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DRAGONES Y MAZMORRAS

Gestiona que algo queda

Hay dos momentos en el año que rigen el resto, son las vacaciones de verano y la Navidad. Los síntomas son los mismos en ambos casos: una prisa incontenible por terminar lo que no se ha empezado en todo el año y un afán por superarse a si mismo que afecta a todos por igual, lo que se traduce por una actividad desenfrenada.

No entro en las implicaciones económicas porque no es mi negociado pero también son importantes en las dos fechas y casi por las mismas razones: viajes y regalos. Y hablando de implicaciones económicas, el final del curso, como llamamos los de mi generación al mes de junio, es el mes elegido por todo tipo de entidades para presentar cuentas a su accionado o a sus asociados. Este fue el caso de mi asociación favorita, me refiero al Centro Español de Derechos Reprográficos, más conocido por CEDRO, que celebró su Asamblea General Ordinaria (y otra Extraordinaria) la semana pasada. Creo que me he hartado de referirme a ella en esta sección y dondequiera que sea, y aún así, seguro que muchos de mis lectores, que también sean escritores, me van a agradecer lo que les voy a contar a renglón seguido.
 
Esta Asociación nació como consecuencia de la Ley de Propiedad Intelectual de 1987 que definía de forma muy clara el concepto de autor, ampliándolo a ciertos aspectos hasta entonces ignorados, cuando no despreciados, como el de traductor, editor (en el sentido anglosajón del término), prologuista, articulista, etc. Un triunfo. Pero esos derechos planteaban serios problemas a la hora de la recaudación de los mismos, en particular cuando se trataba de aspectos tan escurridizos como la reprografía —las fotocopias, para entendernos— de los textos de los derechohabientes. Lamento no poder iluminarles sobre las sutilezas jurídicas que rodean a este asunto, pero el caso es que desde el Ministerio de Cultura se resolvió crear una serie de sociedades que gestionaran la cosa. Y de ahí surgió CEDRO. Se estableció un canon sobre fotocopiadoras —los copisteros rugieron en su momento—, convenios con organismos que hasta entonces fotocopiaban a placer, como las universidades y similares, para la fotocopia de páginas de las obras de su repertorio de asociados y, por último, convenios con entidades extranjeras homólogas para recaudar las copias de las publicaciones españoles en sus respectivos países.
 
En fin, que todo eso genera mucho dinero y es justo que revierta de algún modo en sus legítimos propietarios. Para que se hagan una idea, el año pasado CEDRO recaudó 16,9 millones de euros, de los cuales se repartieron 8,03 entre autores y editoriales (6421 titulares de derechos en total), una vez descontados los gastos administrativos, de acción social que, como todo, es mejorable, y de acción cultural a que se ve obligada por sus estatutos. Confieso que este último aspecto es el que me produce menos satisfacción pues favorece corporativismos poco gratos. Tampoco me gusta el poder que tienen en la Junta directiva las asociaciones y los gremios, lo que produce una presión sobre la misma que deja fuera de juego a quienes no pertenecen a ellos. Pero nada es definitivo, por supuesto. No sabría decirles cuáles son los criterios que se siguen para hacer el reparto pero el invento lleva ya funcionando quince años y todos prosperamos. ¿Todos? Sí, incluso aquellos autores y editores, que por pereza o ignorancia todavía no pertenecen a CEDRO (cosa que les aconsejo pues es la única asociación en la que no sólo no se paga sino que se cobra), ya que en la sede de la Asociación tienen a su disposición la cantidad que les corresponde por la copia privada de sus libros con ISBN. Basta con que llamen por teléfono o consulten su página (www.cedro.org) Verán como me lo agradecen.
 
 
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