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LAS GUERRAS DE TODA LA VIDA

Genocidios, matanzas, represiones

El término genocidio está de moda. Se dice que España cometió un genocidio en América, o que Estados Unidos lo perpetró sobre su propia población indígena. En Argentina, las Madres de Plaza de Mayo aseguran que la Junta Militar es responsable de genocidio, y el juez Garzón acusa de ese delito a Augusto Pinochet. En los cuatro casos es indudable que hubo matanzas, y en los dos últimos represión brutal de la oposición política, pero ¿realmente hubo genocidio?

El término genocidio está de moda. Se dice que España cometió un genocidio en América, o que Estados Unidos lo perpetró sobre su propia población indígena. En Argentina, las Madres de Plaza de Mayo aseguran que la Junta Militar es responsable de genocidio, y el juez Garzón acusa de ese delito a Augusto Pinochet. En los cuatro casos es indudable que hubo matanzas, y en los dos últimos represión brutal de la oposición política, pero ¿realmente hubo genocidio?
En la web del Museo del Holocausto de los Estados Unidos se explica el origen del término, creado en 1944 por el abogado judío polaco Rafael Lemkin para describir la política nazi de exterminio de la comunidad judía europea. El Tribunal de Nuremberg lo incluyó en sus actas, "pero como término descriptivo, no legal". En 1948 las Naciones Unidas crearon la Convención para la Prevención y la Sanción del Delito de Genocidio, y precisaron el alcance del concepto:
En la presente Convención, se entiende por genocidio cualquiera de los actos mencionados a continuación, perpetrados con la intención de destruir, total o parcialmente, a un grupo nacional, étnico, racial o religioso, como tal:
 
a) Matanza de miembros del grupo.
 
b) Lesión grave a la integridad física o mental de los miembros del grupo.
 
c) Sometimiento intencional del grupo a condiciones de existencia que hayan de acarrear su destrucción física, total o parcial.
 
d) Medidas destinadas a impedir los nacimientos en el seno del grupo.
 
e) Traslado por fuerza de niños del grupo a otro grupo.
Esta ajustada definición excluye los cuatro supuestos citados en el primer párrafo de este artículo, debido a que en ninguno de ellos existió la intención de "destruir, total o parcialmente, a un grupo nacional, étnico, racial o religioso, como tal". Ésa es, justamente, la singularidad de la Shoá: la aniquilación de los judíos de Europa fue un proyecto político del Estado alemán ocupado por los nazis. Antes de eso, habían tenido lugar otros tres genocidios: el de la Vendée, en la Francia de la Revolución; el del Congo belga, responsabilidad directa del rey Leopoldo, y el de los armenios, a manos de los turcos.
 
El decreto del Gobierno revolucionario francés del 1 de agosto de 1793 preveía la "destrucción de la Vendée", tras comprobar los jacobinos que la deportación o la condena a la guillotina de 40.000 sacerdotes católicos entre 1791 y 1792 no había bastado para contener el movimiento contrarrevolucionario en la región. El resultado fue la matanza de entre 150.000 y 200.000 hombres. Los sucesivos decretos de esos años habían querido establecer el alcance de la aniquilación, excluyendo a mujeres, niños, ancianos y, finalmente, "hombres desarmados", pero la realidad fue muy otra y, si bien fueron asesinados todos los varones armados, el baño de sangre fue mucho más allá.
 
Entre 1915 y 1921, es decir, durante la Gran Guerra, terminada en 1918 con la derrota de Turquía, entre otras naciones aliadas de Alemania, y en los años que siguieron, los turcos decidieron y llevaron a cabo el asesinato de entre un millón y un millón y medio de armenios, aproximadamente la mitad de la población de Armenia. Ni siquiera tuvieron el prurito de declarar que mujeres y niños no estaban incluidos en el programa. Por el contrario, el líder turco otomano Talaat Pashá ordenó con la mayor claridad: "Maten a cada mujer, niño y hombre armenio sin ninguna contemplación". A lo largo de seis años, pues, y con veintiséis campos de concentración en actividad, se desarrolló el ensayo general técnico de la Shoá, un tanto artesanal pero ya con un proyecto de muerte sistemática.
 
Respecto del Congo, escribe Mario Vargas Llosa en el prólogo a la obra de Adam Hochschild El fantasma del rey Leopoldo:
Es una gran injusticia histórica que Leopoldo II, el rey de los belgas que murió en 1909, no figure, con Hitler y con Stalin, como uno de los criminales políticos más sanguinarios del siglo XX. Porque lo que hizo en África, durante los veintiún años que duró el llamado Estado Libre del Congo (1885 a 1906), fraguado por él, equivale, en salvajismo genocida e inhumanidad, a los horrores del Holocausto y del Gulag.
En esos veintiún años, la población del Congo se redujo de veinte a diez millones de personas.
 
En el stalinismo, la falta de criterios económicos y de preocupación por el destino de los seres humanos llevó a la liquidación de grandes masas de población, no sólo por represión, sino por simple cese en la distribución de alimentos. Diversas obras, y especialmente esa grande y terrible síntesis que es Koba el Temible, de Martin Amis, que lleva por subtítulo La risa y los veinte millones (los veinte millones de muertos del terror revolucionario), narran los diversos aspectos de ese proceso, previo y posterior al nazismo. En ese marco general hay que incluir desde la masacre de Katyn, en 1940, donde 22.000 polacos fueron asesinados por los soviéticos, hasta la muerte por hambre de un tercio de la población de Ucrania en 1932-1933, como consecuencia de la colectivización de la tierra y la liquidación fáctica del campesinado tradicional (la deskulakización forzosa).
 
Cráneos de víctimas del genocidio de los tutsis. A todo esto habría que sumar los genocidios posteriores a la Segunda Guerra Mundial: el de la población desarrollada de Camboya, a manos de Pol Pot y los jemeres rojos; el de los tutsis de Ruanda, a manos de los hutus; el de los negros de Darfur, a manos de los árabes islamistas organizados en la Yanyauid, una fuerza paramilitar armada y sostenida por el Gobierno de Sudán, así como otra serie de enfrentamientos en las nuevas naciones africanas, en las que determinados grupos étnicos y religiosos pretenden la aniquilación de otros.
 
Ahora bien: las cosas no son tan sencillas ni tan obvias cuando se trata de asuntos jaleados por diversos sectores de intereses. Por ejemplo, el caso de la "limpieza étnica" en la guerra de desintegración de Yugoslavia, donde la deportación ha sido mezclada intencionadamente con el asesinato. Nadie duda, ni cabe dudar, de la brutalidad generalizada en ese territorio, pero, desde el libro del Éxodo hasta hoy, no se puede confundir el exilio y la salida forzosa de un lugar con el asesinato. ¡Ya hubiesen querido judíos y armenios poder emprender el camino del exilio! Pero esa posibilidad les fue negada. En el caso judío, además, no sólo por quienes los perseguían para acabar con ellos, también por los Gobiernos que se negaron a acogerlos en número suficiente. Y ni la junta militar argentina, ni la uruguaya ni Pinochet se propusieron destruir ni destruyeron ningún "grupo nacional, étnico, racial o religioso, como tal".
 
No conozco las cifras uruguayas, pero sí las de Chile (3.000 muertos y desaparecidos en los dos primeros meses de dictadura, y después represión crudísima durante diecisiete años) y Argentina (entre los 10.000 desaparecidos censados efectivamente hasta, probablemente, 15.000 víctimas reales; los 30.000 desaparecidos de los que se habla habitualmente pertenecen a la contabilidad creativa de la política). Grandes matanzas, evidentemente, pero no genocidios. Los muertos eran de muy diversa extracción ideológica, de clase, étnica y religiosa, y eran en su inmensa mayoría ciudadanos de los países en los que desaparecieron. No obstante, en estos días, ante la condena del cura Von Wernich, torturador y asesino de conocida trayectoria, las Madres de Plaza de Mayo insistieron en llamarlo "genocida". Es nazi y es un monstruo, un serial killer que en la dictadura encontró la posibilidad de disfrutar de su psicopatía, pero no es un genocida.
 
Aceptar una generalización del término, y una difusión del mismo hacia el pasado, implica hacer una relectura de la historia verdaderamente caprichosa. El genocidio es una de tantas ramas podridas de la modernidad, de la razón técnica y de la tentación totalitaria que invade a izquierdas y derechas, y también a quienes ni siquiera han llegado a concebir que existan esas cosas pero sí han abrazado la idea de que el mundo estaría mejor si sólo fuera propiedad de la tribu. Una de las "razones" por las que los hutus cortaban la cabeza y cercenaban los pies de los tutsis, sin saber nada de Procusto, era que los tutsis eran ofensivamente más altos...
 
 
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