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LOS CALENTÓLOGOS, EN EL DISPARADERO

Frío en Copenhague

En sus Estudios sobre teoría social, Alfred Schutz escribe esto: "La principal característica de la vida de un hombre en el mundo moderno es su convicción de que, en conjunto, su mundo vital no es totalmente comprensible para él ni para ninguno de sus semejantes". Tal pareciera ser el caso de muchos, entre los que me incluyo.

En sus Estudios sobre teoría social, Alfred Schutz escribe esto: "La principal característica de la vida de un hombre en el mundo moderno es su convicción de que, en conjunto, su mundo vital no es totalmente comprensible para él ni para ninguno de sus semejantes". Tal pareciera ser el caso de muchos, entre los que me incluyo.

Pero semejante actitud, sustentada en la razonable percepción de que nuestros conocimientos son limitados y la verdad científica absoluta y definitiva, una meta inalcanzable, estuvo lejos de la conferencia sobre cambio climático de Copenhague. Lo que vimos en la capital danesa fue un repugnante despliegue de vanidad, desplantes, dogmatismo e hipocresía, muy propio de las reuniones de las Naciones Unidas, pero particularmente inapropiado cuando se trata de asuntos complejos, que requieren un adecuado manejo de la humildad, ante el desafío de la ciencia, y ponderación a la hora de afrontar retos que escapan con creces a la voluntad de unos cuantos iluminados.

Como lector y admirador de Karl Popper, entiendo que la ciencia exige formular conjeturas exploratorias acerca de los problemas, y luego procurar refutarlas con rigor, para así abrir nuevos caminos y descartar posturas inflexibles que confunden el trabajo científico con la lucha ideológica.

Lo que se hizo patente en Copenhague fue lo contrario de lo que Popper plantea como ideal de una ciencia honesta y ajena a los dogmas. Más allá del exhibicionismo de déspotas tercermundistas, bufones de la ONU y otros personajes tan desdeñables como tristes, el encuentro transcurrió bajo la sombra de un fantasma, el del llamado Climagate.

Si el lector de estas líneas obtiene su información internacional tan sólo a través de editorialistas bien intencionados que a diario nos abruman con sus listados de lugares comunes, no se habrá enterado del ya famoso asunto. En síntesis: uno de los más reputados centros de investigación sobre el famoso cambio climático, en el que se elaboran modelos que han logrado aterrorizar a media humanidad, incurrió en prácticas deshonestas que destruyen todos los criterios de probidad científica.

Sin ánimo de entrar en polémicas, lo que cabe decir es que la ciencia del cambio climático no es un dogma, que aún existen amplias zonas de razonable duda en torno al impacto efectivo de la acción del hombre sobre el clima y, de paso, que las soluciones que algunos proponen lucen poco factibles y quizás aún más catastróficas que lo que se pretende evitar.

La reunión de Copenhague degeneró en una grotesca competencia de dictadores y demagogos por extraer dinero de los bolsillos de los acomplejados países ricos de Occidente, con sus patéticos dirigentes. Los espectros del colectivismo y del gobierno mundial asomaron también sus feos rostros, y uno se pregunta: ¿por qué será que los enemigos de la libertad individual, el más importante legado de Occidente, terminan siempre por dominar esas conferencias internacionales? ¿Es el cambio climático otro instrumento en manos de quienes aspiran a controlar nuestras vidas?

Por fortuna, un sano escepticismo se abre paulatinamente camino en este terreno. Parece que ya no les será posible, a los falsos científicos, los burócratas de la ONU y los tiranuelos tercermundistas, colocar tan fácilmente su agenda, en no poca medida fraudulenta. Sólo si este escepticismo se expande será posible abordar la cuestión con alguna seriedad.


© AIPE

ANÍBAL ROMERO, profesor de Teoría Política en la Universidad Metropolitana de Caracas.

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