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Adiós, Horacio

Este texto se publicó en Libertad Digital el mismo día de la muerte de Horacio Vázquez-Rial, el pasado 6 de septiembre.

Hay personas con un don inspirador, una cualidad luminosa que se presenta con desapego y afecto, y quizá se llame empatía. Horacio Vázquez-Rial, nuestro Horacio, era una de ellas. Como todas las grandes personas, no se daba importancia, pero qué duda cabe de que la tenía. Involucrado en los conflictos y pasiones de su tiempo, su trayectoria vital resulta inseparable de su andadura intelectual y política. Su amplia y premiada obra literaria y ensayística da buen testimonio de ello. Era una personalidad indagadora, de las que tienen una tendencia irrefrenable a cuestionar las ideas establecidas. No paró de hacer preguntas y buscar problemas.

Había nacido, como él decía en broma, en el Centro Gallego de Buenos Aires. Fue allí, en la capital argentina, donde atendió la llamada romántica de la Revolución, que luego novelaría. Se hizo trotskista, del ERP (Ejército Revolucionario del Pueblo) para más señas. Muchos años después, sostendría que el trotskismo, por su costumbre de someterlo todo a crítica (algo que vinculaba al pensamiento judío), le llevaba a uno hacia la derecha con la ayuda del tiempo y, me atrevo a añadir con algún conocimiento de causa, de ciertas experiencias.

Horacio se desconvirtió de la izquierda en un proceso que contaría en el libro de Javier Somalo y Mario Noya. En 2003 alumbró una obra provocadora desde el título: La izquierda reaccionaria. Venía reflexionando sobre la identidad borrosa de la izquierda, y el 11-S fue el catalizador definitivo. De entre todos los ensayos de similar orientación escritos a raíz de aquellos ataques, el de Horacio es el de mayor ambición teórica. Fue –y es– un libro importante, y aún más: fue esencial para quienes, por entonces, emprendimos un viaje parecido.

Hombre abierto y generoso, no escatimaba su apoyo; al contrario, lo ofrecía en cuanto veía ideas interesantes, vocación intelectual, algún talento. También en ese sentido era excepcional en un entorno que es, con harta frecuencia, cerrado y celoso. Tan es así, que él mismo, en su condición de articulista, y singularmente brillante, careció en la prensa española de la proyección que merecía. Mal acomodo tiene un intelectual que no es de izquierdas ni nacionalista. Bien. Ellos se lo perdieron.

Amante del cine y de la novela negra, Horacio hizo presidir su hueco personal en internet por dos citas que le definen. Una, del personaje que interpreta John Wayne en El Álamo: "Un hombre tiene que hacer lo que tiene que hacer". La otra, de Chandler: "Soy un romántico, Bernie. Durante la noche, oigo gemidos y voy a ver qué pasa. De esa forma, uno no saca ni un céntimo. Si uno tiene un poco de sentido común, lo que debe hacer es cerrar la ventana y subir el volumen del televisor, o apretar el acelerador y alejarse. Permanecer fuera de las dificultades y líos de otra gente. Porque todo lo que uno puede sacar es ensuciarse". Horacio hizo lo que tenía que hacer y nunca cerró la ventana.

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