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DRAGONES Y MAZMORRAS

El premio Planeta

El otro día, tal como les había prometido, asistí a la presentación del premio Planeta en el Casino de Madrid, acontecimiento al que, por mera coherencia crítica, no podía faltar. Llegué algo tarde, perdiéndome las sin duda apasionantes palabras de Carmen Alborch, presentadora de Ferran Torrent, autor de la novela finalista, La vida en el abismo, obra cuya digna factura abona la teoría de que, en el Planeta, el verdadero premiado es el finalista.

El otro día, tal como les había prometido, asistí a la presentación del premio Planeta en el Casino de Madrid, acontecimiento al que, por mera coherencia crítica, no podía faltar. Llegué algo tarde, perdiéndome las sin duda apasionantes palabras de Carmen Alborch, presentadora de Ferran Torrent, autor de la novela finalista, La vida en el abismo, obra cuya digna factura abona la teoría de que, en el Planeta, el verdadero premiado es el finalista.
El primero, como todos los premios con una dotación astronómica, está encargado de antemano, pues las editoriales que los convocan no quieren escritores ruinosos sino ruidosos. Torrent es un novelista catalán que se estrena ahora en castellano, osadía que debe de estar ya pagando a tenor de sus continuas explicaciones al respecto. Después de él habló Ana María Matute, primera ganadora del premio hace ya 50 años, cuando la editorial Planeta lo creó con el loable propósito de promocionar la novela española, sin trampa ni cartón, al contrario de lo que ocurre ahora. Entre otras ternezas, Matute dijo sentirse muy identificada con Lucía Etxebarría pues también ella (Ana María) fue considerada en sus inicios una "enfant terrible" de la literatura española. Tal vez sea cierto en su caso, pero en el de Etxebarría me temo que no, pues no conozco a nadie más en consonancia con su tiempo que esta niña bien. Quien se atreva con las 400 soporíferas páginas de su novela podrá encontrar el retrato perfecto de esa generación amamantada en los tubos catódicos, mecida por los berridos de los grupos pop y embrutecida por las pastillas y el alcohol de diseño, cuyo mayor logro en el terreno de las libertades consiste en pasar la noche fuera de casa.
 
Tras la amigable charla de Ana María Matute, le tocó el turno a la premiada quien se justificó por su poca soltura ante el público. No fue esa mi experiencia cuando en una ocasión coincidí con ella en el Círculo de Bellas Artes, en una mesa redonda que yo moderaba, pues me costó Dios y ayuda conseguir que dejara hablar a los demás. Pero de eso hace ya unos años, cuando todavía se tenía que promocionar y repartía sus tebeos por doquier. Tras quejarse de lo mal que la trataba la crítica y de lo poco que la quieren sus colegas la infortunada aunque acaudalada Lucía entró fuerte, hablando de los orgasmos múltiples, de la menstruación, de la dilatación en el parto y de la imposibilidad de parir en un taxi o en un autobús (se lo juro), cosas sobre las que los hombres, seres imperfectos, no tienen experiencia alguna y por eso la novela era lo que era hasta que llegó un puñado de escritoras valientes a hablar de esos asuntos, insertándolos en un discurso que marca claramente la diferencia. Entonces, cuando el ambiente empezaba a caldearse, Lucía cambió de registro, sacó unos folios de la chistera y soltó una arenga lacanania, feminista y anti freudiana, de "zurriágame la melunga" (Julio Cortázar, Rayuela) logrando, en el mejor estilo derridiano, la más completa desconstrucción (no deconstrucción, como se traduce constantemente) de cualquier presentación del Planeta que se precie, pasada, presente, y tal vez futura.
 
Terminados los discursos, José Manuel Lara, presidente del grupo, invitó a los presentes a un cóctel no sin desear que los lectores refrendaran con su acogida el voto favorable del Jurado. Y aquí, ante esta mención del jurado, aprovecho para expresar mis reservas sobre la forma en que están planteados estos premios en los que se comprometen grandes cantidades de dinero. Reflexiones que me vienen inducidas por el correo de un amigo lector (a veces ocurre) quien, a propósito de lo que dije en la crónica anterior, me animaba a iniciar una cruzada –concretamente se refirió a redactar un Manifiesto- contra la impostura de esos premios. Como sé que cualquier iniciativa que carezca de apoyo mediático es completamente inútil (recuerden el manifiesto sobre la libertad de expresión: al final nos quedamos solos los cuatrocientos firmantes y quien lo impulsó) no voy a hacer nada al respecto, excepto reproducir algunos fragmentos del citado correo, cuyo contenido suscribo al cien por ciento: "… que cada cual haga negocio como lo considere oportuno, me parece algo de la más estricta justicia y libertad. Que nuestros conocidos, amigos, colegas –respetabilísimos, por otra parte– se presten a tales negocios, para dar un "aura" de "respetabilidad" a tales manejos es lo que convierte la cosa en algo peor que la más pura miseria. Por lo que tiene de venenoso y envenenante. (...) Que un empresario (Planeto o Polanco) publique lo que considere más oportuno para su negocio, y lo promueva por todos los medios que estén a su alcance, me parece una actividad tan respetable como otra. Que cada cual tenga su propia concepción de la cosa libresca me parece indispensable. Que haya muchas visiones enfrentadas incluso puede ser "divertido". Dicho todo esto... lo que a mí llamó la atención de tu texto y me impulsó a escribirte es muy otra cosa. Para mí, el problema de fondo no es que se concedan premios a libros infames (cada cual es muy libre de hacer con su dinero lo que le parezca más rentable). El problema es que nuestras amistades (llamémoslas así) introduzcan una devastadora confusión de géneros.
 
Dicho de otro modo: Yo no he leído nunca ningún libro de APR. (se refiere a Arturo Pérez Reverte) Ni pienso hacerlo mañana. El tono de matón barriobajero de sus artículos hace daño a mi sensibilidad. Pero comprendo perfectamente que sus libros gusten. Incluso puede que sean buenos libros. Y me parece excelente que la crítica los ensalce. ¿Como negar a nadie el derecho a su propia libertad de gusto y sensibilidad? El problema comienza cuando la misma persona que consagra una página encomiástica a APR, esta semana, consagra otra página no menos entusiasta a Guy Debord, la semana siguiente... Comprendo el eclecticismo y la diversidad de criterios. Pero me parece excesivo. APR y Debord me parecen incompatibles. Quien haya admirado la prosa situacionista no puede admirar la prosa de APR. Hay algo de podrido en todo eso. Y esa era la cuestión de fondo de tu artículo. Hablar mal de Planetos o Polancos me parece injusto: cada cual se gana la vida como puede; y ganar dinero me parece una actividad muy respetable. Por el contrario, no me parecen muy compatibles la sensibilidad "poética" (digámoslo así) y el tipo de prosa barriobajera que tu citas en tu artículo. De ahí, last but not least, que el verdadero problema no sean los empresarios, editores y publicitarios: sino la baja fauna que integran nuestras amistades, colegas y demás ralea trepadora, dando una incierta respetabilidad a cosas que no siempre la tienen. Dumas está muy bien. Proust también. Cada cual está en su derecho a elegir. La confusión comienza cuando Dumas, Proust, APR, LE y Debord son instalados en el mismo plano "culto". A través de las bajas pasiones de nuestros colegas y amigos. De ahí el invitarte a la redacción de un "manifiesto": tarea harto ingrata, inútil (quizá) y tediosa. Yo mismo me siento sin fuerzas para entablar esa batalla, que, cuando menos, ha servido (soñándola) parasostener este monólogo a dos voces. Me temo. Mit viele zarlichkeiten.
 
Como ven, la copia de esta carta me ahorra muchos argumentos y poco puedo añadir a lo que tan bien ha expuesto mi escaldado colega. En efecto, lo más sangrante de estos premios no es que existan (con su pan se lo coman y suerte para el elegido) sino que están refrendados por insignes filólogos, refinados poetas y excelsos escritores. Ante novelas como la ahora premiada, construida con una prosa ramplona y, como dice mi corresponsal aludiendo a la frase que cité –"estaba más pelada que el chocho de la Nancy" (pág. 27) barriobajera, con un argumento lleno de tópicos y de un nacional feminismo escalofriante, no puedo creer que los jurados hayan "confundido los géneros", equiparando a Lucía Etxebarría con Colette, pongo por caso, sino que se han movido por intereses y obligaciones coyunturales. Repito: no estoy en contra de los premios, estoy en contra del montaje de los premios. Hace tiempo, a propósito de otra impostura aconsejé que estos premios en los que se arriesga tanto, como el Planeta o el Primavera, se convocaran como lo que son, premios de éxitos comerciales. Sólo podrían presentarse autores con ventas superiores a los 20.000 ejemplares y el jurado sería puramente técnico. De ese modo no se jugaría con las ilusiones de los autores noveles, ni se engañaría a los lectores. Quienes compraran la novela lo harían por el tirón del autor y la sólida trayectoria de la editorial, y no de la más que figurada autoridad del jurado. Y todos tan contentos. Con el montaje actual los premios se parecen bastante a cualquiera de esos concursos de telebasura que tanto parecen gustarle a la actual premiada.
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