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LA BATALLA DE LAS IDEAS

El pueblo en fiestas

Con más o menos calores, el verano ha transcurrido conforme al genio hispano. Entre chiringuitos, bañitos y encefalogramas planos, no han faltado fiestas patronales por doquier, aderezadas con gestos populares de piedad, elevado consumo de alcohol, preservativos y otras... hierbas; todo sea por celebrar al patrón.

Con más o menos calores, el verano ha transcurrido conforme al genio hispano. Entre chiringuitos, bañitos y encefalogramas planos, no han faltado fiestas patronales por doquier, aderezadas con gestos populares de piedad, elevado consumo de alcohol, preservativos y otras... hierbas; todo sea por celebrar al patrón.
Parte del protagonismo parece que quiere ser también acaparado por los devotos del laicismo, que, como no podía ser menos, también desean hacer uso de su mentalidad confesional. Y, claro, los ocios estivales nos los han entretenido con una nueva campaña de cruces y aulas.

Pero probablemente lo peor de estas lides sea que las solemos reducir a anécdota o a una lucha de intereses particulares. Bueno, en realidad, unos dicen enarbolar la bandera del interés general y hacen creer que los otros defienden privilegios y ventajas particulares en detrimento de los derechos de las minorías o incluso de las mayorías. Los otros no somos capaces, por motivos varios, de hacer ver que, en realidad, lo de las cruces, o cuestiones similares, más allá de que tengan que estar o no en las aulas, se plantea sobre unos presupuestos torticeros que amenazan, como principios generales, a otras órbitas de la vida ciudadana. En este asunto, como en otros, hay más de lo que aparece a primera vista.

¿Qué es más prioritario aclarar, si deben estar las cruces en las aulas o más bien que lo social no es sinónimo de estatal? ¿Debatimos si hay que descolgar crucifijos o pensamos previamente si lo personal es lo mismo –o no– que lo privado y lo público es solamente –o no– propio de lo colectivo? ¿La mal llamada "neutralidad del Estado" está al servicio de la sociedad y las personas, o están ellas al servicio de esa supuesta y necesaria neutralidad? ¿Tiene que ser el Estado neutral, es decir, ni de unos ni de otros, o, por el contrario, tiene que estar al servicio de unos y otros y de todos?

Aunque el hablar de cruces no es incompatible con tratar a la par de estas cosas; es más, deberíamos tomar ocasión en estos azares y otros para sacar a la luz determinados debates y no ir a la zaga de los que nos quieran plantear. En buena medida, la discusión sobre las cruces y otras muchas están perdidas de entrada no porque sean en sí mismas insostenibles, sino porque se mantienen sobre supuestos que no se ponen en cuestión y sobre los cuales la deriva no puede ser otra; una vez que uno monta en un tren, no puede pretender que dé las prestaciones de un automóvil particular.

Sobre esos presupuestos, no están en juego solamente los crucifijos. Desde ahí, la trayectoria de la enseñanza estará aberrada irremediablemente; la comprensión de lo que es un hospital o el ejercicio de la profesión médica correrán pareja suerte; el cómo se entienda la cultura y la creación artística estará viciado desde la línea de salida y vetado para otros planteamientos; y todo cuanto social pueda pensar el lector correrá igual suerte.

Uno de los asuntos más graves que están en liza y sobre el que habrá que batirse a fondo los próximos meses es la objeción de conciencia de los médicos en relación a la futura y depravada ley constitutiva del derecho al aborto. ¿Es éste únicamente un problema de los profesionales de la salud en un caso concreto? También cabría preguntarse, por ejemplo, si en el futuro los sacerdotes podrán objetar motivos de conciencia. Una comunidad de monjes benedictinos ha decidido salir, al menos momentáneamente, de Rabanal del Camino. En su comunicado aparecen varios puntos; entre ellos (6), se habla de las intromisiones de las autoridades locales en la organización de los actos litúrgicos. En esa misma tesitura están otros muchos sacerdotes en España que no aparecen en los periódicos ni tienen la posibilidad de retirarse a una abadía. Pero el problema no se da únicamente en la organización de unas fiestas patronales, seguramente la cuestión es más grave cuando se trata de la recepción de sacramentos. ¿Los párrocos tienen libertad para decir no cuando tienen que hacerlo o están solos ante el peligro? Las cruces tienen su importancia, pero la Iglesia ha vivido y vive en muchos sitios sin ellas en las aulas. Lo letal es dejarse marcar el ritmo por la presión social.
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