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ASUNTOS EXTERIORES

Irak y Francia: recuentos

No son tragedias comparables. Las dos entrañan una cantidad inimaginable de sufrimiento. Pero la frialdad de las cifras, puestas juntas, proporciona una idea del extraño mundo en que nos estamos moviendo.

Se calcula que un mínimo de 14.000 personas han muerto este mes de agosto en Francia. No han muerto por la ola de calor, ni por la anarquía de las urgencias, ni por el desastre organizativo de la salud pública francesa. Han muerto porque en Francia los hospitales no tienen aire acondicionado. 14.000 personas muertas por falta de aire acondicionado en un país europeo en el siglo XXI.

Entre tanto, el número de soldados americanos muertos en Irak llegó el martes 26 de agosto, casi cuatro meses después del final oficial de la guerra, a 140. Dos más que los fallecidos durante la guerra. Desde el principio del conflicto hasta el 26 de agosto, habían muerto 278 soldados.

No son tragedias comparables. Las dos entrañan una cantidad inimaginable de sufrimiento. Pero la frialdad de las cifras, puestas juntas, proporciona una idea del extraño mundo en que nos estamos moviendo.

Los 14.000 muertos por falta de aire acondicionado han provocado una tormenta política en Francia, como no podía ser menos. Pero entran dentro de una categoría próxima a lo anecdótico, como al final lo fueron los muertos por transfusiones de sangre contaminada de sida, en los años 80. El establishment político francés no va a cambiar por eso, ni va a cambiar la forma de ver las cosas de un país en el que, por lo que hemos podido comprobar, resulta normal que nadie reclame los cuerpos de 300 muertos (tantos como los de Irak) porque no es cuestión de interrumpir las vacaciones por tan poca cosa. Ese es el espíritu cívico de la República, que tantas lecciones de moral ha venido dando últimamente. Y ese espíritu no se discute.

En cambio, los 278 soldados muertos en acto de servicio están siendo objeto de un debate implacable. Un ejemplo extremo lo proporciona la página de opinión de The International Herald Tribune del 28 de agosto. Tiene tres editoriales y cuatro artículos de opinión. El segundo y el tercer editoriales van dedicados al informe sobre el accidente del Columbia y a la decadencia de las Universidades públicas en Estados Unidos, problema que al parecer los progresistas americanos acaban de detectar. El más breve de los artículos de opinión es un recuerdo a Vieira de Mello. Todo el resto —tres artículos largos— va dedicado a los fallos y los errores cometidos por los norteamericanos en Irak. El editorial principal trata las bajas militares.

Los cuatro artículos son críticos con la posición americana. Uno, de un politólogo iraquí, preconiza que hay que devolver Irak a los iraquíes. En otro, el periodista Thomas L. Friedman sostiene que hacen falta más tropas, pero sobre todo más educación, más dinero y más política. “Muchos iraquíes”, afirma, “tienen todavía la sensación de que están de alquiler en su propio país, primero a cargo de Sadam y ahora de los norteamericanos. Hay que devolverles la propiedad.” El último va firmado por Maureen Dowd, una progresista de libro, para la cual la administración Bush y los neoconservadores han creado el problema al que ahora se enfrenta América en Irak: el nuevo terrorismo de unos jóvenes árabes que, como en tiempos de las cruzadas, ven a los occidentales como a “imperialistas cristianos expansionistas”. Dan ganas de decir que si aquellos “imperialistas cristianos expansionistas” hubieran tenido éxito, como lo tuvieron sus colegas en España, las cosas no estarían ahora como están. Pero en fin, eso sólo cambiaría el problema de sitio.

El atentado contra la ONU centra buena parte de la atención. Es un caso típico y el argumento siempre es el mismo: el culpable, en el fondo, no es quien pone la bomba, sino quien ha creado el problema que está en el origen de la violencia y que además, como se atrevió a decir el burócrata Kofi Annan, no supo proteger a la víctima. En España tenemos una larga experiencia de esta peculiar perversión, bien explotada por los terroristas etarras. Los socialistas han caído una y otra vez en esta trampa, como ahora están cayendo los progresistas en todo el mundo.

El “recuento de los muertos americanos” (así se titula el editorial de The International Herald Tribune), lleva a conclusiones todavía más lamentables. Hay muchas cosas que criticar en la guerra de liberación de Irak. Se había infravalorado el coste de las inversiones necesarias, como se había infravalorado la cantidad de personal —militar y no militar— que se iba a requerir. Tampoco se anticipó que Irak se iba a convertir en el lugar de cita de buena parte del terrorismo internacional. Algunas de estos hechos podían haber sido previstos. Otros no. Nadie previó que la guerra fuera a causar tan escasas bajas como causó: al contrario, se preveían decenas, cuando no centenares de miles de muertos. En cambio, la CIA y el Departamento de Estado norteamericano, en vez de poner trabas a la intervención militar, podían haber trabajado con los iraquíes exiliados, a los que se ha mantenido fuera de las operaciones de reconstrucción. El debate es por tanto complejo, y sin duda alguna legítimo.

No resulta tan legítimo, en cambio, negar la realidad de una victoria militar modélica, por su rapidez y el escaso número de bajas causadas, ni intentar desacreditar el trabajo de reconstrucción que se está haciendo en Irak ni fingir que quienes se están sacrificando en el intento están siendo las víctimas de una conspiración imperialista de sus propios jefes. El guión de la guerra no salió como muchos esperaban. Ahora están intentando escribir el de la posguerra.

Paul Wolfowitz ha recordado que entre quienes han dado su vida por un Irak civilizado hay también, desde el final de la guerra y hasta la fecha, 50 iraquíes. Pero estos iraquíes, que sin duda creían que su país podía ofrecerles la oportunidad de vivir una vida digna y decente, son culpables de colaborar con las llamadas fuerzas de ocupación. De ellos, como de los 14.000 ancianos franceses, se acuerda poca gente. No encajan en el guión. Ni resultan rentables.


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