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LOS TOTALITARIOS HORMONALES

El turismo revolucionario

Érase una vez un farsante embozado tras un pasamontañas que, con la ayuda de un cura milenarista, engatusó a unos pobres indios y montó su feudo en un lugar de México llamado Chiapas.


	Érase una vez un farsante embozado tras un pasamontañas que, con la ayuda de un cura milenarista, engatusó a unos pobres indios y montó su feudo en un lugar de México llamado Chiapas.

Puesto que acompañó su aventura con una operación de marketing que lo presentó como el Subcomandante Marcos, heredero del Che, una patulea de intelectuales y figurones traumatizados por el derrumbe del paraíso soviético convirtieron ese feudo en la Meca del turismo revolucionario.

Dos periodistas de intachable currículum profesional que pasaron por allí, Bertrand de la Grange, de Le Monde, y Maite Rico, de El País, no se dejaron encandilar y escribieron un libro revelador, Subcomandante Marcos, la genial impostura (El País-Aguilar, 1998), en el que desovillan la compacta madeja de supercherías que armaron este personaje y sus aduladores. El retrato de Marcos, cuyo verdadero nombre es Rafael Guillén, es el de un ególatra autoritario que castiga a los indios díscolos con crueles represalias. Tanto él como los restantes miembros de la todopoderosa cúpula del Ejército Zapatista de Liberación Nacional son blancos, y sus seguidores indios están reducidos al papel de comparsas y carne de cañón. Los neoindigenistas tienen más puntos de contacto con Hernán Cortés que con fray Bartolomé de las Casas.

Un episodio funambulesco

Entre los turistas revolucionarios que acudieron a la nueva Meca sobresalieron Danielle Mitterrand, cuya frivolidad la arrastraba del Bois de Boulogne parisino a la selva Lacandona chiapaneca; el director de cine Oliver Stone, forofo de dictadores; el ciclotímico Régis Debray, el pirómano José Bové y el versátil sociólogo Alain Touraine. Por supuesto, la Península Ibérica no podía faltar, y sus representantes fueron Manuel Vázquez Montalbán, José Saramago y Joaquín Sabina. MVM coronó la expedición con uno de sus más furibundos "chafarrinones caricaturescos" (Fernando Savater dixit): "Los intelectuales y la revolución" (El País,17/7/2001), donde descarga su fobia contra los radicales que han dejado de serlo, los "apóstatas":

Este tipo de apóstata se encuentra hoy día fatalmente obligado a formar parte de la comunión de los santos con los deterministas liberales, para formar una infame turba de nocturnas y diurnas aves mediáticas, en condiciones de perpetrar la fechoría no ya del discurso, sino del sonsonete único.

Fue en el 2001 cuando Marcos llevó a cabo su Gran Marcha sobre la capital de México para presentar al Congreso su Programa de 15 puntos, "peripecia histórica sin precedentes", según MVM, que hoy no pasa de ser un episodio funambulesco en la memoria de los mexicanos. MVM, que estaba allí con su séquito, escribió en el artículo citado:

La comunión de los santos, inflamada por lo políticamente correcto, denostó a los intelectuales que habían ido a México ¿a qué?, pues, naturalmente, a aplaudir una revolución que no les planteaba la menor incomodidad. Ni siquiera se practicó la elegancia intelectual de suponer que los escasos profesionales de la intelectualidad que allí nos encontramos no éramos necesariamente unos cretinos (...) Si repasamos el censo de la invasión de intelectuales extranjeros durante la larga marcha neozapatista, veremos que fue muy reducido (...) Cassin representaba el movimiento Atac! [sic], una de las más singulares y activas propuestas críticas contra la globalización y era lógico que ocupara un lugar en una mesa conjunta con Marcos o que lo ocupara Saramago, que estaba en México presentando su última novela y ultimando la repetida y mutua voluntad de un encuentro entre el escritor y el subcomandante.

MVM explica que él también estaba presente en la mesa porque le había llegado una petición personal de Marcos.

Y me sentía responsable de todo lo que había escrito a favor de los neozapatistas, y muy especialmente de Marcos, el señor de los espejos (...) El censo de cantantes adictos europeos se reducía a Sabina, autor de una canción sobre el sub, y a Miguel Ríos, que sigue al pie de su Himno a la alegría, en realidad un Himno a la libertad.

El comunismo hormonal

Este artículo de MVM fue escrito en el 2001. En 1992, Miquel Porta Perales ya había dado pruebas de sus dotes premonitorias cuando diagnosticó, en su libro Camaleons i numantins (Barcanova), que MVM era "el último mohicano del comunismo catalán", y añadió:

El pensamiento de Manuel Vázquez Montalbán es, por así decir, constante. Constante en un sentido muy preciso: Vázquez Montalbán no hace más que repetir, en libros y artículos, unas ideas que son siempre las mismas. Y unas valoraciones que son siempre las mismas. Y el enemigo, intrínsecamente perverso, es siempre el mismo: el imperialismo capitalista. Y los enemigos menores también son siempre los mismos: los progres reciclados y la socialdemocracia. Y los buenos también son siempre los mismos: los progres sin reciclar bautizados ahora con el rótulo de "izquierda transformadora".

El turismo revolucionario de José Saramago tampoco estuvo exento de contratiempos. Cuenta el premio Nobel luso que el subcomandante Marcos le recriminó su "cordialidad excesiva" con el presidente Vicente Fox en una entrevista. Saramago describió así su encuentro con los zapatistas en una nota firmada por Elisa Silió (El País, 25/11/2002):

"Mi mujer y yo fuimos llamados, no quiero decir como si fuera un tribunal, por la comandancia. Estaban todos encapuchados e intimidaban. Yo les expliqué que no hablaba como zapatista y me entendieron". Hicieron las paces y Marcos lo abrazó y le dijo: "No nos dejes nunca". "Pocas palabras pueden emocionarme tanto –salmodió Saramago–, porque me cogió con la fuerza de sus convicciones".

Las convicciones de Saramago eran, asimismo, las más apropiadas para interpretar este tipo de sainetes humillantes con caciques prepotentes. Cuando el entrevistador francés Bernard Pívot le preguntó por qué seguía siendo comunista, Saramago respondió:

Puedo contestar algo que ayude a la reflexión sobre este tema: padezco de algo que se puede llamar el comunismo hormonal. Por ejemplo, las hormonas hacen que los hombres tengamos barba y las mujeres no. Bien, imagínese que hay personas que nacen con ciertas hormonas que las dirigen hacia el comunismo y las pobres no tienen más remedio que ser así. Bien, ahí tiene usted el motivo por el que sigo siendo comunista: por una hormona que me impone una obligación ética [sic].

Cretinizar a las masas

Fue inevitable que esta confluencia de personajes histriónicos suministrara material a un novelista iconoclasta para urdir una sátira despiadada en la que no dejaba títere con cabeza. Su título tuvo que ser, obviamente, Turistas del ideal (Destino, 2005), y el autor fue Ignacio Vidal-Folch. El crítico J. A. Masoliver Ródenas hurgó sin eufemismos en el meollo de la obra (La Vanguardia, 4/5/2005):

Podría decirse que Turistas del ideal está protagonizada por escritores o cantantes dedicados, desde su sacerdocio progresista o comunista (curiosa contradicción de términos), a cretinizar a las masas (...) Resulta absurdo decir de esta novela que es un roman à clef porque la gracia está precisamente en que las claves son tan visibles que dejan de serlo (...) De este modo hay tanto interés en lo documental como en lo ficticio, y lo ficticio, sin perder su interés narrativo, se integra en lo documental que a su vez trasciende el documento para convertirse en una denuncia de la hipocresía, del oportunismo y hasta de la insensibilidad social de escritores supuestamente comprometidos. Desde el principio sabemos que Vigil es Manuel Vázquez Montalbán; Augusto, cómo no con tan augusto nombre, José Saramago; y Colores, "con su voz escasa y ronca" y "el tono crápula y sentimental", Joaquín Sabina.

Vigil y Augusto viajan a Tierras Calientes, o sea México, para entrevistar al Capitán, o sea el subcomandante Marcos, que acudirá a la capital encabezando la Marcha de la Dignidad para presentar e imponer al Congreso sus Quince Puntos. Se alojan, faltaría más, en el lujoso Hotel Savoy, mientras los delegados de ETA y el IRA, que también han acudido, pernoctan en cochambrosos tugurios. En una visita anterior al Capitán, Vigil había tenido que abreviar su estancia porque debía firmar el contrato de compra de una vieja masía del Ampurdán con la que se había encaprichado su esposa. Alternaba sus soflamas en la comunista Estrella Roja con colaboraciones en La Gaceta Semanal (otra clave transparente), colaboraciones que

servían menos para convencer a los lectores de lo que él pensaba sobre los últimos acontecimientos y la perversa mecánica del mundo como mercado, que para dar una imagen de ecuanimidad al propietario de esa cabecera: tan liberal y tolerante era el magnate, que incluso daba cabida en sus páginas a un marxista irredento como él, un entrañable y en el fondo inofensivo anacronismo, de la misma forma que tenía sección de horóscopos y columnas de chismes sobre la vida social y los romances y divorcios de los actores de Hollywood.

Vigil incluso imagina al magnate explicando a sus allegados por qué le cede espacio:

En la última página, por ejemplo, viene la columna de un comunista, pero ojo, comunista de verdad, de la vieja escuela. En mi país, saben ustedes, quedan aún muchos nostálgicos de ciertas ideas caducas; les llamamos "progres" y constituyen un buen nicho de mercado: hay que darles lo que piden. Y lo que piden es él, Vigil.

Vigil gana mucho dinero con sus novelas policíacas, que tienen por protagonista al detective Cóndor, aunque su vanidad infinita sufre cada vez que alguien confunde el título de su premiada Muérete, querida con Adiós, muñeca, de Raymond Chandler.

El guerrillero encapuchado

Además, Vigil ya no está solo en la defensa de la causa del Capitán, cuyo rostro oculto por un pasamontañas fascina a los crédulos.

Intelectuales de muchas disciplinas y varios países, abundantes periodistas y filósofos franceses se solidarizaron con los indios insurrectos; fueron tantos los que siguiendo sus pasos fueron a entrevistarse con el guerrillero encapuchado y a palpar una revolución en marcha, que el viaje de ida y vuelta de la capital a la selva que seguían politólogos, sociólogos, periodistas, activistas, equipos de televisión y jóvenes en busca de una causa a la que consagrar la vida empezó a ser conocido como el "Capitour".

Mientras tanto, Augusto, que había sido galardonado con el Toisón de Oro de las Letras, horroriza a una señora de derechas al describirse a sí mismo en estos términos:

Señora, el comunista mayor de la República soy yo, Augusto, para servirla: comunista, divorciado y ateo, vivo con esta señora en pecado, y si no fuera porque estas modernidades ya me han cogido muy mayor, sería también maricón y transexual.

Pero Vigil ve cómo las lisonjas aceleran la caída de su camarada en la senilidad y reflexiona:

Quizás a mí me suceda lo mismo dentro de unos años. Viéndose proyectado en él (Augusto, como encarnación de su arrugado futuro, en el que repetiría naderías, se ofuscaría por una crítica negativa, mostraría su dentadura postiza, sería incapaz de rechazar la adulación... pero seguiría viajando sin descanso de simposio en debate y se mantendría imperturbablemente leal a las ideas de su juventud), Vigil se enterneció.

El tinglado de la antigua farsa

Colores, en cambio, vive sumergido en una nebulosa de alcohol y cocaína. "Llevo años en remojo –confiesa–. No me he enterado de nada, no he leído nada, no recuerdo nada. Soy el desdichado hombre sin memoria". Vigil lo respetaba,

con el respeto que a sus ojos merecía cualquier autor progresista –fuese poeta, actor, dramaturgo, pintor, músico o bailarín– que hubiera alcanzado el éxito: el éxito demostraba que los ideales progresistas se difundían (...) La inocencia, o inconsciencia, o crasa ignorancia de Colores en todo lo relativo a la esfera de las ideas, sumada a su afilada intuición para el kitsch sentimental, le permitía componer canciones como churros, todas en el mismo espectro emocional, romántico y canalla, y no darse cuenta de que la mitad de los versos eran ripios y la mitad de los acordes, plagio.

Vigil y Augusto ya no están con nosotros. Pero el tinglado de la antigua farsa sigue en pie. Los totalitarios hormonales, que históricamente abominaron de la libertad, la democracia, la protesta y la disidencia –que reprimieron a sangre y fuego–, hoy se disfrazan de campeones del referéndum, la autodeterminación y la indignación. Su objetivo es el mismo de siempre: cretinizar a las masas y destruir la sociedad abierta.

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