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MEDIO AMBIENTE

El príncipe Gore

Por si a Al Gore le faltara publicidad o financiación, el jurado del Premio Príncipe de Asturias de Cooperación Internacional ha acudido en su auxilio.

Por si a Al Gore le faltara publicidad o financiación, el jurado del Premio Príncipe de Asturias de Cooperación Internacional ha acudido en su auxilio.
Les diré que Gore, hace un año, en mayo de 2006, afirmaba que "nadie está interesado en soluciones si no cree que hay un problema", y que, por lo tanto, creía apropiado recurrir al alarmismo para captar la atención de la audiencia y hacerla más receptiva a las medidas con que tendría que comulgar para salvar el planeta. Precisamente este esfuerzo, ciertamente propagandístico, es lo que han destacado quienes le han otorgado el premio de marras:
El Jurado quiere, sobre todo, resaltar con este premio los grandes méritos de Al Gore, un hombre público que, con su liderazgo, ha contribuido a sensibilizar a sociedades y gobiernos de todo el mundo en defensa de esta noble y trascendental causa.
Hay que suponer que en la concesión del galardón ha primado la buena voluntad de los jurados, buenos propósitos asentados sobre la creencia firme de que estamos ante un verdadero problema; de hecho, si hemos de creer a Gore, en las puertas de un verdadero cataclismo. Según los estatutos de la Fundación Príncipe de Asturias, con los premios se pretende distinguir "la labor científica, técnica, cultural, social y humana realizada por personas, equipos de trabajo o instituciones en el ámbito internacional". Concretamente, el que acaba de recibir el ex vicepresidente norteamericano está pensado para las personas o instituciones que hayan "contribuido de forma ejemplar y relevante al mutuo conocimiento, al progreso o a la fraternidad entre los pueblos".
 
Aunque la labor científica de Gore fue avalada por la revista Scientific American, que le nombró Político del Año en 2006, no parece que la ciencia sea la principal protagonista de la cinta que le hizo merecedor de un Óscar en la pasada edición de los premios de la Academia norteamericana. Las cifras, las imágenes, las conclusiones apocalípticas con que rellena sus 90 minutos de docuganda no son mantenidas, en su mayoría, ni siquiera por el Panel Internacional sobre el Cambio Climático (IPCC). Podemos citar algunos ejemplos llamativos.
 
Gore nos recuerda que en Europa murieron 34.000 personas a causa del calor en 2003, para luego afirmar que en el futuro las víctimas se contarán por millones a causa del calentamiento global. En cambio, el IPCC atribuye la ola de calor de aquel año a fluctuaciones climáticas locales, pues no pudo establecer su relación con el incremento de los niveles de CO2 ni por lo tanto con el calentamiento que, nos dicen, ese satánico gas precipita.
 
Nos cuenta Gore que el nivel del mar subirá dramáticamente cuando los hielos de la Antártida, Groenlandia y el (flotante) polo ártico se hayan derretido. Esto ocasionará, según aquél, terribles inundaciones, que afectarán a todas las grandes ciudades costeras del mundo, lo que derivará en una destrucción atroz, el desplazamiento de millones de personas e incontables muertes. Buff: incluso si nos fiamos del IPCC, esto es un delirio colosal. Entre otras razones, porque la Antártida no se está derritiendo, sino todo lo contrario. Además, habría que añadir que, aunque Gore no lo mencione, Groenlandia soportaba en 1920 temperaturas como las actuales, incluso se "calentaba" más rápido.
 
Uno de los exteriores favoritos de Gore es el Kilimanjaro, cuyos glaciares estarían desapareciendo a causa del calentamiento acarreado por el cambio climático. Sin embargo, según Pat Michaels, la temperatura de la cumbre de la célebre montaña africana ha descendido 0,22º C desde 1979, pese a lo cual los glaciares que la adornan siguen desapareciendo.
 
Hace 4.000 años, y durante los 7.000 anteriores, África era más caliente que ahora; a pesar de ello, el Kilimanjaro tenía glaciares, porque también era más húmedo de lo que es ahora. Algunos calculan que la precipitación actual equivale a la mitad de la registrada durante ese período. Obviamente, son las precipitaciones, y no las temperaturas, la clave de la glaciación en el Kilimanjaro.
 
Por otro lado, existen evidencias de que los glaciares del Kilimanjaro comenzaron a derretirse a finales del siglo XIX. Y, coincidiendo con lo expuesto por Michaels, no a causa de un calentamiento de la zona, sino por la reducción de la humedad.
 
En fin, opino modestamente que el jurado del Premio Príncipe de Asturias de Cooperación Internacional se ha equivocado al agasajar al político Gore, conocido tanto por su extremismo (capaz de comparar la falta de reciclaje del aluminio con el Holocausto, por ejemplo) como por su falta de coherencia. Espero que el año que viene se informen más para elegir mejor. Y si de eso se trata, con criterios más nítidos.
 
 
© AIPE
 
ANTONIO GIMENO, miembro del Instituto Juan de Mariana.
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