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IDEOLOGÍAS

El progresismo

Al igual de otras muchas respuestas totalitarias –aquellas que dan una solución a todos los problemas de la sociedad  y de sus individuos– que han surgido en la civilización occidental (redundar con la civilización cristiana, sería un pleonasmo), “el progresismo” tienen su origen en la teoría del “Cuerpo Místico”. La comprensión de este concepto le estará vedada a muchos de mis conciudadanos gracias a la idiocia de los distintos gobiernos que, por sectarismo, han suprimido la enseñanza del dogma cristiano como si  pudieran suprimirlo del bagaje cultural y vital de la civilización, o se pudiesen  eliminar sus consecuencias epistemológicas por Decreto Ley.

Volviendo al tema del progresismo como escolio del cristianismo, afirmamos que adoptar dicha opción “progre” era previsible. En efecto, ante la tragedia de vivir, todo ser humano tiene dos posibilidades. La primera es asumir su madurez y, por tanto, el protagonismo individual de cada uno en su propia vida. La segunda es dimitir de uno mismo y diluir el antedicho protagonismo en la comuna, pueblo, nacionalidad, raza, etc.
 
A finales del siglo pasado, y ante la descalificación por incomparecencia del socialismo,  los antiguos cofrades comprobaron la gélida temperatura de la intemperie en que les habían abandonado. Sin quererlo tuvieron que buscarse la vida con la apremiante necesidad de elegir entre tirar toda la ganga y comenzar de nuevo  -esta vez sin la red de los cofrades- o agarrarse a una nueva teología. Esta última tentación fue irresistible. Por ello frente tan cruel disyuntiva nació la progresía a finales de los sesenta.
 
Para iniciarse en la nueva secta fue necesario alargar la adolescencia hasta la más patética y provecta vejez y, si me apuran, hasta más allá de la muerte pues, como veremos más adelante, también les aseguraba la absolución de sus propios abusos y por tanto la salvación en manada.
 
Por esta concepción del nuevo cuerpo místico nadie era mínimamente responsable de sus actos, ni, naturalmente, de las consecuencias de estos. A la postre todos estaban determinados por los condicionamientos que la sociedad enferma deparaba al grupo, tribu o nacionalidad, y contra los cuales el individuo solo podía diluirse en la masa y solidarizarse con ella en concubinato indisoluble.
 
En resumen, el progresismo como ideología nació de la negación del individuo y, por tanto, de la renuncia al protagonismo de éste sobre su propia existencia. Ello demandaba no caer en la tentación de pensar autónomamente, asumir los dogmas y, para reforzar la fe, participar en los ritos. Quien lo cumpliese lograría la total integración en la secta.
 
Las gratificaciones que anunciaba la buena nueva son innegables y, sin ánimo de agotarlas todas, enumeremos algunas: daba sentido a una vida trágica, sustituía una ética de ciudadano individual por una moral tribal bastante laxa, gratificaba a los adictos con una autoestima supravalorada y evitaba las inseguridades de todo pensamiento no adocenado.
 
Sobre el sentido de la vida el progresismo parte del axioma: “yo soy rebelde ( o cualquier cosa) porque el mundo me ha hecho así”, por lo cual la sociedad es la responsable de mis actos. Este dogma que nos suena chusco era fundamental para amortiguar el salto del socialismo ortodoxo al progresismo. Había una continuidad; ya sabemos que, para el primero, el sujeto de la historia son las clases sociales, las masas y que el individuo no cuenta.
 
A partir de esa venta del alma al diablo lo demás se daría por añadidura: nadie sería responsable de sus actos. Por tanto, se les eximía de la lucha responsable de su propia vida. A modo de corolario de lo anterior se deducen las siguientes proposiciones: todo el mundo me debe algo, toda competencia es ilícita, toda propiedad es un robo, los intereses materiales individuales son miserables. Este último principio no debería aplicarse a uno mismo pues admite una interpretación permisiva. De éste modo se permitía cumplir el principio de que un progre se caracteriza por su afán desordenado de riquezas. La reforma, de hecho, fue asumida sin remilgos por la nueva iglesia. Tampoco nadie estaba autorizado a la libre interpretación luterana o a la inocente crítica. El dicho “entre bomberos no nos pisamos la manga” se aplicaría sustituyendo bomberos por progres y el verbo pisar por criticar, demandar, responsabilizar.
 
En cuanto a la segunda ventaja, se parte de que toda moral individual quedará prescrita como reliquia del pasado y a la conciencia individual no se le debía hacer una lectura estricta. De todas formas, y como consecuencia de la arraigada noción del pecado que sobrevivía en el personal, la necesaria absolución de los pecados será francamente barata. Por ello, hasta la mayor aberración o cosificación para con un semejante será lícita y hasta recomendable. Al fin y al cabo el cuerpo, educado por esa sociedad enferma, me lo pidió.
 
En esta falsificación religiosa había un sacrificio salvador que aportar a su cuerpo místico que les hiciera partícipes de la redención. Eligieron como cordero pascual, sacrificado en guerra civil, a una mítica y seráfica “República de trabajadores de todas las clases”. De ahí el interés de los “progres” por mantener enhiesta la bandera de su falso Mesías. Como éste fue tentado por Satán en forma de golpismo (elecciones del 33, octubre del 34, destitución del poder moderador), sectarismo (republica para los republicanos) y, cayó en toda clase de  pecados, los sumos sacerdotes de la secta tuvieron que rescribir su evangelio, para así hacer desaparecer toda mácula.
 
Las gratificaciones obtenidas por la pertenencia a tan selecto club no tienen parangón en el mercado: se dictaron mandamientos cuyo cumplimiento aseguraba la inclusión en el grupo de los elegidos. Veamos algunos: la cursilería como criterio estético, que permite hablar sin límite ante la obviedad más extrema de dos brochazos; la alta valoración de las vanguardias por su ubicación en el tiempo, independientemente de lo que dicte un sano juicio; el culto al diseño para el hábito talar de la grey, fundamentado en la estética de la arruga es bella y si es en tonos marrones o color ala de mosca, mejor. Su confirmación en la fe se realizaba repitiendo hasta la extenuación, a modo de  mantra, la farisaica seña de identidad del “yo no soy como esos”. Así hacían profesión de fe y pertenencia a la progresía en base a su antiamericanismo, antisemitismo, antimilitarismo (salvo que sean guerrillas zapatistas), globalifobia, ecologismo más bien cursilón y sobre todo, su odio a la bandera nacional pues representa a la sociedad y por tanto está estigmatizada por representar ciertos valores. Ello no les impedía que venerasen todo tipo de estandartes de las distintas cofradías o nacionalidades.
 
Ahora bien, también sintieron la necesidad de ser reconocidos y bendecidos por los demás, de forma que, inseguros, en vez de reivindicar lo maldito, necesitaron santificarlo sacramentalmente. Véase el caso de la elevación a la categoría de sacramento de los amores nefandos con ceremonias horterísimas aunque a algunos les emocionen. Que importa pasar por la vicaría civil si la mamá se queda contenta.
Para autoafirmarse tampoco hicieron ascos a  los ritos procesionales, donde la veneración a los santos de otros tiempos (representados en grandes retratos de los santos padres; Marx, Engels, Lenin, Stalin, Mao), fue sustituida por el culto de latría a la pancarta.
 
En fin sin acudir a ningún organismo de homologación, con envidiable ligereza, se han regalado unos a otros con encomiásticos piropos y todos tan contentos, pues la calidad de su pensamiento flácido era elevadísima por decreto. A causa del nivel alcanzado por su dogmática, no deben confrontarla en libres polémicas. Es la mejor y punto. Si alguien se opone a tal hegemonía, ellos siguen superando a todos ya que no compiten, ni en esa lid ideológica, ni en ninguna otra ya sea de económica, histórica, etc. Su dogma está muy por encima de todo y todos, y a los vulgares mortales no iniciados les está vedado acceder.
 
Como se ve, hay mucha tela para cortar. Esa será la labor de los próximos días.
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