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LIBREPENSAMIENTOS

Frédéric Bastiat, visto y no visto

Frédéric Bastiat recorre el firmamento de las ideas económicas, lo mismo que su propia vida, como una estrella fugaz. Deja tras de sí una obra fraguada en pocos años, aunque extensa y muy intensa, que le permite brillar con más fulgor que el resto de los astros, próximos o lejanos a él. Desgraciadamente, la estela de sus penetrantes exposiciones sólo ha dejado impresión en pocos lectores, acaso por ser poco divulgadas y conocidas en las universidades, los medios y la academia.

Frédéric Bastiat recorre el firmamento de las ideas económicas, lo mismo que su propia vida, como una estrella fugaz. Deja tras de sí una obra fraguada en pocos años, aunque extensa y muy intensa, que le permite brillar con más fulgor que el resto de los astros, próximos o lejanos a él. Desgraciadamente, la estela de sus penetrantes exposiciones sólo ha dejado impresión en pocos lectores, acaso por ser poco divulgadas y conocidas en las universidades, los medios y la academia.
Pasa Bastiat como un relámpago por estos librepensamientos, y yo formulo un deseo: que ningún amante de la libertad todavía ajeno a la delicia de su producción diga a partir de este momento que no sabe de ella ni es consciente de la importancia que tiene. La lectura de los ensayos y panfletos liberales de Bastiat resulta tonificante y estimulante en grado sumo, no deja indiferente a propios ni a extraños: a los primeros, porque les esclarece aquello que acaso aún no han comprendido con plena claridad del discurso de la libertad, o no sepan ilustrarlo, comunicarlo y transmitirlo como sería menester; a los segundos, no importa las particulares concepciones del mundo y la vida que sostengan, porque, si son éstas sinceras y meditadas, comprobarán hasta qué punto mejoran a la luz de los principios liberales.
 
Reto, pues, a cualquier individuo todavía renuente hacia el liberalismo, cuyos prejuicios no nublen su entendimiento y voluntad, ni su cinismo o perversidad lo tengan definitivamente intoxicado, que se sumerja en los razonamientos de Bastiat a propósito de las bondades del librecambio y el capitalismo y de las barbaridades del proteccionismo y el socialismo; es más: que las refute y muestre su error, si es capaz. ¿Será esta fuerza de persuasión el motivo de que se hable tan poco de Bastiat? ¿Será por esta razón que la recuperación y difusión de sus ideas alcance el rango de utilidad general y el de valor sin igual?
 
Autor de numerosos ensayos, artículos periodísticos y breves folletos, el esfuerzo que demuestra por hacerse entender a través de ellos revela que el destinatario de los mismos no es el intelectual ni el académico, sino la sociedad civil ilustrada, para la que un buen ejemplo vale más que mil tratados y una ingeniosa parábola resulta más provechosa que los cuentos chinos que proclaman muy ufanos los falsos profetas, los iluminados reformadores y los aprendices de brujo.
 
En su libro más ambicioso, Armonías económicas, declara: "La idea dominante de este escrito, la armonía de los intereses, es sencilla. ¿No es la sencillez la piedra de toque de la verdad?". Como sabemos, para Ortega la claridad es la cortesía del filósofo. Sencillez. Claridad. ¿Vemos ya la huella de los espíritus libres? ¿Reconocemos la senda de los pensadores elegantes y veraces? Las exposiciones del liberalismo que realiza Bastiat, más que materia de ciencia son, en verdad, asunto de sentido común.
 
La biografía de Frédéric Bastiat (1801-1850) no precisa de muchos volúmenes para ser reseñada, aunque como todas las que contienen una rica personalidad es pródiga en datos y señales de gran fuerza simbólica. Nacido en Bayona, queda huérfano a muy temprana edad. Su salud y su complexión son débiles. Debe, pues, vivir apresuradamente, valerse por sí mismo, aprender rápido, interpretar lo que disponen la naturaleza y el destino para no errar el rumbo. No perder el tiempo que tan deprisa se nos va. Es preciso orientarse por la vía del ejercicio, el ensayo, la experiencia y la libertad: ¿no son éstas, sin casualidad, las principales conclusiones de su penetrante meditación sobre la forma de abordar los asuntos humanos?
 
Pronto abandona la tutela del abuelo, a cuyo cuidado queda tras la muerte de sus padres, forjándose el intelecto y el carácter en los libros y el mundo empresarial, en la prensa y la política. A pesar de la fama que le persigue de autor autodidacta, lo cierto es que la educación obtenida no proviene de conductos neutros, aleatorios y caprichosos, ni es impulsada por un viento racheado, flojo o variable. Aprende con constancia y seleccionando. Lee con provecho a Adam Smith, J. B. Say, Charles Comte, Turgot y De Tracy, y a los 19 años se inicia en los círculos francmasónicos de Bayona.
 
La influencia masónica en los círculos intelectuales, económicos y políticos de la época no es insólita, sino notable e influyente. De hecho, un poderoso banquero bayonés, masón y ministro, procura el nombramiento de Bastiat como juez de paz.
 
Muere el abuelo cuando Bastiat cuenta 25 años, y la herencia familiar pasa a sus manos. Desde ese momento ya puede concentrar todos los esfuerzos en escribir, comunicar y hacer comprensible a quien quiera leerle y escucharle cuatro o cinco ideas principales y muy sencillas, las justas para vivir mejor: "Todo esto es claro, simple, perfectamente definido y delimitado, accesible a toda inteligencia, visible a toda mirada, inmutable, inalterable, que no admite ni más ni menos" (La ley).
 
En 1844 comienza una asidua colaboración en el afamado Journal des Economistes. Publica allí artículos sobre temas de actualidad, denunciando, en particular, las obstinaciones y falacias que ciegan la escena pública francesa, abandonada a la fantasía de sostenerse y sobrevivir bajo un Estado que todo lo remedia sin que supuestamente nada cueste a nadie, puesto que sus recursos salen de la nada… Esto es lo aparente. Lo cierto, por el contrario, es que el Estado no vale nada, aunque nos cueste a todos muy caro.
 
Cuarenta y nueve años de existencia y seis de vita activa (Bastiat muere en Roma en 1850, víctima de la tuberculosis). Esta trayectoria fugaz no impide que sus Obras Completas hayan necesitado la nada despreciable cantidad de siete tomos para recoger el torrente de libertad de sus ideas. En tiempo tan corto, Bastiat tiene que hacerse entender sin excusas ni excursus, sin perderse en sutilezas metafísicas ni vacuas divagaciones, tan propias de "ingenieros sociales" y utopistas.
 
Juzgo muy significativo que uno de los textos más célebres de Bastiat lleve el preciso y precioso título de Lo que se ve y lo que no se ve. La apariencia y la realidad, el lugar común y el fundamento, la opinión y el conocimiento: he aquí las dos vías por las que la mente y la cartera de las gentes son o atracadas por la ideología y la superchería o bien colmadas de bienes y valores. Bastiat recurre con frecuencia al didáctico ejemplo, a la recreación de situaciones cotidianas, y es un verdadero maestro en el arte de la reducción al absurdo a la hora de revelar la verdad y denunciar la mentira y la falacia.
 
Contiene este ensayo un capítulo dedicado a esclarecer la pareja conceptual lujo/ahorro, cuya referencia juzgo muy útil traer aquí. A este respecto, las "máximas vulgares" tienden a enfrentar ambas nociones. Bastiat recurre a un habitual minirrelato, con vocación de moraleja, a fin de reconciliarlas.
 
Dos hermanos, Mordor y Aristo (los nombres ya señalan la diferencia moral entre ambos, aunque Bastiat no leyese a Tolkien), reciben una considerable herencia: el primero, "verdugo del dinero", gasta sin freno, como queriendo confirmar con su disipado proceder que la moneda es redonda para que ruede. El segundo modera los gastos y ahorra; en una palabra: economiza. Un precipitado dictamen del caso daría a Mordor la preeminencia económica y a Aristo la superioridad moral. Esto es lo que se ve. No obstante, lo que no se ve, lo real, es que ahorro y lujo son beneficiosos a la par: "ahorrar es gastar".
 
Aunque el ahorro supera moralmente al lujo, éste no puede ser tenido por inmoral, a menos que tengamos por tal el incremento del capital, el aumento de la renta y el crecimiento de la buena vida. En verdad, se trata de dos fuerzas económicas que convergen de hecho. Ocurre que, gracias al "divino inventor del orden social, que, en esto como en todo, la economía política y la moral, lejos de hallarse en contradicción, están de acuerdo".
 
Lo que deviene de la naturaleza humana y de la naturaleza de las cosas no puede ser inconveniente. Y nada hay mejor, más natural, más útil ni más provechoso para los hombres que la riqueza. La aspiración por lograrla es "inmensa, incesante, universal, indomable" (Armonías económicas). Hasta aquí el librepensamiento.
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