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VEINTE AÑOS SIN MURO

Idealismo asesino

El Muro de Berlín era el símbolo por excelencia del comunismo. Representaba un esfuerzo histórico sin precedentes tendente a evitar que la gente votara con los pies y abandonara una sociedad que rechazaba.

El Muro de Berlín era el símbolo por excelencia del comunismo. Representaba un esfuerzo histórico sin precedentes tendente a evitar que la gente votara con los pies y abandonara una sociedad que rechazaba.
El Muro era solamente el segmento más visible de un amplio sistema de obstáculos y fortificaciones: el Telón de Acero, que se extendía a lo largo de miles de kilómetros. Yo fui uno de los que lograron cruzar dichos obstáculos en noviembre de 1956, cuando fueron temporalmente desmantelados a lo largo de la frontera austro-húngara. Mis experiencias en la Hungría comunista, donde viví hasta los 24 años, tuvieron un impacto duradero en mi vida y en mi trabajo.

Si bien estaban muy interesados en el comunismo a fines de los cuarenta y principios de los cincuenta, los estadounidenses, simpatizaran o no con él, sabían muy poco acerca de dicho sistema; hoy, poco se comenta del desmoronamiento del imperio soviético. La fugaz atención de la prensa a los importantes acontecimientos de finales de los ochenta y principios de los noventa sucedió a su previa indiferencia hacia los sistemas comunistas. Hay poco conocimiento público de las atrocidades, los asesinatos y las violaciones de los derechos humanos perpetrados en los Estados comunistas, algo ciertamente notable si se tiene en cuenta el conocimiento público de lo que fue el Holocausto y el nazismo (que produjo muchas menos muertes). El número de documentales, películas de cine o programas de televisión acerca de las sociedades comunistas es minúsculo en comparación con los que se han dedicado a la Alemania nazi o al Holocausto, y pocas universidades ofrecen cursos sobre los Estados comunistas pasados o presentes. Para gran parte de Occidente, el comunismo y sus diversos avatares siguen siendo una abstracción.

Las distintas respuestas morales que reciben el nazismo y el comunismo en Occidente pueden obedecer a que las atrocidades comunistas son percibidas como efectos secundarios de un proyecto de nobles intenciones pero que hubo de recurrir a medidas drásticas para echar a andar. En cambio, las nazis son vistas como fruto de la maldad en estado puro y carentes de justificación alguna, y no gozan del respaldo de una ideología atractiva.

Los sistemas comunistas, si bien eran diferentes en muchos aspectos, tenían en común su basamento en el marxismo-leninismo, el régimen de partido único, el control sobre la economía y la prensa, así como el papel relevante de la policía política. También compartían un supuesto compromiso con la creación de un ser humano moralmente superior: el hombre socialista o comunista.

La violencia política comunista tuvo un origen idealista y un objetivo purificador. Los perseguidos y asesinados eran definidos política y moralmente como corruptos y nocivos para el sistema social. La doctrina marxista de la lucha de clases brindaba la cobertura ideológica para el genocidio. Las personas eran perseguidas no por lo que hacían sino por su pertenencia a tal o cual grupo social.

Luego de la caída del comunismo soviético, muchos intelectuales occidentales continúan convencidos de que el capitalismo es la raíz de todos los males.

El comunismo soviético colapsó por muchas razones, entre las que cabe citar la ineficiencia económica, que resultó en la escasez crónica de comida y de productos de consumo, y la propaganda falsaria y omnipresente, que redundaba en la disociación entre teoría y práctica, entre la doctrina y la realidad. La voluntad política de los líderes de los países del otro lado del Telón de Acero fue decayendo a medida que pasaba el tiempo, y especialmente luego de las revelaciones de Nikita Jruschov (1956) acerca de los crímenes de Stalin y tras constatar vez tras vez que el sistema fallaba. Acabaron por no tener la voluntad de destruir a aquellos que disentían. En los ochenta, Mijaíl Gorbachov permitió que se hicieran públicas nuevas revelaciones acerca de los errores y maldades del comunismo, lo que socavó aún más la legitimidad del sistema.

El fracaso del comunismo soviético confirma que los idealistas son capaces de infligir un terrible sufrimiento sin que se les remueva la conciencia. Pero también sugiere que, bajo ciertas condiciones, la gente puede diferenciar el bien del mal. La naturaleza humana excluye los arreglos sociales utópicos, y para crear y preservar una sociedad decente es necesario un análisis cuidadoso de fines y medios.


© Cato Institute

PAUL HOLLANDER, profesor emérito en la Universidad de Massachusetts en Amherst.
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