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ASUNTOS EXTERIORES

Intifada, ¿punto final?

La impresión es inequívoca, y muchos de nosotros la hemos notado. Desde hace unos meses, Israel no aparece en las noticias ni en los telediarios. No hay ataques en Gaza, ni bombas en Tel Aviv ni en Jerusalén. La impresión está corroborada por los hechos. Desde hace tres meses no se ha producido ningún atentado suicida contra Israel. Hace dos años, sólo en marzo de 2002, se produjeron nueve atentados suicidas, que mataron a 85 israelíes. El año pasado hubo veinte atentados, con 141 personas asesinadas. Este año sólo — “sólo”— ha habido dos, con 19 víctimas.

La impresión es inequívoca, y muchos de nosotros la hemos notado. Desde hace unos meses, Israel no aparece en las noticias ni en los telediarios. No hay ataques en Gaza, ni bombas en Tel Aviv ni en Jerusalén. La impresión está corroborada por los hechos. Desde hace tres meses no se ha producido ningún atentado suicida contra Israel. Hace dos años, sólo en marzo de 2002, se produjeron nueve atentados suicidas, que mataron a 85 israelíes. El año pasado hubo veinte atentados, con 141 personas asesinadas. Este año sólo — “sólo”— ha habido dos, con 19 víctimas.
El año 2002 fue el punto más alto de la llamada segunda intifada, ese movimiento violento que desencadenó, según la versión más común en los medios de comunicación de nuestro entorno, la famosa visita de Ariel Sharon a la explanada de las mezquitas. En realidad, la “segunda intifada” la puso en marcha Yaser Arafat, que veía en peligro su liderazgo, basado en el proyecto de mantener sojuzgados y aterrorizados a los palestinos, tras las conversaciones de Camp David del año 2000.
 
Era un movimiento desesperado, como lo fue la primera intifada, entre 1987 y 1993, cuando Arafat lanzó a los muchachos palestinos a luchar con piedras contra los tanques del ejército israelí. Sabiéndolo, la llamada “Autoridad Nacional Palestina” dejó el movimiento en manos de los terroristas de Hamas, que iniciaron una escalada de violencia que parecía imparable cuando se empezó a recurrir a los ataques suicidas, convenientemente financiados, entre otros, por Sadam Husein, tan llorado por los progresistas occidentales.
 
La respuesta de Israel ha demostrado una vez que el terrorismo se puede vencer, si se quiere hacerlo. Se ha basado en tres movimientos. Primero, el descabezamiento de Hamas, mediante el recurso a los “asesinatos selectivos” de sus líderes. Como dijo The Wall Street Journal, que ha sido el primer medio en preguntarse acerca de si ha llegado el fin de la intifada (The End of the Intifada) los europeos predijeron, cuando empezó a activarse esta estrategia, que desembocaría en un baño de sangre. Ha sido lo contrario, y ahora los terroristas de Hamas pasan más tiempo escondiéndose que atacando a los ciudadanos de Israel.
 
Segundo, la presión constante del Ejército israelí sobre los núcleos terroristas palestinos ha impedido que se perpetúe la impunidad con la que actuaban los criminales. El ejemplo más claro es el acoso al tráfico de personas, armas (y droga) que venía realizándose en Rafah bajo la complaciente mirada de la ANP y que ha sido suprimido en buena parte por la acción israelí.
 
Tercero, el levantamiento del célebre muro ha clarificado la situación entre las poblaciones palestina e israelí. Es un hecho doloroso, sin duda, y lo es también para la mentalidad de la sociedad israelí, que ha visto materializarse así el peor de los presagios, la imposibilidad de una convivencia en paz. Pero también ha permitido que se atenúen las fricciones constantes, y ha permitido filtrar a los delincuentes y a los terroristas de la gente común, a la que le gustaría llevar una vida decente, ajena a la violencia. The Wall Street Journal citaba el ejemplo de Jenin, ciudad de donde partieron más de 25 ataques suicidas, que ahora, después del levantamiento del muro, ha empezado a recuperar su pulso económico e incluso social.
 
Charles Krauthammer, columnista de The Washington Post, recogía pocos días después la sugerencia y hablaba de una nueva realidad estratégica que está creando por primera vez un nuevo equilibrio y una nueva esperanza para la paz. Cuando Israel se retire (unilateralmente) de Gaza y esté completo el muro, los ataques terroristas habrán perdido, efectivamente, buena parte de su razón de ser.
 
Pero en este asunto toda prudencia es poca. El terrorismo inventará nuevas formas de hacer daño. La perspectiva más peligrosa, señala el Jerusalem Post (“Keep Winning”, 15.06.04) será que Israel baje la guardia. “El gran peligro de la retirada es la pérdida de la credibilidad”, dice el diario israelí. Como decían nuestros clásicos, lo peor es perder la reputación y la honra. En ese caso, aunque tal vez podamos empezar a dar por acabada la segunda intifada, no quedará más remedio que esperar la tercera.
 
 
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