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'INTERNADOS DE EXCELENCIA' EN FRANCIA

Excelencia es igualdad

Los que sean de cultura afrancesada me entenderán enseguida. El proyecto de bachillerato de excelencia que plantea la presidenta de la Comunidad de Madrid, Esperanza Aguirre, para el año 2012 entronca con unas iniciativas similares puestas en marcha en 2008 por el presidente Sarkozy. Y parece que es una dinámica imparable en Europa.


	Los que sean de cultura afrancesada me entenderán enseguida. El proyecto de bachillerato de excelencia que plantea la presidenta de la Comunidad de Madrid, Esperanza Aguirre, para el año 2012 entronca con unas iniciativas similares puestas en marcha en 2008 por el presidente Sarkozy. Y parece que es una dinámica imparable en Europa.

Le llueven las críticas a la presidenta, y la argumentación utilizada por los sindicatos y por el Ministerio de Educación es un calco de la que se esgrimió cuando el presidente Sarkozy creó los llamados internados de excelencia.

"La medida segrega, privatiza y retrocede (sic)", se lanza a decir doña Cándida Martínez, cuya capacidad de síntesis teórica la hace sin duda merecedora de su presencia en el Congreso de los Diputados.

La aplicación del modelo de excelencia difiere sustancialmente en función de la tradición educativa de cada país. En este sentido, la creación de centros de excelencia en Francia, con los alumnos en régimen de internado, procede de la tradición de las escuelas normales de la III República. Y, por supuesto, se corresponde con un concepto de familia diferente al nuestro. Nicolas Sarkozy:

El internado de excelencia está pensado para alumnos de colegios y liceos y para estudiantes motivados, con excelente currículo, que no tienen un marco favorable para desarrollar todo su potencial intelectual.

Esta medida concreta es complementaria de proyectos integradores como Espoirs Banlieues o Ambition Réussite, que promueven la pedagogía de los valores democráticos dentro una población, inmigrante o no, que bordea la exclusión. Los barrios sensibles han proliferado de manera asombrosa en las periferias de las grandes urbes francesas. Son microespacios que se rigen con leyes propias. Algunos de ellos son inaccesibles para el extraño, y a veces incluso para la policía.

En su discurso de Marly-le-Roy del 9 de septiembre del 2010, el presidente Sarkozy definía muy claramente su proyecto de internados de excelencia:

Se trata de romper con los discursos miserabilistas que utiliza buena parte del sindicalismo y la intelectualidad de izquierda, y tras los cuales se ampara la abulia crónica. Se trata de que se deje de asimilar [determinados] orígenes o barriadas con el fracaso escolar.

El gobierno de Sarkozy busca romper la ecuación fatalista. Por eso aporta soluciones inmediatas para aquellos estudiantes que, proviniendo de ámbitos sociales sin recursos, tengan un potencial muy prometedor (los expedientes como indicio). Se pretende así también posibilitarles la consecución de algo menos tangible pero no menos importante: la materialización de un sueño a la medida. Obtener una recompensa que el presente parece negarles.

El foco de atención son los alumnos méritants. La RAE nos dice del meritorio: "Digno de premio o galardón".

El arrojo intelectual da siempre sus frutos en democracia. La audacia política es algo que cada ciudadano debe exigir. La tibieza rampante en las instituciones escolares ha acabado por desvirtuar el contenido primero de la palabra igualdad. La ha convertido en una palabra hueca. Inservible. Es lo que ha visto el gobierno francés. El presidente Sarkozy abre una vía selectiva en nombre del principio de igualdad republicana para reajustar un modelo escolar insostenible a largo plazo.

Sí, en nombre de la igualdad se han abierto estas escuelas de excelencia; porque, como recordaba Sarkozy en Marly-le-Roi,

la igualdad no es dar la misma cosa a todo el mundo, es dar más a los que tienen menos.

Esa definición de igualdad social ya la formularon a finales del s. XVIII los primeros ideólogos de la escuela pública, como Lakanal:

Para gloria de la patria y progreso del espíritu humano, se requiere que los jóvenes ciudadanos distinguidos por la naturaleza de la clase ordinaria hallen una esfera en la cual sus talentos puedan florecer; sea cual sea el estado en que el azar les haya hecho nacer, sea cual sea su fortuna, la nación se hace cargo de su genio; los pule, más en beneficio propio que en el de ellos; y a sus expensas hace de ellos un Euclides o un D'Alembert, un Quintiliano o un Rollin, un Locke o un Condillac, un Drake o un Lapeyrousse; para tan gran obra acopiará todos cuantos recursos posea, porque emplearlos de tal modo no es consumirlos sino multiplicarlos.

Y hoy, en nombre de la igualdad, se hallan en funcionamiento 13 internados de excelencia en toda Francia y la Guyana. Ya son 20.000 escolares de 13 a 17 años los que estudian en esos centros de excelencia, auténticos trampolines sociales.

"¡Qué son 20.000 niños frente a los 12 millones escolarizados!", dice la oposición a Sarkozy. Nada. O todo, según se vea. Desde luego, todo para los escolares esforzados y dignos de una promoción con la que nunca pusieron soñar, ni ellos ni sus padres. Todo, sí, para todos y cada uno de ellos.

Todos los que hemos sido profesores nos hemos curtido en esa extraña maraña de voces incesantes y rostros silentes. Y siempre quisimos dar clase para aquellos rostros atentos cuyos ojos no te perdían de vista. Y nos aferrábamos a esas escasas miradas que se modificaban imperceptiblemente cuando, al fin, parecían descubrir algo tras tus palabras. Todos los profesores nos hemos amarrado a ese momento privilegiado para dar sentido a una profesión muy dura.

La transmisión del conocimiento tiene una parte material y otra intangible, no menos decisiva: es la de los sueños.

Todos nos hemos forjado intelectualmente con un rostro, y ese rostro nos acompaña muchas décadas después. Y somos lo que somos porque alguien te ofreció el mundo complicado y tú lo aceptaste, sin temor. Ese alguien que hizo que la lógica social sobre la que iniciabas tu vida pudiese modificarse. Y junto a tu profesor, tu cabeza ardía. Y entraste en la vida.

La escuela pública salvó a muchos niños franceses e inmigrantes que vivíamos en las periferias obreras en los años 60. Puedo decir que para mí, como para los chavales españoles, portugueses, argelinos, malgaches o franceses de souche cuyos padres, sin cualificación laboral alguna, vivían bajo mínimos, la escuela republicana fue vector de vida. Su disciplina fue nuestra salvación; su equidad, nuestro futuro. Y lo digo sin retórica alguna.

En 2011, la escuela ha cambiado. Sustancialmente. A peor.

"No había un lugar para el alumno esforzado", insiste el presidente Sarkozy. La oposición replica:"Sólo se ocupa de los mejores abandonando a los que más apoyo necesitan".

¡Como si fueran a vaciarse los institutos públicos de las cabezas más valiosas de toda Francia!

La falacia, la pusilanimidad y la mala fe son más peligrosas que el error.

"Es una oportunidad. Un lugar donde el alumno tiene su propia habitación y su equipo informático". "Es una promoción, una recompensa y un reconocimiento a su mérito". La meritocracia... ¡anatema! Como si la meritocracia no viniera a reconocer el esfuerzo de cada escolar. ¡Como si la meritocracia fuera un castigo para el escolar y una vergüenza para quienes la aplican por mor de la igualdad!

En España, en estos días, encontramos críticas a la excelencia del proyecto piloto de la presidenta Aguirre. Una de ellas no tiene desperdicio:

El aula es un ecosistema (sic) donde el joven aprende competencia, contenidos, pero también aprende a convivir con sus compañeros y éstos son más y menos dotados intelectualmente.

Mario Bedera dixit.

Deténganse en el rigor conceptual del "más y menos dotados intelectualmente".

¡Como si la escuela fuera un campamento de verano!

El proyecto es tan necesario en España como lo fue el de Sarkozy en Francia hace dos años. Y se aplicará. Entre tanto, y para que se convenzan de que se trata de un asunto urgente, busquen por internet el folleto sobre las elecciones a rector en la Complutense que se distribuyó la semana pasada. Rezaba así:

Por la exelencia (sic) de la universidad.

Los aspirantes a rector no se fijan en esos detalles. Están en lo suyo.

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