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LAS GUERRAS DE TODA LA VIDA

Instrucción y educación

Va siendo hora de que ponga al día algunos intercambios con lectores de esta columna. Hace un tiempo publiqué aquí "No sabemos leer", donde me metía con la Logse, con sus creadores y ejecutores. También, por cierto, con los maestros. Y me respondió don Vicent Palasí Lallana, docente y sin relación alguna con el antiguo ministro del ramo, José Luis Villar Palasí.

Va siendo hora de que ponga al día algunos intercambios con lectores de esta columna. Hace un tiempo publiqué aquí "No sabemos leer", donde me metía con la Logse, con sus creadores y ejecutores. También, por cierto, con los maestros. Y me respondió don Vicent Palasí Lallana, docente y sin relación alguna con el antiguo ministro del ramo, José Luis Villar Palasí.
Yo había escrito en aquel artículo:
(...) hablamos de la Logse pero no mencionamos a los maestros: ¿se acogen los docentes a la obediencia debida? Porque no hay duda de que los contenidos que se les imponen son burdos y escasos, y de que el régimen de evaluación no está al servicio del mérito, pero algo tendrá que decir cada uno de ellos en cada aula, ¿no?
 
Si los contenidos son escasos, se puede enseñar más: para la ley, basta con lo poco; para los jóvenes, no. Y si los contenidos son escasos y no se hace nada por completarlos, ninguna queja posterior tendrá justificación. Hasta ahora, los maestros han venido enseñando puntualmente lo que Maravall, Pujol, Arzalluz o la señora Cabrera les han dicho que enseñaran, y absolutamente nada más. De ahí también que estemos donde estamos.
Y me respondió don Vicent en amable mail:
Yo soy profesor de instituto en estos momentos (después de haber sido profesor de universidad en España y en el extranjero) y le puedo afirmar que la respuesta es simplemente "no". No pretendo exculpar a mis compañeros ni a mi persona: es cierto que tenemos fallos, pero hoy en día los maestros tenemos poco que decir en cada aula respecto al nivel de los contenidos.
 
¿Por qué? No por los contenidos que se nos imponen (tenemos bastante libertad para elevarlos e incluso para elegir el método de evaluación). Ese no es el principal problema. El principal problema son los alumnos, que, salvo honrosas excepciones, no quieren realizar el mínimo esfuerzo. Debería ver a los míos cuando les pongo un ejercicio de diez minutos para hacer en una hora, los lamentos son parecidos a los siguientes: "Pero, tío, ¡cómo te pasas!", "¡Hala, cuánto nos haces trabajar!", "¡Esto no hay derecho!". El 20% de los alumnos hace el ejercicio a ritmo de tortuga y el resto se niega a hacerlo.
 
En un país normal, incluso esto no importaría, pues un maestro debería saber cómo imponer su autoridad en el aula e incentivar a los alumnos, pues eso es parte de nuestra tarea. Pero, ¿cómo lo haces? Incentivar es imposible a unos alumnos que lo tienen todo en casa sin esfuerzo y a los que no les importa aprobar o suspender (sus padres tienen mucha culpa de todo esto). Castigar es imposible y, ni se te ocurra levantarle la voz a un alumno, aunque él se esté subiendo por los pupitres. Hace un mes, una de mis alumnas se peleó contra otra alumna y se le encontró un arma. Se le abrió un expediente y, después de la investigación, se le impuso el máximo castigo que uno puede recibir en un instituto. ¿Y cuál es ese máximo castigo? Enviarla cinco días a casa. Más bien parece un puente largo y estoy seguro de que mi alumna lo disfrutó considerablemente.
 
Para modelar la conducta de un joven se necesitan incentivos positivos y negativos, palos y zanahorias. No tenemos ni palos ni zanahorias, así que, si consigues que no se peguen, que estén un poquito callados y que hagan algo (muy poco), te puedes dar por satisfecho. El instituto se ha convertido en una guardería. El objetivo máximo no es enseñar, sino tener aparcados a los niños mientras sus padres trabajan. Es lo que quiere la sociedad, es decir, los padres, que sólo quieren que apruebes a su hijo (si no lo haces, muchos vienen agresivos e indignados, exigiendo explicaciones de que hayas suspendido a su "maravilloso" hijo) y que no les des problemas (el padre de un alumno agresivo al que llamé para convocarlo a una reunión con el fin de hablar sobre la conducta de su hijo lo puso en estas palabras: "¡Ya no me llamen más! ¡Yo estoy trabajando! ¡Es su responsabilidad tratar con él!" y, por supuesto, nunca llegó a la reunión).
 
Así que, como ve, el asunto es más complejo de lo que parece y la tarea del maestro es muy difícil, pues se le exige más que nunca (no sólo que enseñe sino también que eduque en valores, tarea de la que los padres han abdicado) y no se le da ningún instrumento para que lleve a cabo su tarea. También es muy deprimente ver cómo el esfuerzo se desprecia. Los maestros somos los soldados que están en las trincheras de lo que va a resultar la decadencia de la sociedad española, viendo cómo llega la destrucción, mientras el resto de la sociedad está en la retaguardia ignorando el peligro y viviendo tranquilamente. Aunque esta carta se ha redactado en tono neutro, no crea que no hay una inmensa frustración al ver que nuestra sociedad se va por el desagüe. De aquí veinte años, cuando los "productos" de la Logse estén en el mercado de trabajo, habrá mucho que lamentar.
Hasta aquí, don Vicent, a quien no le envidio el sitio.
 
Y ahora, algunas reflexiones al respecto:
 
¿Es papel de la escuela la educación, el "modelar la conducta" de que habla mi corresponsal? No: la función primordial de la escuela, desde 1789, es la "instrucción pública". Si se sale de ese marco, entramos en el peligroso terreno de la Formación del Espíritu Nacional o la Educación para la Ciudadanía, que tanto monta, y en el terreno de la religión como parte de la enseñanza. (Lo cuento a título personal: yo, entonces progre, envié a mis hijas a la escuela pública; en el segundo curso, cuando vi con claridad que si las llevaba al Museo del Prado no iban a entender nada, compré Los Diez Mandamientos, la Biblia de Huston, Ben Hur y todo el cine "de romanos" (en última instancia, de cristianos) que encontré en la casa de video de mi barrio, cuando no había grandes superficies dedicadas a la mutilación de la historia del cine, para que al menos se enteraran de algo al respecto; después vino la lectura de la historia sagrada propiamente dicha, pero en principio me di cuenta de que la sociedad, al menos la catalana, no garantizaba ya por sí misma la identidad católica de nadie, y que ése era deber de la familia).
 
El alumno ha de ser, pues, objeto de instrucción en la escuela. Pero no ha sido la escuela por sí sola lo que ha permitido en España que, con abuelos labriegos, llegáramos a doctores. El gran aliento ha sido el proyecto familiar, poco comprendido por los jóvenes de hoy, a los que les cuesta entender que una licenciatura, a la hora de buscar empleo, entra en las condiciones mínimas, como antes la EGB, el Graduado Escolar o el Bachillerato, cuarto y reválida.
 
El terrible trabajo de don Vicent Palasí Lallana no lo generan los alumnos en su maldad, sino las familias de esos alumnos en su profunda ignorancia vital y su justa ansia de supervivencia económica, aunque, como decía hace poco un humorista en una viñeta, "recuerda que, cuando terminaron de pagar la hipoteca, tus padres seguían siendo pobres".
 
Me parece curioso que las manifestaciones a favor de la familia no se unan a las que reclamen profundas mejoras en la enseñanza. Un niño es responsabilidad de las dos partes: de la escuela, encargada de instruirlo, y de la familia, encargada de educarlo. Y la familia se está cayendo a pedazos.
 
En Europa se está cumpliendo un proceso que ya ha tenido lugar en los Estados Unidos, en el tránsito de la vida rural a la vida urbana: la transformación de la familia clánica, que incluía varias generaciones y diversos grados de parentesco, a la familia nuclear, sólo de padres e hijos, cuando los padres están. Ahora que estoy próximo a cumplir años y con mis hijas viviendo en el extranjero, es decir, aproximándome a una celebración sólo en pareja, recuerdo los cumpleaños de mi bisabuelo materno, a quien conocí bien hasta sus cien años (quince míos), en los que se reunían sus once hijos con toda la prole y algunos entenados, y había que llevar sillas y mesas plegables porque las que había en la casa no podían alcanzar para todos.
 
Pero no sólo la familia falta, no acaba de completarse o se deshace a medio camino (para 2010, el número de divorcios en Europa alcanzará al de los matrimonios): faltan también factores de socialización. En el Buenos Aires en que me crié había varias posibilidades: los clubes regionales o nacionales, como el Centro Gallego en que nací, o el lucense, o el vasco, o el catalán, o el italiano; las bibliotecas de los socialistas, que solían hacer bailes los sábados, igual que los locales del Partido Comunista, en los períodos en que era legal; y, por supuesto, la Iglesia Católica, con sacerdotes nada burocráticos que hasta admitían agnósticos en su parroquia, algo muy preferible a la mezcla de creyentes y descreídos que tiene lugar en los botellones.
 
El único factor de socialización realmente vivo, en el que se encuentra y se conoce gente (y asesinos en serie, y violadores, y pederastas), es internet. Pobre salida para quien no es capaz de trabar conversación con un desconocido o una desconocida en cualquier parte, con la cara que Dios le haya dado y lo que el propietario haya hecho con ella. (Camus: "A los cuarenta años, cada hombre es responsable de su rostro"). Los adultos se reúnen a jugar. Las campañas de Navidad de 2007 no se centraron en los niños: el juguete preferido es la consola, en todas sus variantes, cada vez más estúpidamente perfectas, que los niños saben usar como desde siempre sin que nadie les haya enseñado, pero que consumen una parte importante del ocio de los mayores, que son, además, quienes las compran.
 
Pueden pasar, y de hecho pasan, años sin que en la mesa familiar se hable de nada mínimamente trascendente, ocupado como está todo el mundo en los avatares del vestido de novia de Belén Esteban o en las groserías de algún ex torero; de paso sea dicho, en esos programas que ocupan la comida y la sobremesa se habla de drogas, de hijos de famosos y de famosos con problemas de adicción como si se hablara de algo inevitable, una parte normal de la vida corriente. No sé, incluso, si no considerar que hacen propaganda de la droga. Todo eso cuando el matrimonio en sí, la desgracia de tener una familia, no es el tema: Escenas de matrimonio, un programa que la muy inteligente actriz Ana Millán describió como de "violencia de género". Es cierto que reclutan más público Cuéntame o el en ocasiones brillante Camera Café, pero hay una tendencia a denigrar la familia que realmente asusta, de manera notable entre los humoristas.
 
El público no es tonto, pero lo atontan. Y cuando aparece Zerolo hablando de los orgasmos que le proporciona su marido (cosa que ninguna mujer hace), lo curan de espanto definitivamente.
 
Probablemente todas estas realidades estén detrás del retrato de aula del profesor Palasí Lallana, con tuteo al maestro incluido. Y están también detrás de la constante dejación de responsabilidades que hace la sociedad en su conjunto, para la que Ben Laden no es un señor que reclama Al Ándalus, o sea, nuestra casa, para el Islam, sino un tipo raro que les hace cosas a los americanos: por algo será. El 11-M es un incidente, no una parte de un todo. Las FARC son una cosa que hacen los colombianos, un asunto folclórico totalmente desconectado de la droga que circula por las puertas de los colegios. La ETA es un grupo de gente (cuando no es "los vascos") que da miedo, pero está ahí desde hace tanto que es como de la familia y por lo tanto es normal sentarse a hablar con ellos de política.
 
Nos están matando, pero nadie se entera. ¿Por qué no aprobar al niño, pues?
 
 
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