Menú
EL ARMA DE LA IZQUIERDA

Guerracivilismo

Han pasado setenta años y España es la octava potencia industrial del mundo, forma parte del selecto club del euro, al que accedió con holgura, y presenta un índice de desempleo inferior al de Alemania. Pero siete décadas no han podido con algunos iconos armados por el más poderoso aparato propagandístico que han conocido los tiempos, la Comintern. Y ello a pesar de que los vencidos que dejaron memoria escrita ofrecen informaciones y argumentos más que suficientes para derribarlos sin necesidad de acudir a otras fuentes.

Han pasado setenta años y España es la octava potencia industrial del mundo, forma parte del selecto club del euro, al que accedió con holgura, y presenta un índice de desempleo inferior al de Alemania. Pero siete décadas no han podido con algunos iconos armados por el más poderoso aparato propagandístico que han conocido los tiempos, la Comintern. Y ello a pesar de que los vencidos que dejaron memoria escrita ofrecen informaciones y argumentos más que suficientes para derribarlos sin necesidad de acudir a otras fuentes.
José Luis Rodríguez Zapatero.
Nadie contaba con que en pleno siglo XXI iba a aparecer un jefe de Gobierno empeñado en resucitar categorías, bandos, premisas, conceptos, léxico, fragor, mitos y prejuicios de los años 30. Rodríguez, tabula rasa en materia de Historia y Pensamiento, es un improvisador que ha incorporado a la tarea de gobierno algunas modas propias de la gestión de empresa o, directamente, de las obras de autoayuda. La creatividad, el liderazgo empático o las estrategias emergentes convienen a su adanismo político.
 
A pesar de su relativa juventud, como parlamentario es un veterano sin destellos: no ha dejado huella en el diario de sesiones. Atravesó la larga etapa de los crímenes del GAL y de la corrupción sin inmutarse. Inopinadamente, aprovechó la confusión de un PSOE decapitado cuando Almunia, perdedor de las primarias, tomó sin convicción los mandos de la maquinaria. Prisa había resuelto acabar con Borrell, catalán antinacionalista que había alcanzado su fugaz liderazgo con el respaldo de un setenta por ciento de la militancia. Contra todo pronóstico, Rodríguez se impuso al candidato de González, José Bono, por unos pocos votos y gracias al decisivo apoyo del PSC y de los balbases, aquella corriente que tantas alegrías iba a dar a los compañeros de la Comunidad de Madrid.
 
Sin otros activos que su edad y su falta de pasado, dentro y fuera del PSOE se le consideró un accidente transitorio, otra escala en el trayecto hacia la recomposición de la organización, que terminaba en Bono del mismo modo que las primarias conducían a Almunia, las ganara o las perdiera. Y entonces llegó la sorpresa: la tabula sería rasa, pero era dura. Pronto encaminó a su partido hacia el único amago de estrategia que se le conoce: dibujaría una línea bien visible alrededor del PP y se erigiría en valedor de todo lo demás. Nacionalistas, independentistas, ecologistas, feministas, antiglobalizadores, activistas del movimiento gay, actores y cineastas ávidos de subvención, comunistas abiertos y criptocomunistas, antiamericanos de toda laya, antioccidentales de toda especie y conspiranoicos de todo jaez podían contar con él. Así, a partir de la oportunidad que le ofreció el hundimiento de un petrolero, dirigió contra el PP un odio sectario y destructivo que pasaba por la toma de la calle.
 
Cartel contra la guerra de las Juventudes Socialistas de Lepe.Lo más grave que ha sucedido en España desde el golpe de Tejero ha sido el acoso masivo a las sedes del PP, entre acusaciones de asesinato contra sus dirigentes, militantes y votantes a cuenta de las tropas enviadas por el Gobierno Aznar a Irak. Una misión no bélica se trocó por arte de birlibirloque en participación en la guerra, sin matices. Rodríguez no considera necesario disimular: nunca ha condenado las agresiones al primer partido de España, que alcanzaron un nivel insoportable en la jornada de reflexión.
 
Los insultos constantes, las acusaciones de urdir un golpe de Estado, el acorralamiento físico y moral, la furia que desató el gran frente encabezado por Rodríguez en torno al no-PP no merecieron una especial condena de la prensa progresista. Más bien una cierta comprensión. Esa prensa, sin embargo, inventa ahora una ofensiva antidemocrática del Partido Popular a partir de episodios como el de la Universidad Autónoma de Madrid, donde unos ultraderechistas insultaron a Santiago Carrillo. Ven un peligro de involución, y la mano del PP, cuando se llama "asesino" al que fue responsable de Orden Público de la Junta de Defensa de Madrid ¡en noviembre de 1936! No vieron el peligro ni la mano del PSOE cuando el acusado de asesinato era un gobernante democrático y en vez de treinta personas lo gritaban cientos de miles.
 
La izquierda insiste en que son sus adversarios quienes rescatan el guerracivilismo, acusación que no logran avalar. Sin embargo, Rodríguez sí se ha definido como "rojo". Y Maragall se enseña en actos públicos con la bandera republicana. Y ambos promueven la "recuperación de la memoria histórica", que ha llegado al proyecto de estatuto catalán. Tal recuperación es obviamente parcial. De otro modo, habrían de empezar por reconocer que sus siglas están detrás del levantamiento de octubre del 34. Es decir, que atentaron contra la Segunda República, se armaron contra ella, se revolvieron contra ella. La memoria imparcial también revelaría que, a medida que avanzaban los años 30, el PSOE se iba convirtiendo en un partido revolucionario sin tapujos que propugnaba la consecución de la dictadura del proletariado, y que ese es uno de los orígenes de la catástrofe.
 
La vicepresidenta del Gobierno participó el año pasado en un acto de homenaje a Companys organizado por el Gabinete de Maragall. Tal homenaje sólo puede hacerse desde la amnesia selectiva, pues siendo cierto que Companys fue presidente de la Generalitat y que fue fusilado por los vencedores, no lo es menos que también se levantó contra la República. En 1937, en plena guerra, y siendo jefe del Estado, Azaña escribió unas líneas demoledoras sobre la conducta del Gobierno de Companys en el diálogo La velada en Benicarló. Habla el personaje Garcés, personificación del propio autor:
 
"La Generalidad asalta servicios y secuestra funciones del Estado, encaminándose a una separación de hecho. Legisla en lo que no le compete, administra lo que no le pertenece (…) Se apoderan de las aduanas, de la policía de fronteras, de la dirección de la guerra en Cataluña (…) Hablan de que [en la guerra] interviene Cataluña no como provincia sino como nación (…) Los asuntos catalanes durante la República han suscitado más que ningunos otros la hostilidad de los militares contra el régimen".
 
Al comprobar que una gran parte del país no está dispuesta a que se niegue la legitimidad de sus ideas ni a ser tratada como heredera política de nadie, los socialistas, en un antológico acto de hipocresía, la acusan de su propio pecado de guerracivilismo. Desconocen que hoy la derecha se articula en torno a un partido nacido hace unos pocos años. Notable diferencia con el PSOE, el PCE, ERC o UDC, que ya existían en los años 30. La recuperación de la memoria histórica no les conviene nada, salvo que vaya acompañada de una estricta censura editorial, digital y radiofónica, que es lo que ahora mismo acarician.
0
comentarios