Menú
CRÓNICAS COSMOPOLITAS

Funeral parlours

Siendo liberal y excesivamente tolerante, no me inmuto cuando alguien vomita su admiración por un escritor que me gusta a medias (o nada), o afirma apreciar a un político que desprecio. Además, tratándose de Rafael Conte, quien, desde que ha vuelto al regazo de El País, sobre todo, nos ha acostumbrado a escribir sandeces progres, a enfiler des perles con una monotonía que denota una fragilidad cerebral inquietante...

Siendo liberal y excesivamente tolerante, no me inmuto cuando alguien vomita su admiración por un escritor que me gusta a medias (o nada), o afirma apreciar a un político que desprecio. Además, tratándose de Rafael Conte, quien, desde que ha vuelto al regazo de El País, sobre todo, nos ha acostumbrado a escribir sandeces progres, a enfiler des perles con una monotonía que denota una fragilidad cerebral inquietante...
No hubiera, por lo tanto, comentado su articulillo en el que, con el título estrambótico de 'Duras-Mitterrand: diálogos de ultratumba' (El País, 8-V-06), elogia una mera operación comercial, algo así como la subasta de las braguitas de Madonna o la enagua de Marylin, de los herederos de ambos, la boba de nacimiento Mazarine Pingeot-Mitterrand y el "último acompañante" de Duras, Yann Andrea, el cual intentó robar el máximo de la herencia a su hijo Jean Mascolo –para quedarnos al nivel de las alcantarillas–, que reproducen en un libro las últimas y supuestas conversaciones (¿quién llevaba la grabadora?) entre la escritora y el presidente.
 
Pero ocurre que Conte miente. Tampoco es noticia. O, más precisamente, realiza una labor parecida a la de los funeral parlours, donde se pinta y maquilla a los cadáveres, se les eviscera para sacar la mierda, se ocultan la llagas y, si se da el caso, los escombros de la edad, para que parezcan jóvenes y vivos ante sus familias. En el caso de Conte, ante sus lectores.
 
Bueno, es cierto que Duras y Mitterrand se conocían, y es cierto que formaron parte del mismo grupo de la Resistencia, al final de la guerra: François como jefe, Marguerite como soldado/a. Pero no nos dice que antes habían sido funcionarios del régimen de Vichy: ella, en un modestísimo cargo en una comisión de la censura encargada de proporcionar o negar papel a las editoriales, según su grado de adhesión al "nuevo régimen" de Vichy (el papel estaba entonces estrictamente racionado, como todo); él, nada menos que en el Gobierno del mariscal Petain, con la cartera de Secretario de Estado encargado de los prisioneros de guerra. Porque lo primero que hizo tras evadirse del campo (no fue "liberado", Don Rafa; ese fue Sartre) fue plantarse en Vichy y cuadrarse ante el Mariscal: "¡A sus órdenes!"; e hizo tantos meritos que recibió la "Francisque", la máxima condecoración del régimen.
 
Fueron ambos, pues, resistentes del "séptimo día"; pero no quiero cargar las tintas, porque la mayoría de los franceses, que padecían entonces de la misma enfermedad que hoy: "Lo que sea, salvo la guerra", fue petainista, y cambió de opinión al ritmo de las victorias aliadas en todos los frentes. Lo mismo ocurría con el gran amigo de Mitterrand hasta el final, René Bousquet, secretario general de la policía de Vichy, lo cual no era moco de pavo.
 
François Mitterrand.Mitterrand llega, pues, a París y se hace cargo de un grupo de resistentes, de los que forma parte la ya joven novelista Marguerite Duras, y si no se sabe muy bien cuál era la actividad de dicho grupo (¿espionaje a favor de Londres?, ¿propaganda clandestina?; "guerrilla urbana", en todo caso, no), en cambio se sabe que Mitterrand ordena a Marguerite acostarse con un tal Delval para tirarle de la lengua, porque algunos de esos resistentes sospechaban que ese Delval era "gestapista". "Gestapista" se denominaba entonces, y más tarde, a todos los franceses, policías o chivatos, que colaboraban con la Gestapo nazi, incluso cuando no formaban parte de esa policía política, ultrajerarquizada, bien organizada y eficazmente criminal.
 
Sin demasiados miramientos, por lo visto, la Duras obedece y se acuesta con el "gestapista" francés. Por lo que he leído, éste era un joven de buen ver, festivo y casquivano, y el sacrificio en aras de la Causa resultó más bien agradable para la novata mata-hari.
 
Lo que nadie había previsto es que quien hablara demasiado sobre la almohada, después del coito, fuera ella y no él. Él no soltaba prenda, pero gracias a las confidencias de la Duras pudo denunciar a una treintena de resistentes, que fueron detenidos y deportados. Pensar que entre ellos pudiera estar, tal vez, el propio marido, entonces, de Duras, Robert Antelme, tiene bastante mal sabor. Pero todo apesta en esta historia, porque el "gestapista" Delval, cuando la Liberación, fue detenido, y en su juicio Duras fue testigo de cargo, y su testimonio fue uno de los que contribuyeron a condenar a muerte a su ex amante.
 
Pero la novela negra no concluye así, porque la Duras, habiéndose echado de amante a Dionys Mascolo, además del "gestapista", y mientras su marido Antelme estaba deportado, este Mascolo conoció a la primero mujer, luego viuda, de Delval, se hizo asimismo su amante y su relación duró años, y hasta tuvieron, Dionys y la viuda Delval, un hijo. Relación y paternidad de Mascolo que Marguerite ignoró por completo hasta su muerte, y después.
 
Pero en la vida de las personas en general, y muy en concreto en la del llamado "grupo de la calle Saint-Benoît", donde estaba el inmenso piso de Duras, nada es totalmente "malo", o "bueno"; y además, ¿quién tira la primera piedra? Pues a eso vamos. Conte, para mejor valorar sus mentiras, cuenta alguna verdad, y es cierto que en 1945, y gracias a un coche y unos salvaconductos obtenidos por Mitterrand, Mascolo, algún amigo y creo que también Marguerite fueron a Alemania en busca de Robert Antelme, de hecho a salvarle la vida, ya que le encontraron moribundo, realmente en las últimas, habiendo surgido el tremendo destino de los deportados que no eran kapos, aunque tampoco judíos, cuyo destino fue aún más trágico.
 
Marguerite Duras.Una mujer y su amante salvan la vida a un ser querido, "jurídicamente" el marido de ella, pero moribundo por haber sufrido tanto durante su deportación. Me parece muy bien. Les conocí a todos, lo cual siempre añade algo a la simpatía.
 
Pero vamos a ver, hagamos una primera autopsia del cadáver con los labios pintados por Conte: ¿qué ocurrió cinco años después? Cinco años más tarde fueron todos expulsados del PCF, al que, alelados y acomplejados, se habían adherido al final de la Ocupación nazi, o enseguida después de la guerra, convencidos de que era el partido de la clase obrera y de que la clase obrera el porvenir de la Humanidad, o si se prefiere la clase "portadora de valores eternos". A Marguerite se la expulsó por ser "puta", y a los otros, Antelme, Mascolo, Mannoni, etcétera, por haber traicionado los intereses de la clase obrera y de la URSS.
 
Teniendo encuentra los espíritus malévolos, precisaré: a Duras se la trató de puta, en diversas ocasiones, durante las asambleas del Rayo del 6º Distrito del PCF de París. Enfurecida ella, y aún más su entonces compañero, Mascolo, se dieron de baja del PCF, pero sus camaradas y amigos les convencieron de que no podían "desertar" y quisieron volver; pero se les cerró la puerta en las narices. Las cosas como son.
 
No pasó nada: vivían en una democracia burguesa, que tanto odiaban, y no en una "popular", que tanto admiraban; de haber sido así, una vez expulsados hubieran sido inmediatamente detenidos, deportados o fusilados. Tal vez Conte piense como Noam Chomsky, quien en su día escribió: "Desde luego, en los USA tengo más libertad para escribir, conferenciar o manifestar de la que tendría en la URSS, pero eso, políticamente, no tiene el menor valor". Desde luego, lo que diga, escriba o manifieste Chomsky no tiene, políticamente, el menor valor; en cambio, la libertad de expresión, de opinión, de manifestación no sólo tiene muchísimo valor, además lleva un nombre: democracia.
 
Y de Robert Antelme, el deportado, el superviviente de milagro, autor de un único y tremendo libro: La especie humana, víctima también de los kapos al no ser comunista y abogado de los kapos al convertirse en eso, expulsado por su camarada y amigo, Jorge Semprún, también deportado pero kamerad polizei, o kapo, y que por lo tanto regresó de Buchenwald no sólo con buena salud, sino con un profundo sentimiento de superioridad, ¿qué nos cuenta Conte? Nada que pueda oler a cadáver. No sé si fue Hearst u otro magnate de la prensa yanqui quien declaró que, cuando consideraba que la leyenda era más bonita (rentable) que la verdad, publicaba la leyenda.
 
Pues la chica leyenda que cuenta Rafael Conte sobre el dúo mefistofélico Mitterrand-Duras es un cadáver que apesta. No ha sabido embalsamarlos.
0
comentarios