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LOCURA, LIBERTAD Y TIRANÍA

El trago de Saturno

"En la política de Hitler, la locura destruye la realidad –ha escrito uno de los innumerables autores que han analizado el nazismo–. Eso es más que una simple mentira en el sentido de la negación de la realidad, y también más que una inducción al error. Ahí está la catástrofe de la libertad". Y es que el sacrificio de la libertad no puede ser sino el producto de la locura, porque nada sano ni beneficioso para el ser humano se construye sobre los escombros de la libertad.

"En la política de Hitler, la locura destruye la realidad –ha escrito uno de los innumerables autores que han analizado el nazismo–. Eso es más que una simple mentira en el sentido de la negación de la realidad, y también más que una inducción al error. Ahí está la catástrofe de la libertad". Y es que el sacrificio de la libertad no puede ser sino el producto de la locura, porque nada sano ni beneficioso para el ser humano se construye sobre los escombros de la libertad.
Adolf Hitler.
Sólo mentes enajenadas pueden pensar lo contrario, y esa enajenación termina conduciéndolos a su propia destrucción.

Basta considerar las grandes locuras de la historia, cómo han fracasado las mal llamadas revoluciones. Setenta años de comunismo soviético no sólo no hicieron cambiar la sociedad ni al hombre ruso, sino que están resucitando a un pueblo más religioso y conservador de lo que pueda recordarse. Hitler, el gran sicópata, prometió un régimen de mil años, pero sólo produjo millones de muertos y su propio final dramático. La cabeza de Robespierre, símbolo de las revoluciones, rodó bajo la cuchilla que él mismo puso a funcionar; y algo aún más cruel: trajo de vuelta el absolutismo bajo la forma de la demencia napoleónica, que anegó de sangre Europa.

Si no queremos mirar atrás, pensemos en Milosevic, que murió en prisión en el 2006. Tenemos también a Fidel Castro, quien, lejos de esperar una muerte tranquila de cama y colcha, presencia merecidamente el desmontaje de su infernal andamio. O a Mugabe, conspicuo representante de los gorilas africanos. A los ayatolás iraníes, ese atajo de santones tiránicos. Al hombrecito de Corea del Norte, que no puede con el peso del complejo y el organismo le pasa factura. O al ricachón Chávez, que no le llega a la chola a ninguno, razón por la cual se lo pasan de mano en mano como si fuera un muñeco de trapo.

Esas grandes locuras tienen su límite, como el bombazo que cerró la boca de Gadafi, la incompetencia militar que decretó el fin de Napoleón en Waterloo o la anarquía que arrasó con Robespierre y su corte de terror. Es el precio por la conquista y preservación del poder, aun si ello significa –en palabras de Below– "consumir la respiración de los hombres en sus mismas narices, tragándose sus caras como un Saturno".

Extraordinaria definición del sátrapa. Porque eso es un autócrata. Los dictadores son la raza más abyecta. El eje del mal que acecha a los pueblos. El más despreciable subproducto del género humano. Individuos que se creen su propia mentira, que se compran la falsedad en que viven y arrastran con ellos a naciones enteras. El problema es que mientras le llega su hora, que inexorablemente llega, riegan de dolor, miseria y muerte los caminos de sus patrias.

A los venezolanos nos están alineando entre los países que hoy representan aquel Ancien Régime contra el cual se alzó la Francia de 1789. La Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano de ese año, inspiradora de la única revolución libertadora que ha conocido este país, consagraba la resistencia a la opresión como el objeto legítimo de toda asociación política. La reciente cumbre de Margarita fue una reunión del Eje del Mal, el moderno Ancien Régime que pretende colonizarnos. Descuadrarnos es un mandato civilizador. 


© AIPE

MACKY ARENAS, periodista venezolana.
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