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ASTRONOMÍA

Guardería de estrellas

No hay nada más excitante para un astrónomo que asistir al parto de una estrella. Esto es posible gracias a los nuevos y potentes telescopios, que pueden meter sus ojos en la mismísima sala de parto. Esta semana, científicos de la Universidad de Wisconsin-Madison, en EE UU, han tenido el privilegio de ser invitados a un alumbramiento estelar.

No hay nada más excitante para un astrónomo que asistir al parto de una estrella. Esto es posible gracias a los nuevos y potentes telescopios, que pueden meter sus ojos en la mismísima sala de parto. Esta semana, científicos de la Universidad de Wisconsin-Madison, en EE UU, han tenido el privilegio de ser invitados a un alumbramiento estelar.
Los nuevos datos facilitados por un nuevo telescopio espacial de infrarrojos ponen de manifiesto que en la galaxia donde vivimos, esto es, la Vía Láctea –y por extensión, las demás–, se fabrican estrellas a un ritmo mucho más prolífico de lo que hasta ahora podían imaginar los astrónomos. El hallazgo ha sido realizado por Edward Churchwell y sus colegas de la universidad antes mencionada, al enfocar el telescopio hacia un cúmulo compacto de estrellas situado en una nebulosa muy lejana que se conoce como RCW49. En este suburbio cósmico, los astrónomos han descubierto una guardería estelar en la que más de 300 estrellas empiezan a dar sus primeros pasos cósmicos.
 
Cada uno de estos embriones, conocidos por los expertos como protoestrellas, consiste un arremolinado disco de gas y polvo interestelar que reúne las condiciones ideales para la formación de nuevos sistemas solares. Recordemos que, en determinadas circunstancias, estos discos fantasmales van ganando masa y temperatura –unos 10 millones de grados– suficientes para generar la fusión nuclear y así convertirse en auténticas estrellas. Cuando esto no sucede, el embrión estelar se enfría para transformarse en lo que se conoce como una enana marrón, un subobjeto cósmico que nunca logrará encender la chispa que desate la fusión del hidrógeno en su núcleo.
 
En palabras de Churchwell, hasta hoy no se conocía la existencia de una guardería tan poblada como la de la nebulosa RCW49, a pesar de que se han catalogado cerca de 6.000 nubes interestelares repartidas por todo el universo. "El disparatado número de bebés estelares contabilizado en este suburbio del espacio es desconcertante y nos obliga a replantearnos nuestras ideas sobre la formación de estrellas, y mucho más cuando éstas aparecen en la Vía Láctea", nos confiesa Churchwell. Y añade: "Estoy completamente seguro de que existen regiones similares a la encontrada en otros lugares de nuestra galaxia." Desde hace años, los astrónomos exploran minuciosamente con sus radiotelescopios objetos similares a la RCW49, una espesa y oscura nube de gas y polvo.
 
Saben que la mayoría de las estrellas nacen en el interior de estos capullos polvorientos. Pero la maravillosa metamorfosis no puede ser captada por la mayoría de los telescopios de luz óptica. Sin embargo, la luz en el cercano infrarrojo, a longitudes de onda de unas pocas micras, puede pasar a través del velo de polvo que hace las veces de cascarón y explorar el interior. Esto es precisamente lo que ha hecho el equipo de Wisconsin con la asistencia del Telescopio Espacial Spitzer de la NASA, antes conocido como SIRTF. Puesto en órbita en agosto de 2003, se trata de un observatorio espacial infrarrojo enfriado criogénicamente, capaz de tomar estudiar desde los objetos cercanos del Sistema Solar hasta las regiones más distantes del Universo. Spitzer, según los expertos, ofrece una capacidad para explorar el cosmos sin precedentes. Con su cámara de longitud de onda corta, para estudiar el proceso de formación y la evolución de objetos estelares jóvenes en su primer millón de años de vida. No olvidemos que éste constituye un periodo de tiempo breve en términos astronómicos, puesto que la mayoría de las estrellas vive miles de millones de años.
 
Este fabuloso ojo cósmico ha permitido a Churchwell no sólo ver y contar las protoestrellas de la nebulosa, sino conocer su estado de desarrollo a través de su espectro. "Esperamos que estos datos nos permitan reconstruir con detalle cómo ocurre la génesis estelar", dice este investigador. No menos interesante para los astrónomos es el potencial que tienen las protoestrellas para formar sistemas planetarios. Efectivamente, como ya hemos adelantado, las estrellas, como nuestro sol que nos alumbra, se gestan en gigantescos discos de gas y polvo llamados de acreación. La estrella gestante se alimenta de la materia que cae en espiral desde el disco hacia su seno. Los astrónomos piensa que este mismo hula-hop cósmico proporciona el material necesario para gestar los planetas. "Creemos que las protoestrellas desarrollan sistemas planetarios a partir de este disco de acreación", comenta Churchwell.
 
El nuevo hallazgo arroja, sin duda alguna, luz al misterio del origen y la evolución del universo y, en concreto, a la formación de estrellas y planetas. Estudiar las estrellas es estudiarnos a nosotros mismos. No olvidemos que somos polvo de estrellas. Y esto no es una metáfora, sino una evidencia científica.
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