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Carta a un nacionalista catalán

Querido compatriota:

Ya sé que tú no te sientes tal, que piensas que sólo eres catalán y no tienes nada de español. Sin embargo, eso no es cierto. Eres español, pero quizá sí sea verdad que no quieres serlo. No sólo eso, sino que estás convencido de que ese vehemente deseo, por el mero hecho de tenerlo, te da legitimidad para que se te conceda. Para bien o para mal, las cosas no son tan sencillas. Elegimos muchas cosas en nuestra vida, pero la nacionalidad, habitualmente, no es una de ellas. Naciste español y, como otros muchos que nacieron en Cataluña, te sientes sólo catalán y reniegas de tu pasaporte. ¿Te has preguntado por qué eso mismo no les pasa a los que nacen en Huesca, Tuy o El Ejido? Seguro que sí. Y habrás llegado al convencimiento de que esas personas tienen la suerte de sentirse y ser lo mismo, españoles, mientras que tú tienes la desgracia de ser una cosa, español, y sentirte otra, catalán, y que tienes derecho a corregir esa equivocación de la Historia. Pero tienes que preguntarte más cosas. Tienes que averiguar si eso que sientes es genuino o si ha sido consecuencia de un engaño centenario levantado para hacer chantaje al Gobierno de España, unas veces, y para esconder las tropelías de unos políticos sin escrúpulos, otras. Porque de esos habéis tenido unos cuantos en Cataluña, y siempre evitaron ser desenmascarados argumentando que eran atacados por ser, como tú, nacionalistas catalanes, cuando lo cierto es que lo fueron por sus actos, no por sus ideas. Claro, que puede que tus sentimientos no tengan nada que ver con eso y que sean auténticos, al margen de las artimañas de los políticos que padece tu país. No lo sé. Pero te ruego que, antes de emprender el camino que estás a punto de escoger, te preguntes honradamente si no habrás sido engañado, en la escuela o por los medios de comunicación, con el fin de empujarte a ser solidario con políticos corruptos que te utilizan sólo para fines personales.

Estoy dispuesto a creerte cuando dices que te lo has preguntado y has llegado a la conclusión de que te sientes sólo catalán porque sólo eso es lo que eres y no porque nadie te haya engañado o inoculado nada. Bien, de acuerdo, te creo. Y entiendo que esa situación te genere un montón de incomodidades y un saco de legítima irritación. Por un lado, te ves obligado en muchas ocasiones a emplear una lengua que no es la tuya. Cuando viajas al extranjero y tienes un problema y acudes a tu embajada o consulado, si el funcionario que te atiende no sabe catalán, te ves obligado a hablar en castellano, pues, al no ser Cataluña un Estado, no tiene embajadas. Bueno, las tiene, pero no sirven para nada, al menos no sirven para resolverte tus problemas con la Policía extranjera o con cualquier órgano del país que estés visitando. Si te ves obligado a emigrar al extranjero, tus hijos no podrán educarse en catalán porque el Estado español, que es tu Estado, tan sólo te proporciona colegios en castellano, a pesar del mucho dinero que pagas en impuestos. No sólo eso: si resulta que en Cataluña no tienes trabajo pero lo encuentras en otro lugar de España, pongamos en Madrid, tampoco tendrás un colegio donde la enseñanza se imparta en tu lengua materna. Y ahora date cuenta de que esa misma situación es la que padecen los españoles que, sin ser catalanes, quieren o se ven obligados a vivir en Cataluña. No tienen colegios que eduquen a sus hijos en castellano y no tienen embajadas o consulados adonde acudir para pedir que les ayuden contra los organismos del país en que viven, y que no será el suyo hasta que renuncien a sentirse españoles. Me dirás que eso es así porque Cataluña no es España, y yo te pregunto: ¿quién lo dice? Tú y ¿cuántos más que tú? Luego me dirás que es lógico que en los colegios de Cataluña se estudie en catalán y que no los haya que enseñen en castellano financiados por la Generalidad, como no los hay japoneses o alemanes.

Pero eso no debería ser así. Esperanza Aguirre intentó poner un colegio catalán en Madrid para aquellos de tus compatriotas que vivieran en la capital y quisieran que sus hijos recibieran educación en catalán, pero resultó que no había demanda. Tampoco parece haberla en el extranjero. Si la hubiera, seguramente el Instituto Ramón Llull se habría ocupado de atenderla. ¿Te has preguntado por qué todos los catalanes y no catalanes que viven en Cataluña quieren, unánimemente al parecer, enseñanza en catalán y cuando salen de Cataluña pierden de la noche a la mañana el entusiasmo? No, eso no te lo has preguntado. Pero deberías hacerlo. Me da la sensación de que catalanes verdaderamente nacionalistas como tú hay menos de los que parece. ¿O de verdad estás convencido de que todos los catalanes que se manifestaron contigo en la última Diada quieren la misma Cataluña independiente que tú? Ya te he dicho que me has convencido de que a ti no te engañaron y que tus sentimientos son verdaderos. Pero ¿y los de los demás? ¿Los de esos que se manifiestan por la educación en catalán pero que cuando salen de Cataluña dejan de quererla?

Francamente, querido nacionalista catalán, creo que tus compatriotas, por mucho que digan, no son ni la mitad de nacionalistas que tú. Fíjate si no cómo ha cundido la desilusión cuando se ha sabido que una Cataluña independiente quedaría fuera de Europa. Difundirse la idea y desinflarse el globo separatista ha sido todo uno. Ya sé que a ti te da igual, que qué más da si finalmente conseguís deshaceros del yugo español. También sé que, a fin de cuentas, no tardaríais más de diez o quince años en entrar en la Unión Europea, y quizá otros cinco o diez en formar parte de la Zona Euro, total, nada, un instante en la vida de una nación. Sin embargo, a la mayoría de los catalanes de tu generación la espera parece que se les figura larga. Tan larga, que están dispuestos a seguir soportando la ignominia de ser españoles con tal de no tener que atravesar ese desierto de unos pocos años fuera de Europa. Menos mal que ahora las independencias se logran pacíficamente, porque con entusiasmos tan quebradizos, los pocos que como tú estáis dispuestos a todo os quedaríais en cuadro ante los españoles que estuvieran decididos a defender la unidad de España con la fuerza de las armas. Me dirás que esos son ya también muy pocos. Es verdad, pero sí parecen algunos más que los catalanes que están resueltos a todo con tal de ser independientes. Me concederás que no es un patriotismo muy edificante ese que se arruga apenas se entera de que habrá que salirse de la Unión Europea y luego esperar a que os admitan.

Y qué me dices de los muchos compatriotas tuyos que, después de manifestarse contigo en la Diada, después de gritar "in-inde-independencia" en el minuto 17:14 en el Nou Camp, después de pasearse con la estelada, de colgarla en los balcones, de manifestarse por una escuela exclusivamente en catalán, a la hora de la verdad, en vez de clamar por la independencia de una vez, lo que exigen es llegar a un acuerdo con Madrid, una reforma que les permita sentirse cómodos en España. ¿Qué te parece? ¡Pero, digo yo y dirás tú, cómo van a estar cómodos siendo españoles, sea lo que sea que conceda Madrid! Pues ya ves. Ahora resulta que, aun sintiéndose sólo catalanes y renegando de su condición de españoles, se inclinan a aceptar un acuerdo, un trato, probablemente de naturaleza económica.

Me dirás que ya está el mesetario medio andaluz acusando a los catalanes de peseteros, como si los demás españoles no se hartaran de pedir mejores pensiones, mayores subvenciones, ulteriores ayudas y, en definitiva, dinero. Es verdad, tienes razón. A todos nos ha hecho la boca un fraile y la verdad es que, al menos vosotros, no pedís más que lo vuestro, que os devuelvan lo que previamente os detrajo España. Creo que os equivocáis, que en realidad recibís de España más de lo que dais, pero, en cualquier caso, vuestra intención no es la de apropiarse de nada que no sea vuestro y que, si habéis hecho mal las cuentas, que os lo demuestren y se rectifica lo que haya que rectificar. Es verdad que Madrid se niega a hacer esa cuenta con el argumento de que somos todos una nación, cuando, desde vuestro punto de vista al menos, por lo menos somos dos, vosotros y los demás. Ahora, si hubiera que hacer la cuenta, creo yo que lo obligado sería hacerla desde el principio, calculando cuánto beneficio habéis sacado del al parecer insoportable sacrificio de tener que ser españoles a la fuerza durante durante estos digamos últimos dos o tres siglos.

Francamente, creo que no tienes razón cuando dices que Cataluña nunca ha sido del todo España y que ha llegado el momento de que sea lo que siempre quiso ser, una nación independiente. Y, sin embargo, es probable que eso importe poco, que lo único relevante sea que tú y tus correligionarios no os sentís españoles y no queréis serlo y que no se os puede obligar indefinidamente a ser lo que no queréis ser. Pero tú sabes en tu interior, aunque no quieras reconocerlo, que ese sentimiento, así, a lo bruto, lo tenéis muy pocos. Para ir al Nou Camp o para enarbolar esteladas encuentras catalanes a punta de pala, pero, amigo, para asumir los sacrificios que la independencia implica, para eso ya no hay tantos dispuestos. Tendrás que reconocerme que la cosa es poco seria. Da la impresión de que muchos de tus compatriotas confunden el folclore con la independencia y que están dispuestos a manifestarse cuanto haga falta, pero no a mucho más. Me dirás que, a fin de cuentas, la gente corriente no puede hacer otra cosa. Eso es verdad sólo hasta cierto punto, porque, aunque es cierto que las decisiones políticas están en manos de otros, comprar bonos patrióticos sí podrían comprarlos y no lo hacen porque no se fían de que los compatriotas que los emiten, tan nacionalistas como ellos, los paguen. Así, creo yo, permíteme que te lo diga, va a ser muy difícil que hagáis patria.

Ahora me saldrás con que toda nación ha tenido que ser dirigida por una élite y que ninguna ha alcanzado su independencia gracias a un movimiento desde abajo, sino que han tenido que ser unos pocos con voluntad de hierro los que han conducido los pueblos a su liberación. No estoy seguro de que sea realmente así, pero quizá tengas razón y estoy dispuesto a concedértela. Así pues, admitamos que son unos pocos dirigentes iluminados los que han de ponerse al frente de la nación para dirigirla y liberarla. Así ha ocurrido tantas veces en la Historia y así será también en el caso de Cataluña. Serán sus dirigentes independentistas, no el pueblo catalán, quienes liberen a la nación. Eso está muy bien, pero para eso necesitáis líderes que de verdad quieran esa independencia y sientan su necesidad patrióticamente como tú. ¿De verdad crees que contáis con ellos? Ya sé que tú te sientes catalán y sólo catalán y que estás dispuesto a afrontar cuantos sacrificios se te impongan. Ya sé que tú te pondrías gustoso, si pudieras, al frente del movimiento y lo dirigirías con altruismo y desinterés personal, sólo entregado a la causa de la libertad de tu patria. Pero ¿y los dirigentes oficiales del independentismo? ¿Estás realmente convencido de que quieren lo que tú? ¿De que están dispuestos a asumir los mismos sacrificios y a correr los mismos riesgos? Yo los miro y lo que veo son aburguesados políticos, encaramados a la cucaña, que recurren al patriotismo catalán para esconder sus torpezas y venalidades. No me parece que tus líderes sean los más indicados para encabezar ningún movimiento que implique sacrificios y riesgos. Al contrario, los veo dispuestos a vender tu patria, si no por un plato de lentejas, sí por unos cuantos miles de millones de euros. El que ahora no haya metálico con que satisfacer sus peticiones no los convierte en los líderes entregados a la causa con altruismo e inteligencia que la Cataluña independiente con la que tú sueñas necesita.

Como ya veo que no me crees y que, reconociendo todos sus defectos, sigues pensando que tus líderes te conducirán hasta la ansiada tierra prometida de un modo o de otro, te contaré una anécdota del final del franquismo. Fuerza Nueva estaba entonces dirigida por el notario Blas Piñar. El movimiento político de extrema derecha tenía un órgano que se publicaba semanalmente. Uno de los números, cercano ya el final de Franco e iniciada la apertura del régimen, salió a la calle llamando prácticamente al ejército a sublevarse a fin de reconducir la situación. Fueron muchos los que acudieron a Franco asustados a pedirle que hiciera algo que abortara el inminente golpe. Franco los tranquilizó a todos y, como viera que no terminaba de conseguirlo, les argumentó preguntándoles que cuándo habían visto que una revolución estuviera encabezada por un notario. Naturalmente, la cosa quedó en nada. A vosotros, tristemente, os podría pasar lo mismo. Incluso tenéis a vuestro notario, ese Alfons López Tena que se disfraza de incendiario y que ya te digo yo que, llegado el momento de los sacrificios, os saldrá rana. Pero es que las demás luminarias con las que cuentas son tanto o más lilas.

Ya sé que no terminas de creerme, que estamos en el siglo XXI y que ahora todo se hace de forma más pausada, sin alharacas, sin estruendos, sin revoluciones ni golpes, y que para esta nueva era de pacíficos cambios los líderes que tenéis, discretos y moderados, son los apropiados. Pero yo te digo que el problema no es que sean discretos y moderados, sino que van a los suyo y que el país, no sólo el mío sino también el tuyo, les importa una higa y lo único que quieren es medrar, cuando no enriquecerse, además de que algunos de ellos sólo viven para tener juntamiento con fembra placentera, que diría el rijoso arcipreste.

Lo más gracioso de todo es que, a pesar del escaso entusiasmo del pueblo con el que cuentas y de las limitadas capacidades de tus dirigentes, puede que te salgas con la tuya y Cataluña acabe de verdad siendo independiente. Pero ya te digo de antemano que no será por la voluntad de tu pueblo, quebradiza como pocas, ni por el arrojo de tus dirigentes, ya que carecen por completo de él. Será por el hartazgo del resto de los españoles, a los que, creo, has conseguido convencer de que lo mejor es que os separéis y nos dejéis perseguir en común los pocos sueños que nos quedan, y de los que vosotros, independentistas de verdad o de mentira, no queréis participar. Sólo me queda desearte que, si finalmente es así, que sea para bien, aunque, sinceramente, déjame que no te arriende la ganancia.

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