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UN ESTÚPIDO HOMBRE BLANCO

El síndrome de Michael Moore

«Michael Moore es un pedazo de estúpido hombre blanco». Con esta frase, que da título a un reciente libro editado en los EEUU (9º puesto en la lista de bestsellers del New York Times y 3º en la de Amazon.com en su primera semana a la venta), los autores del mismo parecen resumir sus conclusiones tras el estudio pormenorizado de la obra del celebrado director de cine estadounidense, autor de documentales (sic) como «Bowling for Columbine» o el más reciente «Farenheit 9/11».

«Michael Moore es un pedazo de estúpido hombre blanco». Con esta frase, que da título a un reciente libro editado en los EEUU (9º puesto en la lista de bestsellers del New York Times y 3º en la de Amazon.com en su primera semana a la venta), los autores del mismo parecen resumir sus conclusiones tras el estudio pormenorizado de la obra del celebrado director de cine estadounidense, autor de documentales (sic) como «Bowling for Columbine» o el más reciente «Farenheit 9/11».
¿Qué has hecho con tu intregridad tío?
La personalidad de Michael Moore ofrece los típicos rasgos contradictorios  de los millonarios de izquierdas, que abominan del capitalismo mientras gozan de todos los lujos que este sistema les proporciona. Con escaso sentido del ridículo, Moore es también capaz, por ejemplo, de pontificar sobre la culpabilidad de occidente en el problema del hambre del tercer mundo, a pesar de la evidencia de sus más de 130 kg. de humanidad, fruto evidente de una mórbida sobrealimentación. Pero es en su obra cinematográfica donde mejor queda reflejado el odio patológico de Moore a los valores que sustentan el modo de vida occidental. De todo esto hablaron recientemente David T. Hardy y Jason Clarke, autores del best seller «Michael Moore is a big fat stupid white man» —título descriptivo donde los haya, como decíamos al principio—, en una entrevista concedida al sitio web Frontpage Magazine.
 
Moore comparte con grandes tiranos de la historia como Mao, Stalin o Castro, algunos rasgos de carácter muy reveladores. Pero «seamos justos con los totalitarios —sugiere Hardy—; Moore es sólo un aficionadillo. En nuestro libro­­ exploramos los paralelismos entre su conducta y una enfermedad emocional conocida como Desorden Narcisista de la Personalidad; un trastorno que también se da en los líderes totalitarios».
 
Esta alteración de la conducta se caracteriza por la combinación de un ego descomunal con un poso de auto-desprecio irrefrenable. «Observa qué es lo que más odia Moore, y verás que él es precisamente así. Muy rico, hombre, blanco y americano. Eso es lo que más odia».
 
Pero Moore, que no ha destacado nunca por su capacidad para el pensamiento abstracto, carece de un mínimo arsenal teórico para sustentar sus ditirambos de forma presentable. «El habla de ideales típicos del espectro más lejano de la extrema izquierda, pero dudo que comprenda mucho acerca de ello —continúa Hardy. Según recientes informaciones ni siquiera se ha preocupado de votar en los últimos años». Como ocurre con la inmensa mayoría de nuestra izquierda caviar europea, Moore elogia también al régimen cubano, aunque «por alguna razón, no se muda a vivir a La Habana, sino que prefiere vivir en un apartamento de un millón de dólares en Manhattan y sufrir bajo el capitalismo».
 
Su talento para manipular las conciencias no se basa, pues, en la solidez axiológica de su discurso, sino en el refinado uso de los tópicos más primarios de la extrema izquierda, como ocurre con el odio antiamericano. Es por ello que, a pesar del espectacular recibimiento que sus trabajos tienen en todo el mundo, su capacidad para crear situaciones de violencia contra los objetivos de sus diatribas sea prácticamente nula. «Con la notable excepción del abogado defensor de uno de los terroristas de la sala de fiestas de Bali, que citó extractos del libro de Moore ‘Estupidos hombres blancos’ durante el juicio —recuerda Clarke—, no tenemos documentado ningún otro ejemplo significativo de que la ideología de Moore se haya relacionado con cualquier acto de violencia tangible».
 
«Quizás lo más revelador —prosigue el mismo escritor— sea su incapacidad para comprender cuándo ha metido la pata. No es que sea demasiado cabezota para retractarse; es que simplemente no comprende que ha errado, porque sus sentimientos son la única realidad de su universo. (...) Lo que conocemos del Desorden Narcisista de la Personalidad, es que la persona fracasa al hacer la transición que la gente normal realiza en la infancia; la superación de la creencia infantil de que uno es el centro del universo y los otros meros instrumentos a su servicio».
 
Pero aunque su influencia en el terreno del debate teórico sea insignificante, no cabe duda de que la tremenda efectividad del mensaje incendiario de Moore alimenta el discurso que justifica los actos terroristas contra occidente. «Moore es un propagandista brillante —añade Hardy. Su mensaje es básicamente que los EEUU son un estado invasor y un matón agresivo dispuesto a asesinar a la población del tercer mundo, ya sea por aumentar sus beneficios o por pura paranoia. Si uno cree eso, ¿puede criticar los ataques terroristas del 11 de septiembre? ¿No es Farenheit 9/11 en cierta manera una pieza más de propaganda para el otro bando? Los terroristas opinan que sí. El diario The Guardian informó recientemente que grupos conectados con Hezbolá han ofrecido su ayuda para distribuir la película, y los planes de la distribuidora de Moore son aceptar la oferta».
 
Hardy y Clarke no tienen inconveniente en discutir públicamente éste y otros asuntos con Michael Moore y se comprometen a debatir «con él sobre la siguiente proposición: Bowling for Columbine y Farenheit 9/11 engañan a la audiencia y llevan a los espectadores a adoptar falsas conclusiones. Esta es la oferta, un debate justo y abierto con igual tiempo para todos; que él diga cuando y dónde».
 
Pero el obeso comediante no es partidario del debate sobre sus películas, pues sabe perfectamente que sus más fervientes admiradores prefieren sumergirse, como él, en un feliz estado de permanente adolescencia intelectual, en el que los únicos razonamientos admisibles son aquellos que permiten cultivar una pose de pueril subversión contra «el sistema». El mensaje pavorosamente simple de que los países capitalistas son los culpables de la existencia del terrorismo internacional, solo puede calar con éxito en ambientes en los que la inanidad intelectiva actúa como imperativo categórico. La prueba más evidente es que, a pesar de haberse demostrado las incontables mentiras y manipulaciones que Moore exhibe en sus obras con total desparpajo, su prestigio de honesto activista por la paz mundial permanece intacto.
 
Tal vez libros como el de Hardy y Clarke contribuyan a abrir los ojos a algunos fanáticos Mooreanos estafados en su buena fe y les ayude a realizar con éxito la transición hacia la fase adulta. Muchos de ellos, que ya peinan abundantes canas, lo están necesitando con urgencia.
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