastaría antes.

En la mayoría de los casos, el estímulo transfirió empleo de una empresa a otra, en lugar de crear puestos de trabajo, y no derivó en un uso eficiente de los recursos. La economía habría ido mejor si el Gobierno hubiese apostado por el estímulo de la inversión privada, lo que hubiera posibilitado la creación de empleo y la optimización de la asignación de recursos.

 

© El Cato

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