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LIBERALISMO

Estado y subdesarrollo

El 28 de diciembre acompañé a un familiar a realizar un trámite previo para poder pagar sus impuestos municipales. En cada zona, la Intendencia posee una dependencia donde se realizan tales gestiones. Se trata de una estructura supraburocrática a la que, con una mezcla de cinismo e ignorancia, los gobernantes denominan “descentralización” administrativa.

El 28 de diciembre acompañé a un familiar a realizar un trámite previo para poder pagar sus impuestos municipales. En cada zona, la Intendencia posee una dependencia donde se realizan tales gestiones. Se trata de una estructura supraburocrática a la que, con una mezcla de cinismo e ignorancia, los gobernantes denominan “descentralización” administrativa.
Llegamos a las 10'20 de la mañana. Era un caluroso día estival. Las puertas del recinto estaban cerradas y afuera esperaban pacientemente varias personas para pagar sus tributos. O sea, que debían desperdiciar en molestas condiciones su tiempo, que podrían estar aprovechando en cosas más útiles, mientras los señores funcionarios, que cobran sus haberes de esa recaudación, comienzan sus tareas recién a las 10'30.
 
El edificio tenía aspecto decadente. En su fachada, una solitaria bandera uruguaya hecha jirones era el elocuente símbolo de cómo el estatismo dirigista ha convertido mi país en un lugar donde los más capaces no tienen más remedio que emigrar o resignarse a la mediocridad.
 
Por aburrimiento, y para calcular el tiempo que tomaría el trámite, conté a los individuos que estaban antes que la persona a la que acompañaba. Eran doce. Luego, desde el automóvil, fui contando las que iban saliendo antes que ella: dieciséis. Cuando le comenté la extraña situación, me contestó con ironía que lo que pasa es que hay una ventanilla "especial", donde algunos realizaban sus gestiones sin tener que hacer cola.
 
Aunque lo narrado podría parecer una situación intrascendente, no lo es. Ilustra claramente por qué los países latinoamericanos somos tan pobres. Porque en ese micromundo municipal está expuesto con crudeza cómo el aparato estatal "absorbe" la energía vital de los ciudadanos, se apodera del fruto de su esfuerzo, quitándoles libertad, y los maltrata, afectando incluso a la dignidad del hombre corriente. Los "servidores" públicos son en realidad amos despóticos y arbitrarios. El "amiguismo" sirve tanto para no tener que hacer una fila como para obtener millonarios contratos del Estado. Sólo es cuestión de proporción y oportunidad. Pero la corrupción es la misma.
 
El "contribuyente" es, con relación al Estado, lo que el "consumidor" al mercado libre. Y cuando uno compara los servicios estatales con aquellos brindados por la iniciativa privada el contraste es brutal. En los centros comerciales y en los grandes supermercados todo es halago y buenos modos con los clientes. Los ambientes son agradables, tanto desde el punto de vista estético como del confort. En sus estacionamientos hay seguridad garantizada. Ésa es una protección que el Estado es incapaz de ofrecernos, a pesar de lo que nos cobra por ella mediante los desmesurados impuestos.
 
No obstante la evidente superioridad en los resultados de la cooperación voluntaria entre personas libres e iguales que encontramos en los mercados, quienes detentan el poder, con una arrogancia irritante, están convencidos de que bajo su batuta es factible "desarrollar" las naciones.
 
Lo que la historia nos demuestra es que la planificación del desarrollo sólo sirve para "desarrollar" la economía personal de sus impulsores, jamás la de los pueblos. No hay más que observar los suculentos sueldos que cobran los funcionarios de los organismos internacionales, o los asesores nacionales, para corroborarlo. Y, desde luego, se apoyan en el aumento de los impuestos, de donde provienen sus salarios.
 
Según estadísticas internacionales, lo que un Estado realmente democrático y moderno necesita recaudar para funcionar eficientemente es aproximadamente el 12% del PIB. Lo que supere ese porcentaje es explotación y despilfarro.
 
La verdadera "independencia" la lograremos cuando tomemos conciencia de esa realidad y cuando, en escasos edificios públicos, veamos ondear una digna bandera nacional, de la cual podamos sentirnos orgullosos.
 
 
© AIPE
 
Hana Fischer, analista política uruguaya.
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