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LA CULTURA IMPORTA

Enfermos de ideología

Alan García ha puesto en marcha en el Perú una campaña para promover la puntualidad. Alguien podría decir que se trata de una cortina de humo para desviar la atención de los verdaderos problemas del país, y que en el Perú hay cosas más importantes por resolver. Sin embargo, ese alguien pasaría por alto algo que no se puede ocultar: que la pobreza y el atraso tienen un gran componente cultural, que se manifiesta en aspectos como la falta de puntualidad, de limpieza, de orden, de respeto por las normas, etcétera.

Alan García ha puesto en marcha en el Perú una campaña para promover la puntualidad. Alguien podría decir que se trata de una cortina de humo para desviar la atención de los verdaderos problemas del país, y que en el Perú hay cosas más importantes por resolver. Sin embargo, ese alguien pasaría por alto algo que no se puede ocultar: que la pobreza y el atraso tienen un gran componente cultural, que se manifiesta en aspectos como la falta de puntualidad, de limpieza, de orden, de respeto por las normas, etcétera.
Los economistas hablan de la "maldición de los recursos" para describir lo que sucede en países o regiones dotados de abundantes recursos naturales pero hundidos en la pobreza. Es lo que ocurre, por ejemplo, en esta parte del continente. La explicación tiene mucho que ver con lo que dice el historiador mexicano Alfredo Krauze: los latinoamericanos estamos enfermos de ideología, padecemos el "desvarío intelectual" de soñar una América mejor, "superior a la despreciable América sajona"; y este mal instila "una mentalidad precaria en los pueblos, una especie de distorsión en la idea de qué es la riqueza". En resumidas cuentas: nuestra cultura está enferma.
 
Desde que somos niños se nos vende la idea de una Colombia inmensamente rica: dos océanos, tres cordilleras con todos los climas, tierras fértiles, tupidas selvas, aguas por doquier, multiplicidad de especies de fauna y flora, interesantes yacimientos de minerales... y la gente, supuestamente mejor que la de otros lugares. Pero la pobreza y el atraso siguen ahí, y se advierte muy claramente la enfermedad de que habla Krauze.
 
Sabemos que países como Japón y Suiza carecen de recursos naturales. El primero, que sufrió una gran devastación durante la Segunda Guerra Mundial, es la segunda economía del mundo. Su territorio equivale a la cuarta parte de Colombia, y frecuentemente se ve sometido a graves perturbaciones sísmicas. Su potente economía se basa en el acero, los productos químicos, la automoción y la electrónica, y su verdadero recurso es la gente. Por su parte, Suiza es el país con mayor nivel de vida, y es famosa por sus chocolates –a pesar de que no tiene plantaciones de cacao–, sus productos lácteos –a pesar de que durante buena parte del año padece un clima inhóspito–, sus relojes y sus bancos. ¿Cuál es su mejor recurso? Como en el caso de Japón, la respuesta es: la gente.
 
La pobreza y el atraso no se disuelven en un mar de petróleo; tampoco desaparecen en cuanto topan con una mina de oro, o con un río saturado de peces. Si analizamos caso por caso la situación de cada uno de los países que hay en el mundo, veremos que su riqueza o pobreza es consecuencia directa de la mentalidad de sus pobladores; o sea, de su cultura. Hay municipios que no tienen agua potable y llevan años pidiéndole a papá Gobierno que se la ponga, con protestas y tumultos cada tanto, mientras que otros gozan de ella desde hace decenios, gracias a su propia gestión, al liderazgo ejercido por algunos integrantes de la comunidad, al ahorro colectivo, a la capacidad de ejecución; es decir, gracias a que han cambiado de mentalidad o a que poseen rasgos culturales distintos.
 
Bienvenida sea la idea de preservar la diversidad cultural, la riqueza cultural de las comunidades, pero eso no puede equivaler a considerar deseables todas y cada una de las manifestaciones culturales. Todas las culturas tienen cosas buenas que deben salvaguardarse y cosas que no son aceptables y deben ser abolidas. El respeto cultural no debe llevarnos a aceptar que algunas tribus musulmanas de África practiquen la salvaje ablación del clítoris a las niñas, o que los indios uwa de Colombia sacrifiquen a los niños gemelos por malignos.
 
Bajo el manto de las diferencias culturales se esconde muchas veces la pereza, la apatía, la desidia. Los indios semínolas de la Florida acaban de comprar la cadena de restaurantes Hard Rock Café por 700 millones de dólares... y siguen prestando gran atención a su cultura. ¿El hecho de que hayan vencido a la pobreza y el atraso ha puesto en peligro sus creencias? Todo lo contrario, les está facilitando su conservación. En el extremo opuesto de los prósperos semínolas encontramos a esos indígenas colombianos que se costean sus interminables borracheras mandando a sus mujeres e hijos a las ciudades a pedir limosna.
 
Quién sabe adónde apunta Alan García con su campaña por la puntualidad, y si logrará con ella algún cambio cultural profundo. Lo cierto es que, si no conseguimos cambiar de mentalidad, seguiremos en las mismas, y el nuevo populismo que recorre Latinoamérica no hará sino agravar la tontería de aquellos pueblos que creen que son pobres por culpa de George Bush y compañía.
 
 
© AIPE
 
SAÚL HERNÁNDEZ BOLÍVAR, periodista y escritor colombiano.
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