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CATALUÑA

Están borrando la línea roja

Hace pocas semanas, cuando el presidente de la Generalitat de Cataluña, Artur Mas, advirtió a los indignados de que reprimiría con mano dura a quienes cruzaran "la línea roja que separa nítidamente las actitudes democráticas de las que no tienen en cuenta la voluntad de la mayoría, expresada con claridad aritmética en las urnas", escribí que esa línea roja está tan desteñida que resulta casi invisible, porque la pisotean hasta el hartazgo quienes tienen la obligación de proteger el marco constitucional.


	Hace pocas semanas, cuando el presidente de la Generalitat de Cataluña, Artur Mas, advirtió a los indignados de que reprimiría con mano dura a quienes cruzaran "la línea roja que separa nítidamente las actitudes democráticas de las que no tienen en cuenta la voluntad de la mayoría, expresada con claridad aritmética en las urnas", escribí que esa línea roja está tan desteñida que resulta casi invisible, porque la pisotean hasta el hartazgo quienes tienen la obligación de proteger el marco constitucional.

Ahora, Artur Mas y su entorno secesionista parecen resueltos a borrarla premeditadamente.

Cinco patricios catalanes

Òmnium Cultural, una organización con 25.000 socios que jamás ha recibido el aval de "la voluntad de la mayoría, expresada con claridad aritmética en las urnas", fue el muñeco que se encargó de transmitir a la sociedad lo que el ventrílocuo le dictaba desde el centro del poder: la amenaza de objeción fiscal si la mayoría claramente expresada en las urnas no cede a las exigencias de la élite de rancio abolengo que allí se congrega desde hace medio siglo. Fue precisamente cuando se celebró el cincuentenario del club en el opulento Palau Dalmases de Barcelona –con delegaciones de la Catalunya Nord francesa y el Alguer italiano– que su presidenta recitó el memorial de agravios contra España, y enumeró los objetivos por conquistar como si de la cima de una montaña se tratara. La escalada abarcaría tres etapas: la "independencia cultural", con una inmersión lingüística invulnerable a "acciones particulares"; la "independencia fiscal", impuesta mediante la "objeción fiscal", y, tocando el cielo, "el ejercicio irrenunciable y efectivo del derecho a la autodeterminación". La aplaudieron el alcalde de Barcelona, Xavier Trias; la presidenta del Parlamento, Núria de Gispert, y los consejeros de Cultura (Ferran Mascarell), Economía (Andreu Mas-Colell) e Interior (Felip Puig).

Josep Maria Sòria aprovechó el acontecimiento para ofrecer una reseña de la historia de Òmnium Cultural (La Vanguardia, 10/7/2001) que plantea serias duras al lector no sectario. Sòria hace hincapié en la dura represión de la dictadura franquista contra el menor atisbo de cultura catalana, aunque recuerda "que de vez en cuando era autorizado algún libro, siempre severamente controlado por la censura y en condiciones de auténtica heroicidad, como hizo Josep Pla en la colección Selecta". La censura, como es sabido, controlaba los contenidos y no la lengua, y prohibía sin contemplaciones libros escritos en castellano. Pero aun así, según explicó Ferran Soldevila en Que cal saber de Catalunya, en 1942 aparecieron 4 libros en catalán; en 1946, 12; en 1947, 53; y así sucesivamente, hasta llegar a 208 en 1963, 294 en 1964 y 453 en 1965.

En 1960 "cinco patricios catalanes" –como los define Sòria–, encabezados por Félix Millet i Maristany, crearon el premio de novela catalana Sant Jordi, dotado con 150.000 pesetas, para competir con el Nadal. Aunque llegaron tarde: en 1948 Maria Aurelia Capmany ya había recibido el premio Joan Martorell de novela catalana por El cel no és transparent. En 1960 Josep Maria de Sagarra recibe la orden de Alfonso X el Sabio tras la publicación de sus Memories en catalán. Y así se prolonga una larga lista de premios y distinciones en el terreno de la literatura y el teatro catalanes, aunque no de la política, vedada a castellanohablantes y catalanohablantes por igual.

Satisfechos con el franquismo

Ha sido precisamente el hijo de Josep Maria de Sagarra, Joan, quien ha matizado con una dosis de ironía el relato épico de Sòria (La Vanguardia, 17/7/2011). Señala Joan de Sagarra que Fèlix Millet i Maristany fue tildado de "traidor" por sus cofrades de la catalanista y clandestina Agrupació Cultural Minerva, nacida en 1943 con el nombre de Benéfica Minerva, cuando la abandonó en 1961 para fundar Òmnium Cultural con la ayuda de un grupo de burgesos catalanistes. Joan de Sagarra evoca un encuentro que él y Terenci Moix tuvieron con Pau Riera, viejo miembro de la Benéfica Minerva y a la sazón presidente de Òmnium Cultural, para pedirle, inútilmente, que esta institución concediera a Josep Pla el Premi d'Honor de les Lletres Catalanes. Este fue el argumento de Joan de Sagarra:

Teniendo en cuenta que muchos de los miembros de la Benèfica Minerva y de Òmnium, sin ser declaradamente franquistas, sí están relativamente satisfechos con el franquismo (como el mismo Félix Millet, amigo personal de Carceller, el ministro de Finanzas de Franco), y teniendo en cuenta que su adscripción a la Benéfica y a Òmnium (como era el caso del señor Pau Riera) obedece, ante todo, a su interés por preservar y levantar la lengua y la cultura catalanas, no entiendo cómo le niegan el premio a Pla, quien probablemente se ha beneficiado menos con el franquismo que algunos prohombres de la Benéfica y de Òmnium Cultural (...) Pero todo eso ya es historia. Pau Riera y Josep Pla están muertos, y hoy Òmnium Cultural organiza gigantescas manifestaciones y lanza proclamas políticas.

¡Y que lo diga! Como sentenció Enric Millo, diputado autonómico del PP: "Òmnium es cada vez menos cultural y más partidista, y se erige como representante de la sociedad civil catalana cuando no la representa". Efectivamente, el Òmnium partidista convocó la "gigantesca manifestación" independentista del 10 de julio del 2010, que según Lynce, la entidad especializada en medir científicamente la asistencia a este tipo de eventos, no reunió a un millón o un millón y medio de personas, como calcularon alegre e indistintamente los organizadores, sino sólo a 76.000, con un máximo improbable de 100.000.

Una sátira corrosiva

Miquel Porta Perales desvela en su corrosiva sátira Diccionari persa de Catalunya (L'Esfera dels Llibres, Barcelona, 2006) los entresijos de una peculiar caza de brujas promovida por el Òmnium partidista. Cuando en el 2005, en pleno debate sobre el Estatut, algunos fanáticos lanzaron un boicot contra productos de origen catalán, el Òmnium político respondió con un boicot contra productos... ¡de origen catalán, porque no estaban etiquetados en la lengua vernácula! La lista de anatematizados que reproduce Porta Perales es impresionante: Fontvella, Viladrau, Fontdor, Vichy Catalán, Dani, Casa Tarradellas, El Castillo, Soley, Marcilla, Granja San Francisco, Gallo, Damm, San Miguel, Torres, Bach, René Barbier, Freixenet, Rondel, Codorniu y un largo etcétera. "Entre los fanáticos de uno y otro bando –reflexiona Porta Perales–, el industrial catalán lo tiene muy difícil".

Volvamos a la propuesta de objeción fiscal que formuló la presidenta del Òmnium partidista el día en que se celebraba el cincuentenario de la entidad fundada por aquellos "cinco patricios" bien relacionados con el franquismo, y el primer aniversario de la manifestación convocada por esta misma entidad con discutido éxito. Después de haber lanzado la amenaza por boca de su muñeco, los ventrílocuos de la Generalitat calificaron la iniciativa de "reflexión interesante". Francesc Homs, portavoz del Gobierno autonómico, advirtió de que no convenía mostrar todas las cartas con antelación: "El plan B no se enseña si no es porque falla el plan A. Si lo explicas todo estás vendido y la otra parte ve a la legua tus intenciones", añadió Homs, quien, no obstante, agradeció "las sugerencias de Òmnium" porque avivan el debate sobre la revisión del modelo fiscal.

La anhelada independencia

La metáfora del escalador que, al completar la tercera etapa, encuentra en la cima la anhelada independencia la desarrolló Xavier Rubert de Ventós en un artículo titulado, sin eufemismos, "Rumbo a la independencia" (La Vanguardia, 22/1/2011):

No se trata de empezar por lo más emocionante [es decir, la independencia] sino por lo que a priori suscita un mayor acuerdo en Catalunya (sic): eso del pacto fiscal, por ejemplo. Un concierto económico que tanto si "sale bien" como "si sale mal" puede tener efectos beneficiosos. Si sale bien (como es poco probable) y Madrid acepta el reto, porque cargará nuestras arcas y nos dará medios económicos para enfrentar a la vez la crisis fiscal y la construcción estatal de Catalunya (sic). Y si sale mal, si Madrid se resiste, servirá para cargar definitivamente de razones nuestro independentismo. Como dice Terricabras, "el rechazo habrá servido entonces pedagógicamente para que, de aquí a cuatro años, el independentismo tenga más munición"... y menos lastre.

El profesor Francesc de Carreras, después de reproducir este texto en su artículo "La autonomía como peldaño" (La Vanguardia, 28/4/2011), escribe:

No se puede ser más claro: el pacto fiscal como elemento táctico de una determinada estrategia. Por unas u otras razones, siempre se sale ganando. Eso sucede cuando la autonomía no es un fin en sí misma sino sólo un peldaño para la independencia.

Cómplice activo

Mientras tanto, los políticos secesionistas siguen perseverando en su afán por borrar "la línea roja que separa nítidamente las actitudes democráticas de las que no tienen en cuenta la voluntad de la mayoría, expresada con claridad aritmética en las urnas". La última transgresión, que los coloca en el lado incorrecto de la línea roja, la cometieron el portavoz del Gobierno autonómico, Francesc Homs, y nada menos que el consejero de Interior, Felip Puig, teóricamente responsable de velar por la seguridad y el respeto a la ley y las instituciones, cuando exhortaron a cubrir la E de las matrículas de los vehículos con la pegatina del CAT. Algo que el portavoz de la policía autonómica calificó de ilegal y pasible de multa. Puig, el "talibán senior" (José Martí Gómez dixit), incluso traspasó la línea de la chulería cuando confesó que él lleva la pegatina en su moto, y que la Guardia Urbana lo multó por exceso de velocidad pero no por desfigurar la matrícula.

En medio de este desbarajuste, el candidato Alfredo P. Rubalcaba compareció en TV3 con la esperanza de rebañar algunos votos nacionalistas y se jactó de compartir con Jordi Pujol la paternidad de la ley de inmersión lingüística, esa ley que ha sido desautorizada por el Tribunal Supremo y el Tribunal Constitucional y que la Generalitat continúa aplicando, una vez más, desde el lado incorrecto de la línea roja. De lo cual se infiere que Rubalcaba no sólo fue el cómplice activo de los desafueros del zapaterismo, sino que también lo fue de la política discriminatoria del secesionismo. Y lo seguirá siendo si no lo impide una mayoría abrumadora de ciudadanos.

Un texto magistral

Releo, en busca de consuelo, un texto magistral de Fernando García de Cortázar (Los mitos de la historia de España, Planeta, 2003), que debería servir de preámbulo unificador a los programas del PP, PSOE y UPyD, por mucho que éstos difieran en otras cuestiones:

Sigue resultando desolador pensar que cuando por primera vez en siglos nos ha sido posible disfrutar de un sistema de libertades basado en la igualdad jurídica y en la ciudadanía es cuando más nos hemos volcado en la vindicación de lo primitivo, en la exaltación de un estado de naturaleza en el que se es lo que se es de nacimiento y para siempre, por pertenencia étnica y lingüística, por una especie de pureza ancestral siempre agraviada y sin embargo intacta, originada en un tiempo anterior a la historia. Sigue siendo desolador pensar que lo que los regionalistas y los nacionalistas se disponen a recuperar, muchas veces con la colaboración de una izquierda cegada por la versión franquista del pasado, es una rancia particularidad que los ilustrados del XVIII, los liberales progresistas del XIX, los socialistas de Pablo Iglesias y los republicanos de Azaña quisieron enterrar en el sepulcro del Cid: la pureza de sangre, lengua y territorio, la posibilidad de trazar fronteras entre españoles, de diferenciarnos según procedencia regional, de obligarnos a lealtades místicas, de inaugurar un régimen de servilismo, esta vez a supuestas identidades telúricas, cuando se han acabado otras servidumbres parecidas.

Es imposible trazar con mayor nitidez la línea roja que separa el progresismo auténtico, por un lado, de la pseudoprogresía bastarda amancebada con el nacionalismo, por otro.

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