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El agresor es Europa

Voltaire, quien urgió a desembarazarse de los prejuicios medievales, a uno no logró vencer. Más de un cuarto de las entradas de su Diccionario Filosófico arremeten contra "el pueblo más imbécil de la faz de la Tierra, enemigos de la humanidad, el más obtuso, cruel, absurdo..." La entrada más larga es sobre (contra) los judíos, apenas el 1 por ciento de la población.

En el siglo XIX, Francia no corrigió el XVIII. Ni en su literatura socialista puede hallarse compasión por los judíos perseguidos, aun cuando ese lapso engendró seiscientos pogromos. Sobre el Caso Dreyfus, explicaba el ministro Gastón de Galliffet que "la gran mayoría de su país" es judeofóbica. Hoy también; las sinagogas no se incendian en el vacío. Hace unas semanas hubo un par de embajadores francos: Jacques Huntzinger justificó el terrorismo contra Israel, y Daniel Bernard nos llamó "el paisito de porquería culpable de los males del mundo". Por por su milenaria perseverancia, la enfermedad social que envenenó los corazones de Europa, no habrá de superarse en un tris.

El judío fue percibido por siglos como un ser diabólico, brujo, réprobo de Dios, confabulador, sanguinario. El judaísmo, como una religión de venganza, "superada por la religión del amor". Hoy los prejuicios atávicos se descargan contra el judío de los países, el más censurado del planeta, el único al que se cuestiona su básico derecho de existir. Todos los países nacieron gracias a movimientos nacionales, pero a los ojos europeos el único bastardo es el sionismo.

¿Pregunta el lector qué tiene que ver la milenaria judeofobia con el antisionismo actual? El pequeño Estado cuya creación fue de apremiante necesidad para salvar millones de vidas de las garras de Europa, es el Estado que despertó en Europa la más sostenida hostilidad. La única democracia del Medio Oriente, cuyo territorio cabe quinientas veces en el de los países árabes, es el blanco de los embates.

Una delegación de periodistas europeos vino en estos días a expresar solidaridad con Arafat y, al dejar sus oficinas en Ramallah, escondieron entre ellos a trece terroristas buscados. Nadie nos pedirá disculpas. La Unión Europea regalará a la Autoridad Palestina 50 millones de euros para compensarla por la destrucción que le causó Israel. ¿Merecerá algún judío una reparación europea por las muertes que el terrorismo de Arafat ha desatado aquí con ayuda de Europa? La Unión Europea pide ceses de fuego sólo cuando Israel se defiende; las agresiones contra civiles israelíes le pasan inadvertidas.

De todos los pueblos sufridos del mundo, José Saramago ha elegido el palestino para venir a solidarizarse y comparar su situación con la de los judíos bajo el nazismo. A ningún país llegó a llamarlo "nazi", sólo a Israel.

Los "territorios ocupados" en 1967, son la excusa; no el quid de la cuestión. En 1965 los delegados soviéticos en la ONU se opusieron a que la Declaración de los Derechos Humanos incluyera una condena a la judeofobia. Más aún: exigieron que el texto denunciara como crímenes raciales "el sionismo, el nazismo y el neonazismo" (en ese orden). La única "agresión" a la que osaba Israel por entonces era su mera existencia. Pero los ataques árabes eran una constante. Arafat y su OLP ya mataban para "liberar" los territorios... que Israel aún no poseía. Europa se olvidó de que "la ocupación" fue consecuencia de la agresión árabe; no su causa.

Además, Israel ya ha propuesto reiteradamente terminar con toda ocupación y que los palestinos establezcan su Estado en paz. La respuesta fue un baño de sangre de casi dos años.

Europa y (contra) los judíos

Los enemigos de Israel no son los árabes, ni siquiera los palestinos. Los pueblos árabes están sometidos a regímenes monolíticos y violentos, sin libertad de opinión. Sabremos qué opinan verdaderamente cuando puedan expresar sin miedos sus íntimos deseos de paz. Sólo entonces habrá paz duradera. Después de todo, entre democracias, nunca hay guerras. En el mundo árabe, sus regímenes son nuestros adversarios, tanto del pueblo de Israel como de los pueblos árabes.

Mas el encono profundo, la judeofobia, proviene desde Europa. Sus pueblos sí pueden expresarse en manifestaciones, parlamentos, prensa libre. Ellos sí podrían exigir de sus representantes que dejen de agredir a Israel en su lucha por sobrevivir en este mar de tiranías. Pero no: para la mayoría de ellos, el malo de la película es este exiguo pueblo que hizo del desierto un vergel y que siempre estuvo dispuesto a transigir para construir la paz con sus vecinos.

El Holocausto fue perpetrado específicamente por el nazismo, por Alemania en una acepción menos particular, y por Europa en términos generales. Una mancomunión entre los activos judeófobos y los silentes europeos, que posibilitó que en menos de un lustro, uno de cada tres judíos en el mundo, fuera asesinado en medio de inenarrables sufrimientos. Tierras alemanas, mares británicos, traición francesa, banca suiza, silencio vaticano.

Los estertores del Holocausto continúan. No sólo por la última ola de atentados contra sinagogas. La Comunidad Europea nos mata en Israel, por medio de legitimar las acciones más viles de quienes se empeñan en destruirnos. Y lo hacen bajo un estandarte que constituye la máxima hipocresía del siglo XX: la supuesta solidaridad con el pueblo árabe palestino.

A los europeos los palestinos les importan muy poco. No harían esfuerzos por ellos. El único país que les creó universidades y servicios, fue Israel. Cuando Jordania mató a miles de ellos o cuando Kuwait expulsó a decenas de miles, no hubo voces de solidaridad. Lo que motiva no es el bienestar palestino sino el dudoso placer de castigar a Israel. A los europeos tampoco les interesa que carezcan de Estado los cachemiros, tamiles, corsos, tibetanos, curdos, neocaledonios, ibos, vascos, aymaras, sioux, lapones o kelpers. De los cientos de naciones sin Estado, sólo los palestinos han despertado su solidaridad incondicional.

Y siempre para acusar a Israel de la situación. Los gobiernos hebreos, incluido el del demonizado Sharon, han ofrecido reiteradamente que los palestinos abandonen las bombas y se dediquen, de una vez, a establecer su Estado en paz. De nada sirve: Europa les hace creer que el único medio para lograr un Estado palestino es la violencia, aun cuando todo lo poco que los palestinos obtuvieron fue gracias a negociaciones y no a su terror. Cualquier medio estaría permitido para arrancarle a los judíos un Estado palestino: bombas en pizzerías, en fiestas de cumpleaños, en ceremonias religiosas, discotecas y escuelas. Lo que no perdonarían de ningún otro grupo, es condonable si la víctima es Israel.

La judeofobia medieval quería desalojar al judío de la sociedad; la contemporánea tiende a aislar al Estado judío de la familia de las naciones.

Mientras los líderes de centenares de pueblos son ilustres desconocidos, Arafat ha tenido la tenebrosa suerte de elegir al enemigo perfecto, uno que lo catapultó al estrellato de los medios de difusión y aun al Premio Nobel de la Paz. ¿Quién sabría de Arafat si no fuera por Europa? ¿Por qué habría de dejar de matarnos, si Europa aplaude? Europa sabe que los cabecillas palestinos se comprometieron en cinco tratados de paz con Israel a renunciar al terrorismo y a esgrimir sus demandas sólo en la mesa de negociaciones. Pero en el mejor de los casos se limita a condenar "la violencia" de ambas partes, la del agresor y la de la víctima agredida.

Explota una bomba en una discoteca en Tel Aviv, pero la BBC de Londres se las ingenia para escarbar en una guerra de hace veinte años y exigir que quien sea juzgado por "crímenes de guerra" (una matanza de cristianos contra musulmanes) sea el Primer Ministro... judío. Israelíes son baleados día a día y el ministro noruego anuncia que está permitido matarlos. Noruega boicotea sólo productos israelíes. Una iglesia de Belén acepta refugiar terroristas y el Papa pide que no se humille a Arafat.

La judeofobia no puede agotar la explicación del conflicto en el Medio Oriente. Pero desconocerla como factor influyente, es cuando menos ingenuo.

La contribución que Europa podría hacer a la paz es inmensa, si demandaran el fin de la incitación en las escuelas, la violencia indiscriminada que vino a suplantar las negociaciones, si recordara que hasta el día de hoy Israel ni siquiera figura en los mapas de los árabes, que los niños palestinos estudian en clase que Israel debe ser destruido, y que quien se suicida haciendo explotar una bomba en un ómnibus de pasajeros judíos es elogiado como modelo de "mártir sagrado".

La actual ofensiva militar israelí tiene como objetivo desmantelar esa infraestructura de la muerte. Desbandar a los grupos terroristas que actuaban con impunidad desde la región palestina. Debido a los acuerdos de Oslo, Israel importó a su territorio a los líderes palestinos, venidos desde Túnez. Los proveyó de territorio, dinero, armas y prestigio. Su respuesta no fue desarmar el aparato terrorista, sino alentarlo, entrenarlo y glorificarlo. Pero es la ofensiva israelí lo que ofende a Europa, que aspira a continuar su matricidio contra el pueblo hebreo. Uno que trasciende las explicaciones sociológicas y económicas. Por miles de años vienen matando judíos, o perdonando a quienes los matan o, como hoy, denostando a los judíos porque no se dejan matar.

Si se invirtiera en la democratización de los Estados árabes un pequeño porcentaje de lo que invirtió en la democratización de Latinoamérica, Sudáfrica y el mundo comunista, si se exigiera la legitimación del Estado judío, y el respeto a la democracia y los valores humanos, se habría avanzado hacia la paz. Aunque ése es el quid de la cuestión, Europa tiene otras prioridades.

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