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VICTORIA NACIONALISTA EN CATALUÑA

Josep Pla y el predicador

No hay que olvidar que a casi el 40 por ciento de los catalanes les importa tanto la Generalitat y el autogobierno que se quedan en casa cuando los convocan para votar. Y de los que sí votan, lo hacen a ERC el 16 por ciento, muy poco más de la mitad de la mitad de la mitad. Bueno, pues con semejante legitimación popular, poco le faltó a Carod para proclamar el Estat Català.

Faltaba justo una hora para que cerraran los colegios electorales cuando lo vi atravesar el Paseo de San Juan de Barcelona arrastrando una enorme maleta. Sin duda era él, Josep Maria Cullell, un ex consejero de Obras Públicas de la Generalitat célebre en Cataluña por lo bien que le van los negocios a su cuñado. En ese instante, mientras contemplaba desde la terraza de un bar cómo se alejaba a grandes zancadas arrastrando aquel pesado bulto, tuve la fantasía de que tal vez podía no ser una quimera que le quedasen sesenta minutos de vida al oasis catalán. Pero me equivoqué: no se iba, venía. Cuatro horas después, cuando ya empezaba a quedar claro que éramos otros los que debiéramos pensar en preparar el equipaje, las cámaras de TV3 desplazadas a la sede de CiU se recreaban en el semblante eufórico del ex consejero que tiene un cuñado. A su lado, y no menos feliz, aparecía otro ex consejero, Macià Alavedra, que lo fuera de Economía, éste también célebre por razones parecidas a las del primero aunque no se le conozcan cuñados. Tras la confirmación de la victoria nacionalista, los dos saltaban entusiasmados sólo unos instantes después de que su futuro socio, Carod Rovira, hubiese declarado solemnemente que ERC era el partido de las “manos limpias”, y que se iba a acabar la práctica de cobrar comisiones a las empresas que quisieran acceder a las contratas de obras públicas de la Generalitat. Estaba claro que durante aquellos sesenta minutos me había equivocado por partida doble. El ex consejero que tiene un cuñado, venía, y el oasis, que sólo tiene veintitrés años, seguía gozando de buena salud.
 
La alocución triunfal de Carod se produjo tras conocerse oficialmente que el 89,7 por ciento de los ciudadanos con derecho al sufragio había decidido no votar a Esquerra Republicana. No hay que olvidar que a casi el 40 por ciento de los catalanes les importa tanto la Generalitat y el autogobierno que se quedan en casa cuando los convocan para votar. Y de los que sí votan, lo hacen a ERC el 16 por ciento, muy poco más de la mitad de la mitad de la mitad. Bueno, pues con semejante legitimación popular, poco le faltó a Carod para proclamar el Estat Català en esa intervención tan celebrada por los dos célebres ex consejeros.
 
De todos modos, su discurso fue importante. No por lo que dijo, que fue lo de siempre, sino por las reacciones que generó tanto dentro como fuera de Cataluña. Dentro, la alegre tranquilidad con la que fue recibido por Macià y Cullell lo dice todo sobre el peligro que puede representar ERC para que la manera de hacer las cosas pueda cambiar en este pequeño rincón del Mediterráneo en el que todo el mundo sabe de qué pie cojea el prójimo. Fuera, sirvió para demostrar una vez más que la pasmosa ignorancia que sigue existiendo en Madrid sobre la naturaleza del nacionalismo catalán no ha perdido ni un ápice de su dimensión enciclopédica. Porque el contenido de lo que ahora predica Carod no es ni sustancialmente nuevo, ni sustancialmente distinto a la doctrina “nacional” que defienden desde siempre tanto CiU como el PSC. Y es que para todos los nacionalistas Cataluña es una unidad de destino en lo comarcal. Se trata de una semideidad que, además, posee una “voluntad de ser” que se exterioriza en el carácter de su pueblo. Y el pueblo catalán, contra lo que pudieran pensar los incautos, no es la suma de los seis millones y medio de individuos que compartimos el territorio llamado Cataluña. Por el contrario, se trata de una abstracción metafísica portadora de valores eternos que en cada momento el Pujol, el Maragall o el Carod Rovira de guardia se encargan de revelar a los simples catalanes de a pie, al “pueblo menudo” como lo llamaban los padres fundadores del invento.
 
La Constitución no escrita por la que se rige la vida civil y política de Cataluña emana de esa lista de valores que nuestros iniciados van descubriendo de forma tan intermitente como interminable. Por ejemplo, el propio Carod tuvo la fortuna de ser iluminado no hace mucho con la clave de un nuevo arcano que vendría a ampliar el catálogo de los hechos diferenciales: la identidad catalana señala, por lo visto, que los habitantes del Principado tienen una inclinación a vestirse de un modo distinto al que predomina en el resto de la Península, toda vez que ese estilo indumentario de los demás españoles no lo condicionan Zara y Adolfo Domínguez, sino otra identidad, la “castellana”. Por eso Carod, que ha escrito párrafos surrealistas sobre la empatía de “lo catalán” con las telas oscuras y los tejidos austeros, siempre se presenta en público disfrazado de predicador luterano.
 
Pero Carod no es más que un apéndice estridente de ese pensamiento único nacionalmente correcto que moldea las conciencias de los catalanes desde hace un cuarto de siglo. Es la consecuencia lógica y previsible de la retórica obsesiva y asfixiante del “ellos” contra “nosotros”. Ésa que domina, por ejemplo, todas las ediciones catalanas de los periódicos nacionales que estos días levantan la alarma en sus editoriales sobre la situación en Cataluña. Ahora, se extrañan algunos de sus directores de Madrid de que las ideas explícitamente independentistas empiecen a calar entre jóvenes castellano-hablantes de origen inmigrante. Tampoco han entendido que en el oasis ser un buen catalán no es una cuestión de lengua. No saben que Cataluña está llena de catalano-hablantes autóctonos que se ríen de ese “nosotros”, y de castellano-hablantes que han hecho de él su segunda religión (la primera suele ser el culto al Barça). Por ignorar, hasta ignoran que en la adhesión inquebrantable a ese único “nosotros” que monopoliza todo el espacio en sus páginas catalanas reside hoy la condición para ser considerado catalán en Cataluña. Por desconocer, hasta desconocen que el Carod Rovira que tanto los asusta procede de la Generalitat de Pujol, donde fue alto cargo por designación directa del Gobierno del Muy Honorable que tanto añoran ya; y que el padre intelectual de los argumentos separatistas que está desgranado ERC en los últimos tiempos es un íntimo colaborador y hombre de máxima confianza de Pasqual Maragall: el filósofo y ensayista Xavier Robert de Ventós.
 
Por suerte, la ignorancia de las redacciones de los periódicos de Madrid sobre este pequeño oasis lleno de banderas, señas de identidad y ex consejeros que arrastran maletines y cuñados se compensa a veces con las cartas al director que envían los lectores. El martes pasado, El Mundo publicaba una en la que el remitente reproducía esta cita del maestro Josep Pla: “De vez en cuando, la gente pregunta: ¿en qué consiste la política de Esquerra? ¿En qué va a consistir? Pues muy sencillo: va a consistir en tres años de anarquía sindical, de predominio de las ideas de la Asociación de Viajantes y el correspondiente caviar”. Pues eso.
 
 
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