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ECONOMÍA

Grecia hace temblar al euro... y el euro a los europeos

Es frecuente creer que lo único importante para determinar el valor del dinero es la cantidad del mismo. Los cuantitativistas nos repiten que lo mismo da un lingote de oro que una pieza de papel: en el fondo, sostienen, la valía del dinero tiene que ver con si hay poco, y entonces vale mucho, o mucho, y entonces vale poco.

Es frecuente creer que lo único importante para determinar el valor del dinero es la cantidad del mismo. Los cuantitativistas nos repiten que lo mismo da un lingote de oro que una pieza de papel: en el fondo, sostienen, la valía del dinero tiene que ver con si hay poco, y entonces vale mucho, o mucho, y entonces vale poco.
En el siglo XIX solía decirse que el oro era el único activo que sólo era pasivo de su propietario. Y se solía decir porque se conocía la diferencia entre un activo y un pasivo: entre la riqueza real y las obligaciones a entregar riqueza real. No es lo mismo tener una hogaza de pan que tener derecho a recibir una hogaza de pan del panadero de mi vecindario; sobre todo, porque el panadero puede quebrar y, por tanto, dejarme sin mi hogaza.

Los dineros fiduciarios que los gobiernos de medio mundo nos han impuesto desde hace 40 años son, en última instancia, pasivos impagados de los bancos centrales. Aparecen en el lado de sus deudas porque es lo que son: obligaciones cuyo valor se han comprometido a estabilizar a través de la diligente gestión de su activo. Pese a la obsesión de muchos con los agregados monetarios (M1, M2, M3, M4, MZM, TMS...), lo relevante no es cuán endeudados están los bancos centrales –del mismo modo que no nos planteamos si es preocupante que una empresa abstracta tenga unas deudas de, por ejemplo, un millón de dólares–, sino cuán solventes y líquidos son: es decir, qué capacidad tienen, gracias a sus activos, no ya para amortizar su pasivos impagados, sino para defender el valor de los mismos en los mercados.

Conviene tener esto bien claro al observar lo que le está pasando estos días al euro. El Banco Central Europeo ha sido desde el inicio de la crisis una entidad mucho más diligente que la Reserva Federal en la gestión de su activo, tal y como se refleja en la importante depreciación que el billete verde ha padecido con respecto al euro durante los últimos tres años. Y, sin embargo, basta con que el nombre de Grecia aparezca en los titulares de los periódicos para que el valor de la moneda única europea se tambalee. No, no es que se tema que la cantidad de euros vaya a crecer exponencialmente, sino más bien que se sospecha que la calidad de los activos del BCE –la deuda pública de los Estados europeos– va a sufrir un revés muy importante si quiebra Grecia y hay que rescatarla (o, sobre todo, si quiebra España y se la intenta rescatar).

En cierta medida, deberíamos analizar al BCE como si fuera un banco que durante años ha saturado su patrimonio de activos subprime. Sólo que en este caso no hablaríamos de hipotecas, sino de obligaciones de Estados tan poco fiables como Grecia, Portugal o... España. Los desorbitados déficits públicos que los keynesianos gobiernos europeos se siguen empeñando en mantener sólo añaden más incertidumbre al futuro de la moneda única: cuanto menos solventes sean ciertos países, más en peligro se hallará el BCE y, por consiguiente, más se depreciará el euro frente a todo (pero especialmente, en el contexto actual de deflación, frente a otros activos que sirvan para conservar el valor).

No es que el dólar esté a salvo de este proceso, máxime con Franklin Delano Obama al frente del Gobierno y Helicóptero Bernanke comandando la Fed. Pero de momento, y pese a todo, EEUU sigue siendo más solvente que muchos países europeos; por supuesto, más que Grecia y España.

Al final, sin embargo, el problema del dólar, del euro y en general de todo tipo de dinero que consista en una promesa de pago (incluido, sí, el patrón oro, aunque en mucha menor medida, porque al menos los activos de los bancos centrales no son los pasivos de otros agentes, como el Estado) es el mismo: los ladrones y estafadores existen, y a veces llegan a dirigir bancos o gobiernos. Nos equivocaríamos si creyéramos que podemos encontrar un dinero perfecto, a prueba de bombas. Pero, aún así, cuando al menos tenemos libertad para elegir en qué divisa manejamos nuestras vidas, contamos con la opción de detectar a los estafadores y proceder en consecuencia.

Con nuestros dineros fiduciarios de curso forzoso ni siquiera nos dejan tal opción. Se saben ladrones y nos obligan a aceptar el robo velado que supone el envilecimiento de la moneda: ahí están los alemanes, soportando una moneda que se tambalea porque el BCE se ve forzado a comprar la deuda basura de Grecia; y ahí están los estadounidenses, padeciendo los dólares mientras Bernanke sigue acumulando montones de valores basura procedentes de Freddie Mac y Fannie Mae.

No es sólo que nos atraquen, es que además nos obligan a que les riamos sus tropelías. O quizá es que quedarse con las reservas de un banco central y dejar impagos por doquier no debería considerarse un robo. Pues entonces que rehabiliten moralmente a Menem, a Kirchner y a un tal Madoff...


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