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COMER BIEN

Gastronomía: Traducciones y adaptaciones

Que la gastronomía es algo que está de moda parece innegable: no hay más que ver la avalancha editorial de los últimos años en torno a un tema tan gratificante y cotidiano como el buen comer y el buen beber. Lo que pasa es que, en este como en tantos otros casos, cantidad y calidad no son sinónimos.

Que la gastronomía es algo que está de moda parece innegable: no hay más que ver la avalancha editorial de los últimos años en torno a un tema tan gratificante y cotidiano como el buen comer y el buen beber. Lo que pasa es que, en este como en tantos otros casos, cantidad y calidad no son sinónimos.
Dejando aparte la proliferación de libros de cocina con recetas de "famosos", que por lo general no tienen el más mínimo interés, no son pocas las versiones de obras escritas en otros idiomas que las editoriales españolas se apresuran a traducir y a poner en el mercado. Y por ahí vienen los problemas: por la traducción. O, mejor dicho, por la adaptación, prácticamente inexistente.

Errores de traducción los hay; pocos, pero los hay. Y no sólo en el mundo editorial. Hace unos días veía yo en casa una película de los años 50, en blanco y negro, ambientada en la Praga ocupada por los nazis de la segunda guerra mundial. Algunas de sus escenas se desarrollaban en un restaurante llamado "La caille d"or" (La codorniz de oro), cuyo rótulo apareció varias veces en pantalla, ilustrado con la imagen de una de estas pequeñas y sabrosas avecillas. Bien, pues el doblaje insistía en llamar al restaurante "La caja de oro". Pobres codornices... Hace años, en una revista gastronómica española, un buen cocinero metido a mal escribano reprodujo el menú que ofreció Alfonso XIII a un presidente de la República Francesa. Ese menú incluía "cailles á la dominicaine". El cocinero tradujo, tranquilamente, las codornices a la dominicana por "callos a la dominicana", pasando de la pequeña gallinácea al mondongo.

Pero en los libros de cocina, o de gastronomía, ocurre algo parecido, y con demasiada frecuencia. Verán: hace algunos años, en una colección de libros culinarios ofrecida por un diario madrileño a sus lectores, las cigalas eran "gambas de la bahía de Dublín" (Dublin Bay Prawns), y las vieiras... "ostiones".

Recientemente acaba de publicarse uno de esos tomos que vienen como enciclopedia, con las cosas por orden alfabético y tal. Bueno, pues en el capítulo de las coles aparecen los grelos. Los grelos, como sin duda saben ustedes, no son una col, sino las hojas del nabo cuando están a punto de echar brotes. En fin, la cosa no tendría mayor importancia si no fuera porque, bajo la fotografía de los grelos, se aclaraba que lo de arriba eran "cime di rapa"... que es el nombre italiano para la verdura nacional gallega. Claro, el texto no era italiano, sino —creo— alemán. El traductor pasó muy bien el alemán al castellano, pero se encontró con una expresión italiana que desconocía, y optó por dejarla tal cual. Lo malo es que la editorial lo dio por bueno, y "cime di rapa" tenemos en un libro en castellano. Un libro anterior en algunos años, también traducción, de la misma editorial, al hablar de los grelos decía que se producen, sobre todo, en la Baja Sajonia...

No es, insisto, un problema de traducción; es de desconocimiento de la gastronomía del país a cuyo idioma se traduce. Evidentemente, todo esto se evitaría si, además de pasar el texto por las manos de un buen traductor, luego se confiase, ya traducido, a un experto que sepa de qué va la cosa, que no ignore que las gambas de la bahía de Dublín son, en castellano de España, cigalas, como las "cime di rapa" son ni más ni menos que grelos.

Y es que no se puede "calcar" un texto pensado por y para alemanes, o franceses, y soltarlo sin más en el mercado español. O en el argentino, o el mexicano, que ésa es otra: cada país tiene no ya sus propios hábitos culinarios y alimenticios, sino su propia terminología gastronómica, y lo que aquí es "patata" allá es "papa", o nuestro "tomate" es, para un mexicano, "jitomate", o... mil casos. De modo que tampoco vale comprar los derechos de un libro escrito y editado en México y, sin meterse en más averiguaciones, publicarlo en España.

Pero se hace, ya lo creo que se hace. Y viceversa, por supuesto. A lo mejor es que pasar el texto por más manos, en este caso por manos que saben de qué va, encarece los costos editoriales. Pero no deja de ser patético que unos libros bien escritos, bien documentados y, estoy seguro, hasta bien traducidos, acaben por no servir más que para ocupar un espacio en la biblioteca y, como mucho, como textos de consulta ocasional para quienes nos dedicamos a estas cosas.

Que los italianos disfrutan de sus "cime di rapa", pero los españoles, y sobre todo los gallegos, de lo que disfrutamos es de... nuestros grelos.
 
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