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ECONOMÍA

El salario mínimo es letal

¿Cómo se explica que, pese a los enormes avances científicos experimentados en todos los campos del conocimiento humano, a menudo los intereses políticos prevalezcan sobre la ciencia económica, incluso cuando representan un atropello de los derechos individuales?

¿Cómo se explica que, pese a los enormes avances científicos experimentados en todos los campos del conocimiento humano, a menudo los intereses políticos prevalezcan sobre la ciencia económica, incluso cuando representan un atropello de los derechos individuales?
La ciencia económica se deja de lado en beneficio de la política a la hora de confeccionar leyes como las relacionadas con el salario mínimo, que prohíben a la gente decidir en materia salarial. Se trata de medidas claramente inmorales y devastadoras. Y uno se pregunta: ¿cómo es posible que se apliquen legislaciones tan necias y perjudiciales en todo el mundo?
 
Los legisladores que consideran legítimo prohibir trabajar por un salario inferior al fijado por el Gobierno de turno desconocen la ciencia económica, la moral y la justicia. El derecho al trabajo es uno de los más sagrados del hombre, y no debe estar sujeto a restricciones irracionales. Algunos, si no trabajan, tienen que robar para sobrevivir. Si no consiguen un empleo o que alguien les mantenga, asaltan, mendigan o emigran. Subordinar un derecho esencial al capricho y la ignorancia de una mayoría legislativa es una locura. Sin embargo, casi todos los países lo hacen, y muchas personas están convencidas de que esas leyes les son favorables.
 
Muchos creen que sin el salario mínimo la gente ganaría menos. No es así. Desde hace siglos, los economistas saben que el salario es el precio que paga el empleador por alquilar el trabajo de una persona. El factor trabajo se paga con salarios, así como el factor tierra se paga con la renta y el factor capital con los intereses.
 
El trabajo tiene un precio de mercado, que determinan las personas que buscan un empleo y las que buscan contratar empleados. Con ese precio fijado voluntaria y pacíficamente no existen faltantes ni excedentes, es decir, no existe desempleo. Pero cuando se fija un salario mínimo, los menos entrenados no encuentran trabajo cuando su aporte vale menos que lo estipulado por ley. El desempleo es tanto mayor cuanto mayor es la diferencia entre el salario mínimo oficial, fijado por los políticos, y el salario real, el que acordarían las personas libremente, sin la intervención estatal.
 
Paradójicamente, en todas partes las leyes de salario mínimo que prohíben la contratación por una cantidad inferior a la fijada afectan duramente a los más pobres: los jóvenes sin experiencia, los campesinos, los trabajadores menos cualificados. ¿No son éstos los sectores que los políticos pretenden proteger con sus leyes laborales? Además, quienes defienden con pasión el salario mínimo son los socialistas; precisamente quienes aseguran defender a los más necesitados...
 
En una sociedad sin esclavitud, solamente el trabajador decide qué salario quiere aceptar. Sólo él sabe si le conviene rechazar una oferta y buscar otro empleo o no. Algunos trabajadores aceptarán temporalmente salarios muy bajos, hasta que obtengan formación y puedan encontrar oportunidades mejores. Pero la condición del trabajador no va a mejorar un ápice si se prohíben los salarios bajos y se condena a la gente al desempleo.
 
Lo más trágico es que el siniestro salario mínimo subsiste debido a que los políticos lo necesitan para mantenerse en el poder, con el apoyo de los sindicatos y otros grupos de presión. Estos grupos, a pesar de representar a pequeñas minorías, suelen avasallar las democracias en provecho propio.
 
Las leyes absurdas e inmorales como las del salario mínimo desaparecerán cuando prevalezcan los principios económicos sobre la política. Podrán pasar décadas, incluso siglos, pero quienes amen la libertad deben oponerse incesantemente a la salvaje violación de los derechos individuales, exponer los errores y denunciar la corrupción política de quienes defienden el salario mínimo.
 
 
© AIPE
 
PORFIRIO CRISTALDO AYALA, corresponsal de AIPE en Paraguay y presidente del Foro Libertario.
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