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CRÓNICAS COSMOPOLITAS

Guerras, guerrillas y terrorismo

Espero que en todas las Academia militares del mundo estén estudiando la Guerra de Irak, sus dos actos, su largo y absurdo interludio y la complejidad político-militar actual, pero me temo que no, son instituciones conservadoras, por lo general, y las imagino estudiando más bien las guerras napoleónicas y las grandes batallas de las dos guerras mundiales.

Aunque no sería baldío seguir estudiando la tremenda batalla de Verdún durante la guerra de 14-18 como ejemplo preclaro de lo que no hay que hacer, como muestra de la falta de imaginación de los jefes militares —tanto alemanes como franceses— que lograron la gigantesca matanza de sus tropas para defender o conquistar objetivos estratégicamente sin interés: unos metros de barro. Vale la pena señalar que es precisamente esta tozudez sangrienta la que ha nutrido tanta literatura, heroica como pacifista.
 
A nivel diminuto comparativamente, algo parecido se repitió durante nuestra guerra civil con el “paso del Ebro” y la batalla de Teruel, pero desde entonces, no. Aquí desempeña un papel evidente el desarrollo de las tecnologías militares porque si en 14/18 ya existían aviones y tanques, estos poco tenían que ver con los tanques y aviones de la Segunda Guerra Mundial, de ahí la posibilidad, podría decirse facilidad, de la “guerra de movimiento”. También en esta guerra, en África del Norte, el general Rommel fue un estupendo ejemplo de la utilización de los tanques. Pero su adversario, el general británico Montgomery —o algunos de sus oficiales—, encontró el punto flaco de esa utilización, con rapidez y movilidad, de los tanques: el alto consumo de carburante. Así, se dedicó a destruir sus depósitos y logró inmovilizar parcialmente los regimientos acorazados de Rommel, lo que permitió a los británicos vencerles. Esto es cine, desde luego, pero también historia.
 
Ocurrió algo semejante durante la última, desesperada y peligrosa gran ofensiva alemana en las Ardenas en diciembre 1944. En este caso fue el ejército norteamericano el que también pensó en destruir sus depósitos de gasolina, y también venció. Pero para no seguir citando batallas, son demasiadas, me limitaré a señalar una perogrullada: pese a la fenomenal modernización de los aviones, tanques, artillería, etcétera, la ruptura en el arte de la guerra fue entonces la bomba A, luego H, y ahora ni sé como se califica. La Bomba, vaya, con mayúsculas, utilizada en Hiroshima y Nagasaki por los USA. No sé si puede afirmarse que sin esas terribles explosiones, que condujeron a Japón a un cese el fuego inmediato, y si la guerra hubiera durado aún un año, pongamos, hubiera habido más muertos; es posible, pero no tiene sentido rescribir la Historia. Lo evidente es que la Bomba ha creado lo que se ha calificado de “equilibrio del terror” o “poder de disuasión”, términos muy poco científicos, porque no sólo las guerras no han cesado, sino que nadie puede asegurar que mañana Corea del Norte, Irán, o Pakistán no utilicen dicha Bomba (Irak, ya no).
 
Pero eso no quita para que la ruptura, que fue tan drástica que nadie se ha atrevido a “repetir” Hiroshima, en absoluto haya impedido nuevas guerras: guerra de Corea, guerras de descolonización perdidas por Francia, Indochina, Argelia, guerras y guerrillas en África, América Latina, Asia, el cuento de nunca acabar, sin hablar, no ya de guerras, sino sencillamente de masacres, en Sudán, Etiopía, Ruanda, y un triste y larguísimo etcétera. Está visto que el “equilibro del terror” no suprime el terror, y que para asesinar a cientos de miles de personas, como en Ruanda, no es necesaria la Bomba, bastan metralletas, machetes y niños drogados.
 
Detengámonos un momento en la guerra de Vietnam, por el impacto que tuvo y sigue teniendo en la opinión pública y en la vida política internacional, porque el mito del pequeño pueblo subdesarrollado (e inocente) que venció a la superpotencia yanqui sigue vigente, pero también porque en esa guerra aparecen ciertos rasgos de lo que yo calificaría de guerra moderna. Primero contra los franceses, el Vietcong supo llevar a cabo batallas campales (Dien Bien-fu), guerra de guerrillas y el más despiadado terrorismo. Contra los USA fue lo mismo, pero con muchos más medios, ya que fueron potentemente ayudados, los comunistas vietnamitas, por la URSS. Espero que si existen academias militares inteligentes, se estudie la guerra norteamericana en Vietnam como se estudia Verdun, o sea, como ejemplo de lo que no hay que hacer. “Diplomáticamente” respetuosos del Paralelo 17, o sea, de la provisional frontera entre el Norte y el Sur, lo cual no les impidió bombardear inútilmente Hanoi, pero sí realizar un desembarco en dicho Norte comunista que hubiera podido cambiar el rumbo de la guerra. Los fallos militares norteamericanos, la indecisión de sus presidentes, tanto demócratas como republicanos, los cuales, todos, parecían no querer desencadenar una guerra total, como durante la segunda, o incluso en Corea, en 1950/53, sus ganas de ganar la paz sin perder la guerra (o al menos la facha), condujeron al bien conocido desastre militar como político.
 
Pero lo que nadie dice es que ese desastre se ha ido convirtiendo en victoria, victoria del capitalismo, como se constata cada día en Rusia, China, Vietnam, y en todos los países ex comunistas, salvo Corea del Norte y Cuba, o sea, nada (salvo para sus ciudadanos). Pero también victoria en la guerra fría, ya que esas victorias militares y políticas del Imperio totalitario le costaron muchísimo y aceleraron, de forma tan evidente como poco comentada, la crisis de su sistema, incapaz de desarrollar, a la vez, sus guerras imperialistas y mejorar, por poco que fuera, el nivel de vida de sus ciudadanos, cada vez más exigentes.
 
Deprisa y corriendo, y pasando de largo otras batallas, otras guerras, constatemos que se terminaron Verdún, las trincheras, los ejércitos uniformados frente a frente, respetando, más o menos, la convención de Ginebra y la tradición militar de caballeros, con su Tirez les premiers, messieurs les Anglais, por ejemplo. La guerra actual es una guerra sucia, terrorista, que ataca más que nunca a la población civil (pese a que el saqueo de ciudades sea una vieja historia), aunque puedan resurgir batallas más, llamémosles, clásicas.
 
Comentemos brevemente los recientes ejemplos de Afganistán e Irak. Son diferentes, pero en ambos casos, las fuerzas aliadas, que yo me atrevería a calificar de democráticas, vencieron rápida y militarmente. La tiranía de los talibanes y la de Sadam se hundieron, sin feroz resistencia, pero nada ha terminado realmente en ninguno de los dos países. El terrorismo continúa apoyado en Afganistán por importantes redes islámicas pakistaníes, sin que la política de su gobierno resulte muy clara. En Irak, Irán desempeña a todas luces un papel importante, pero también existen otras redes, otros intereses, otros atentados islámicos, y los ejércitos aliados, a todas luces, no están preparados para una labor, digamos policíaca y de inteligencia.
 
Han vencido, pero no han ganado, no hay armisticio, no se rinden, ni los soldados, ni las armas; no se “vuelve a casa”, ni al trabajo, puesto que no lo hay. Y no tienen la culpa las “tropas de ocupación”, como clama la prensa europea, sino sencillamente la guerra continúa con otras formas terroristas para crear caos, y cuanto más caos más puede que se asusten y quizá se vayan los yanquis. Estos, de cualquier modo, tenían previsto irse, pero serán sustituidos, ¿por quién? Si se fueran las tropas aliadas, enseguida, chiítas, sunitas, kurdos, nostálgicos de Sadam, podrían comenzar una nueva guerra. ¿Quiere esto decir que la intervención militar aliada habrá sido inútil? En absoluto, lo peor, la tiranía de Sadam, ha sido aniquilada, pero eso no quiere decir que todo haya terminado, la guerra sucia, la nueva guerra, que probablemente no se estudia en las Academias militares, se manifiesta en Afganistán, como en Irak, y por ello no deben, no pueden, abandonar ahora el terreno las tropas aliadas.
 
Pero esa guerra se manifiesta por todas partes, en Turquía, en Arabia Saudí, en Túnez, como en Filipinas o Indonesia, y en Europa y, claro, en Estados Unidos. Definirla como una guerra contra el terrorismo no me parece descabellado, pero como se trata de algo tan difícil, ¿serán los militares o los políticos quienes logren encontrar las nuevas armas necesarias para enfrentarse a esa nueva guerra? Si quieren que les dé mi sentimiento, no soy optimista. Ganaremos nuevas batallas, si son realmente militares, pero existe el riesgo de un horizonte infinito de atentados islámicos con infinitos “colaboradores”. Incluso en la prensa española.
 
 
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