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Colombia o el silencio de los corderos

El colombiano Plinio Apuleyo Mendoza es conocido como uno de los grandes escritores y periodistas de América Latina. Pero hace escasos días estuvo a punto de comparecer en los periódicos, no como receptor del Premio Cervantes, para el que su nombre ha sido propuesto alguna vez, o del Nobel, dado que escribe bastante mejor que Saramago, sino como víctima de un atentado terrorista perpetrado por el Ejército de Liberación Nacional (ELN). Le enviaron un libro-bomba por medio de mensajero, mas el artefacto tuvo la inesperada cortesía de estallar dentro de la camioneta de reparto. El "libro" venía en un sobre cuyo aparente remitente era Plaza & Janés, la editorial que recientemente había publicado Fabricantes de miseria, la última obra de Plinio. Si el paquete llega a las manos de Plinio, con toda seguridad, y con toda inocencia, lo hubiera abierto, y ese hubiera sido su último acto en el mundo de los vivos. O tal vez hubiera matado a su mujer Patricia Tavera, una excelente pintora, con lo cual la guerrilla comunista habría logrado dos crímenes, pues Plinio difícilmente hubiera sobrevivido al dolor y a la injusta "culpa" de la muerte de su esposa.

Simultáneamente, mediante un comunicado oficial, el ELN explicó las coartadas del cobarde atentado. Se alegan falsas vinculaciones entre Plinio y los paramilitares y, como de pasada, se mencionan las causas reales del fallido crimen: la defensa constante de Plinio de las ideas que los comunistas del ELN llaman "neoliberales". Todavía no han llegado al poder, y los estalinistas "elenos" ya han comenzado a ensayar la masacre de intelectuales desafectos. Si estos sanguinarios saltamuros algún día ocuparan el Palacio de Nariño, ya saben los defensores de la democracia y de la economía de mercado lo que les espera. La bomba enviada a Plinio es sólo el heraldo negro del paredón futuro por el que pasarán muchos colombianos ilustres.

¿Es probable que las guerrillas comunistas de las FARC y del ELN consigan, algún día, tomar el poder en Colombia? Ellos están convencidos de que es posible, y la historia, lamentablemente, les va dando la razón. El gobierno colombiano es el único en América Latina –exceptuadas las desacreditadas y desmoralizadas dictaduras de Batista y Somoza– que no ha sido capaz de derrotar a los insurgentes. Todos han sabido enfrentarse exitosamente a las guerrillas en el terreno militar: Venezuela, Perú, Bolivia, Argentina, Uruguay, Ecuador, El Salvador, Guatemala. Y en algunos casos, como en El Salvador o Guatemala, las ofensivas guerrilleras llegaron hasta el perímetro mismo de la capital, y más de un analista dio por imposible derrotarlas.

¿Por qué los colombianos demócratas están perdiendo esta guerra? El estratega argentino Julio Cirino –experto notable en estos temas– lo explica desde dos ángulos: la carencia de recursos sumada a la inadecuada organización de las Fuerzas Armadas, y, sobre todo, la falta de voluntad de lucha por parte de una sociedad que se va acostumbrando peligrosamente a la intimidación de sus adversarios. Ya Colombia no es una nación moderna donde las poblaciones están vinculadas por caminos y vías férreas libremente transitables, sino apenas un conjunto de ciudades aisladas, conectadas por medio de la aviación. Como en la Europa feudal, no manda un poder central, sino señores' de la guerra a los que hay que pagar tributos para que no secuestren o maten a los aterrorizados vasallos. Simplemente, el Estado colombiano se está deshaciendo. No hay ley, no hay instituciones, no hay tribunales, y la ciudadanía exhibe todos los síntomas psicológicos de la indefensión y el fracaso. Como los corderos de la metáfora, prefiere morir en silencio a la terrible decisión de salir a pelear.

Por eso ha sido un inmenso error del gobierno de Andrés Pastrana haberle concedido a la guerrilla una especie de santuario de más de cuarenta mil kilómetros cuadrados. Ese es el mayor golpe psicológico que podía haber recibido el debilitado instinto de resistencia de los colombianos. Para los colombianos de a pie, esa concesión es una clarísima señal de rendición, una bandera blanca que les verifica que la guerra está perdida, aunque Pastrana trate de enmascararlo como una "zona desmilitarizada" en la cual se iniciará un proceso de paz y reconciliación. Falso: para las guerrillas no hay duda de que han recibido de sus adversarios una "zona liberada", sobre la que ellas tienen control efectivo, soberanía, y reconocida legitimidad nacional e internacional para gobernar, como se demostró en la reciente declaración de "neutralidad" de Venezuela. Para el presidente venezolano Hugo Chávez, ideológica y emocionalmente más cerca de Tiro Fijo que de Pastrana, la entrega de ese territorio a la guerrilla es ya la inequívoca prueba de que se está ante un conflicto entre dos estados: el "moribundo" estado burgués que precariamente se mantiene en Bogotá, y el naciente protoestado desde el que poco a poco, a la velocidad con que se vaya desarbolando la república, irá fagocitando al resto del país para instalar en su día la patria revolucionaria.

¿Es reversible esta situación? Probablemente sí, pero para esto hay que comenzar por cambiar las percepciones de la sociedad, yeso sólo está al alcance de un presidente enérgico capaz de persuadir al país de que hay que defender la libertad y las instituciones al precio que sea necesario. Un líder resuelto que se dé a la prioritaria tarea de fortalecer el ejército y recabar la solidaridad militar de las democracias americanas, pues la "globalización" no es sólo un fenómeno que afecta a la venta de plátanos y computadoras. Alguien que se disponga a hacerles frente a las guerrillas comunistas hasta que a estos señores se les haga evidente que tienen la batalla perdida. Así, en esas condiciones, como ha demostrado la experiencia, es cuando tendrá sentido hablar de paz y reconciliación. Hacerlo ahora es cavar la tumba de Colombia. Ojalá Pastrana recapacite y reaccione. Yo, que algo lo conozco, sé que quisiera pasar a la historia como un hombre de estado que sirvió con honor a sus compatriotas, y no como el triste sepulturero de sus libertades. Me apenaría que no lo consiguiera.

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