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LOS MOTIVOS DE LA NEUTRALIDAD

Franco y la Guerra Mundial

Recientemente se ha publicado el libro "La guerra secreta de Franco", obra del historiador Manuel Ros Agudo, cuya capacidad deductiva y lógica parece estar por encima de la media, pues llega a conclusiones que, cuando menos, nos invitan a dudar, cuando no a rechazarlas por insuficientes. Pero Ros Agudo no es el único historiador cuyas deducciones nos llaman a la duda, sino que hay muchos más...

Una brillante historiografía ha convertido a Franco en un enigma único. Preston, Blanco Escolá, Viñas, Tusell y tantos otros, han demostrado que Franco ganó la guerra civil a golpe de estulticia e ineptitud; que luego, con una simple mezcla de brutalidad y astucia aldeana, derrotó durante 36 años a sus enemigos políticos, evidentemente mucho más inteligentes y diestros; que superó el asedio internacional sin la menor habilidad o previsión de su parte: sólo porque USA y Gran Bretaña tuvieron la ocurrencia, presumiblemente mala, de embarcarse en la guerra fría contra Stalin; que dirigió al país a un desarrollo económico espectacular a base de contravenir todas las reglas de la economía, de las cuales, por lo demás, no tenía la menor idea (otra versión, observa A. Viñas con agudeza, "está desautorizada por todas las investigaciones solventes"). ¿Cómo es posible? Cabría pensar si la sagacidad e inteligencia de esos historiadores será tan grande como la que implícitamente se atribuyen. Pero basta sumergirse en sus datos y argumentaciones para ver que no puede haber sido de otro modo: un personajillo miserable en lo moral, taimado, pero poco más que estúpido en lo intelectual, incapaz e ignorante en lo profesional, alcanzó semejantes éxitos. ¡Tan enigmática llega a resultar la historia, que sólo cerebros privilegiados y excepcionalmente adiestrados llegan a entenderla!

En esa línea, el historiador Manuel Ros Agudo acaba de marcar un nuevo hito con su estudio La guerra secreta de Franco: "el mito de la prudente neutralidad de Franco durante la segunda guerra mundial hace tiempo que necesitaba ser definitivamente enterrado. Este libro pretende haber contribuido a ello". Y, en efecto, Ros muestra cómo el mando franquista, en vez de reconstruir el país, proyectó poner en pie un enorme ejército, con una vasta flota aérea y una escuadra a tono. Y planeó atacar a Francia y a Gibraltar apenas empezada la guerra europea, antes de la derrota francesa y, por tanto, de cualquier presión alemana en la frontera pirenaica. La idea era entrar en la contienda, si era corta, cuando estuviera decidida, para beneficiarse de la presumible victoria alemana, a costa de los imperios francés (en África), e inglés (Gibraltar). Frustrados esos proyectos, satisfizo sus ansias bélicas y simpatías por Hitler abasteciendo a sus submarinos, permitiéndole establecer una amplia red de espionaje, fomentando la colaboración policial, vendiéndole el estratégico wolframio, poniendo a su servicio la marina mercante, tratando de debilitar la influencia estadounidense en Hispanoamérica y, al final, ayudando a los derrotados alemanes a salvar lo salvable.

A resultas de tan inaudita colección de imprudencias, desatinos y provocaciones, España se mantuvo neutral o, si se prefiere, no beligerante. De tales fechorías era capaz aquel insensato Caudillo.

Con todo, y sin dudar de la profundidad de análisis de Ros y los demás, me permitiré hacer algunas observaciones, nacidas, claro está, de mi insuficiente adiestramiento mental, que sin duda ellos tendrán el pedagógico placer de rebatir, para instrucción de tantos escépticos y completa desmitificación del mito.

El autor del libro, con meritorio esfuerzo por entender la mentalidad que condujo al franquismo a tales desafueros, señala: "Para los Estados Mayores españoles desde un principio resultó claro que los enemigos potenciales de España en esta guerra serían Francia e Inglaterra, y Alemania e Italia los aliados más probables", pues "los intereses de Alemania e Italia, centrados en la derrota de Francia e Inglaterra, confluían con los de España (…). El Caudillo había salido victorioso de una larga guerra civil de tres años gracias a la ayuda inestimable de Roma y Berlín (…). Aunque sólo fuera por estas razones (había otras muchas) un régimen nacionalista como el español no podía sentir sino rencor y hasta desprecio por los gobiernos de París y Londres". Cierto. Sin llegar necesariamente al rencor y al desprecio, aquella España no tenía ningún deber de gratitud hacia las democracias (excepto USA, que le había suministrado el inestimable petróleo), y sí hacia las potencias fascistas, de cuya victoria podía esperar, además, la recuperación de Gibraltar y expansión por África. Estas consideraciones aconsejaban entrar en guerra al lado de Hitler. Y otra más, no citada por Ros: la posición de una España desagradecidamente neutral ante una Alemania vencedora habría resultado sumamente peligrosa.

El autor debiera haber añadido, para mejor comprensión del caso, que si bien el nazismo ya mostraba una gran perversidad, todavía no había creado los campos de exterminio que le retratan indeleblemente, mientras que el régimen soviético, soporte principal del bando que Ros llama finamente "republicano", había ocasionado ya montañas de cadáveres.

¿Por qué, con todo ello, no entró Franco en la guerra? Me atrevo a decir que entenderlo exige tomar en cuenta otros factores muy presentes en la mentalidad del dictador, pero omitidos en el libro. Para empezar, la posibilidad de una derrota alemana. Preston y otros presentan a un Caudillo ignaro y estulto, convencido de la victoria nazi hasta casi el final de la guerra. Pero de ser así, habría entrado en ella, no ya por compartir el botín, sino por el temor a un Hitler resentido con él.

Ese olvido lleva al autor a escandalizarse indebidamente por unos desmesurados planes armamentistas, por lo demás nunca aplicados, o por estudios para un ataque a Gibraltar y a Francia. Todos los gobiernos y estados mayores trazan planes así en tiempos de crisis. Francia, por ejemplo, consideró en 1938 la invasión de Cataluña, las Baleares y el Marruecos español, y Ros mismo cita el plan inglés de ocupar las Canarias, o de invadir la zona colindante de Gibraltar en una amplitud de 40 kilómetros. Esto, en cambio, no le escandaliza en absoluto, quizá porque Gibraltar es para él sólo un "tema recurrente del nacionalismo español", y el nacionalismo de Ros parece más bien anglosajón.

Un segundo factor en los cálculos de Franco, al que el autor no da todo su peso, era la conciencia de la dramática situación económica del país. Dependiendo del mar para sus importaciones, y estando éste bajo dominio británico, una guerra larga supondría para España sacrificios y riesgos que aquel creía excesivos. Estaba dispuesto a apoyar a Alemania, pero no a comprometer por ello la independencia e integridad españolas. Ros debiera haber recordado que ya en 1938, en plena guerra civil, había declarado su futura neutralidad en caso de guerra europea, para enfado de sus aliados.

Y, quizá más importante, al Caudillo no le hacía ninguna gracia el pacto Hitler-Stalin, y si bien poco amistoso hacia las democracias, percibía claramente que de una contienda larga entre éstas y los países fascistas sólo podría salir beneficiada la URSS. De ahí que, al tiempo que hacía planes de rearme e intervención como los mencionados, hiciera también llamamientos a la paz en occidente, lo cual no respondía a mero oportunismo, sino a una preocupación muy realista. Para él, el enemigo principal era la URSS, y si esto no se tiene en cuenta, me parece difícil entender algo del problema.

De hecho, Franco sí participó en la guerra mundial, precisamente en Rusia, adonde envió cerca de 50.000 voluntarios, asunto curiosamente marginado por Ros, a pesar de lo extremadamente revelador que es. Además, con ello consideró el Caudillo satisfechas, en lo esencial, sus obligaciones hacia Hitler, para lo cual corrió un riesgo muy serio, pues las democracias, aliadas de Stalin en aquel momento, podrían tomarlo como una agresión a todas ellas.

Maniobrar armonizando intereses y obligaciones tan complejos y a menudo contradictorios, mantener el equilibrio en el curso cambiante de una larga contienda, y bajo la amenaza de invasión de unos o de otros, me parece una tarea sumamente difícil, aunque quizás para Ros, Preston y los demás no lo fuera.

Otro olvido lamentable en un libro por lo demás tan completo, es un balance de resultados de la neutralidad para los Aliados y para Alemania. Las ventajas obtenidas por los nazis en España tuvieron carácter táctico, pero la neutralidad en sí misma representó para los Aliados una inestimable ventaja estratégica, que les permitió asegurarse la permanencia en el Mediterráneo primero, y la ocupación del norte de África y la invasión de Italia después. Así vino a reconocerlo Churchill, y es una evidencia. Sin duda esto ayuda a explicar por qué las potencias anglosajonas respetaron la neutralidad española, pese a su colaboración con Alemania, aunque estuvieran a punto de invadir nuestro país en algún momento. Ros compara desfavorablemente la neutralidad española con las de Suiza, Suecia y otros. Pero podemos resumir así la cuestión: Suecia permitió el paso de tropas alemanas para asegurar la ocupación de Noruega, España no permitió nada parecido para ocupar Gibraltar. En cuanto a Suiza, está la muy diferente actitud, tan favorable al crédito de Franco, con respecto a los perseguidos judíos.

Haré una última observación. De la ayuda alemana en el puente aéreo sobre el estrecho de Gibraltar, quizá la operación más decisiva de la guerra civil, dice Ros: "La celeridad con que esta ayuda se puso en marcha fue vital para el avance de las tropas sublevadas en Andalucía Occidental y hacia Extremadura (…) Se puede coincidir con lo expresado por un resentido Führer a principios de 1941: sin esta ayuda germano-italiana no existirían ni el Caudillo ni su régimen". Craso error, muy divulgado por Viñas y otros. Cuando los aviones alemanes empezaron a cruzar el Estrecho, el puente aéreo con aviones españoles ya había consolidado el dominio rebelde en Andalucía Occidental y prácticamente conseguido la unión de esa zona con la de Mola, y abastecido de municiones a éste, que se hallaba al borde del colapso por falta de ellas. Pero tiene interés la referencia al resentimiento de Hitler ante un Franco renuente a entrar en guerra a su lado. Muchos autores, empezando por Preston, afirman que si España fue neutral se debió, en último extremo, al desinterés de Hitler por su ayuda. ¿Por qué, entonces, ese resentimiento?

Comprendo que estas observaciones pueden causar la impresión de un Franco extraordinariamente hábil y prudente durante el gran conflicto. Eso, claro está, no puede ser cierto. Pero las hago para que Ros y los demás, contestando a ellas, acaben de poner las cosas en su sitio, convenciendo del todo a quienes no disfrutamos de una capacidad lógica tan elevada como la suya.

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