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La negación moderna de la naturaleza humana

La mente humana no es una tábula rasa sobre la que los hechos externos graban su propia historia. Al contrario, goza de medios propios para aprehender la realidad. El hombre fraguó esas armas, es decir, plasmo la estructura lógica de su propia mente a lo largo de un dilatado desarrollo evolutivo que, partiendo de las amebas, llega hasta la presente condición humana. Ahora bien, esos instrumentos mentales son lógicamente anteriores a todo conocimiento. Ludwig Von Mises (La acción humana, Unión Editorial, 6ª ed., p.43)

En un número del pasado mes de abril el New York Times incluía a Steven Pinker en un grupo de selectos profesores de las más prestigiosas universidades americanas, fichajes estrella capaces de dinamizar, si no levantar, la vida intelectual de estas venerables instituciones. Más aún, entre sus méritos extra académicos destaca, por lo reciente, haber sido incluido por la revista Time en el club de los 100 personajes más influyentes de 2004, en un grupo de científicos y pensadores entre los que destacaré a Björn Lomborg, Bernard Lewis, Hernando de Soto y Linus Torvalds.

Pero Pinker, que actualmente imparte el curso sobre "La mente humana" en la universidad de Harvard, es, ante todo, un psicólogo evolucionista. "Una disciplina que propone una aproximación a la psicología, en la que el conocimiento y los principios de la biología evolutiva se emplean para investigar la estructura de la mente humana". Una estructura innata y universal desarrollada por los procesos adaptativos de la selección natural.

Como él mismo señala en el prefacio, "ningún libro que hable de la naturaleza humana puede esperar salvarse de la polémica". Desde luego el suyo no es la excepción, dado que pretende "desenmarañar cuantas confusiones morales y políticas han ido enredando" la idea de que la naturaleza humana es peligrosa.

El enfoque para alcanzar este objetivo se lo ofrece la psicología evolucionista. Los enemigos a batir están a izquierda y derecha del espectro político, ya sea como investigadores (antropólogos, biólogos, neurólogos, sociólogos), como intelectuales o como profesionales de la política. La teoría oficial de la que todos ellos son deudos en gran medida es el Modelo Estándar de las Ciencias Sociales, según denominación de J. Tooby y L. Cosmides, ambos también responsables del término y la definición de "psicología evolucionista" que citaba previamente. El MECS o constructivismo social (R. Mallon y S. Stich) representa la ortodoxia, que hunde sus raíces en el empirismo inglés del siglo XVII y que con el tiempo ha visto como se actualizaban las metáforas tecnológicas con las que describe la mente humana sin perder en ningún momento su fatal dualismo metodológico, consistente en establecer una división entre la biología y la cultura en la que la doctrina de la Tabla Rasa tiene un protagonismo esencial. Fatales son las consecuencias que su autoridad moral tiene en la vida de todos nosotros, según Pinker se propone denunciar. Una doctrina que niega la estructura innata de la mente en favor de una visión en la que el entorno es capaz de moldear indefinidamente sus facultades. Pero no es la única. La ortodoxia políticamente correcta cuenta con otras dos doctrinas que junto al empirismo de la tábula componen una "santísima trinidad", tres mitos que Pinker se propone desenmascarar. Se trata del dualismo cartesiano, al que denomina el Fantasma en la Máquina; es decir, la idea de que el cuerpo está habitado por un espíritu depositario de nuestras facultades mentales y morales; y del mito romántico del Buen Salvaje, término atribuido a Rousseau que señala la bondad "natural" de los seres humanos frente a los vicios que la sociedad les inocula.

En cierto sentido éste no es un libro original. Los argumentos y muchas de las polémicas que sostienen ya pueden encontrarse en su anterior éxito de ventas, Cómo funciona la mente (Destino, Barcelona, 2001). Lo que hace novedoso a La tabla rasa es que los organiza magistralmente en torno a un objetivo muy claro: demostrar que las malas teorías o las malas ideas sobre la naturaleza del hombre –o la negación de la misma– no pueden suponer sino desgracias si se emplean como fundamento de nuestra convivencia, y que, por el contrario, un paradigma que observe las limitaciones y las extraordinarias posibilidades de un sistema combinatorio como el cerebro humano ofrecerá argumentos necesarios para, al menos, descartar soluciones incompatibles con nuestra especie. Como dijo E.O. Wilson sobre el marxismo: "Excelente teoría, especie equivocada".

Es por eso que se emplea a fondo en denunciar las falacias que las ideas progresistas imponen en su afán de negar una naturaleza humana compleja y universal. Ideas en las que subyace una reivindicación de la terna mítica (tabla rasa, buen salvaje y fantasma en la máquina) como fuente de significado y moral, frente a los supuestos peligros que acarrea una fundamentación biológica de nuestra naturaleza. En particular, Pinker dedica cuatro excelentes capítulos a exponer sendos temores: el miedo a la desigualdad, a la imperfección, al determinismo y al nihilismo. Busca sistemáticamente, en cada caso, qué afirmaciones sobre la naturaleza humana levantan las suspicacias de científicos, políticos e intelectuales y qué peligros son los que éstos denuncian. Pinker evidencia su falta de lógica y muestra que, contrariamente a lo que sostienen sus enemigos, lo peligroso es negar la naturaleza humana.

Pinker es un comunicador excepcional, no cabe duda. Sus clases y sus libros están llenos de recursos sorprendentes (canciones, comics, literatura). En esta ocasión es la política el recurso que maneja para llegar a un público ajeno a las sesudas polémicas que se siguen en universidades y laboratorios. Polémicas que en su exposición científica pueden parecer insignificantes, lejanas a nuestras vidas (¿acaso importa que la evolución sea pluralista o que nuestro genoma parezca demasiado pequeño o que los yanomamo sean más violentos que la mafia?), pero que, convertidas en leyes o influyendo en ellas, pueden causarnos mucho sufrimiento. En un tema ajeno a este, ¿qué es si no el protocolo de Kyoto? Mala ciencia, o ciencia insuficiente hecha política nefasta.

Como conclusión, creo que Pinker ha escrito un libro muy importante y aunque no lo ha hecho para defender una opción política concreta, según asegura, creo que es un libro importante para el liberalismo del siglo XXI. Decía Von Mises, en las primeras páginas de La acción humana, que la praxeología debe mucho al psicoanálisis. Me voy a permitir una ucronía y la osadía de imaginar que, de leer La tabla rasa, el sabio austriaco se hubiera hecho evolucionista sin necesidad de alterar sustancialmente sus presupuestos epistemológicos.

Su publicación en el mundo anglosajón generó una polémica que sigue viva (como lo demuestra la anécdota de la revista Time). En nuestro país no parece haber despertado el mismo interés. Tal vez el precio de la correcta edición de Paidós sea una barrera a su difusión, pero en cualquier caso es excusa insuficiente para justificar el escaso eco que ha tenido entre la crítica. Tal vez a nuestras elites culturales les haya escocido el capítulo que dedica a las artes y todavía estén pensando de qué manera obviar la publicación de un libro imprescindible.

Steven Pinker, La Tabla Rasa. Barcelona, Editorial Paidós, 2003.

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