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CIENCIA

El ojo delator

Un equipo de científicos estadounidenses ha descubierto que el blanco de los ojos juega un papel trascendental en el reconocimiento de las emociones. ¿Pero por qué esta zona acular resulta ser tan expresiva? Hace casi dos milenios el orador latino Cicerón sentenció que la cara es el espejo del alma. Puede que con el paso del tiempo la expresión se haya convertido en un tópico, pero nadie puede negar que es la que mejor define el rostro humano.

Un equipo de científicos estadounidenses ha descubierto que el blanco de los ojos juega un papel trascendental en el reconocimiento de las emociones. ¿Pero por qué esta zona acular resulta ser tan expresiva? Hace casi dos milenios el orador latino Cicerón sentenció que la cara es el espejo del alma. Puede que con el paso del tiempo la expresión se haya convertido en un tópico, pero nadie puede negar que es la que mejor define el rostro humano.
En una criatura social como es la humana, la superficie facial constituye la principal seña de identidad del individuo, así como una herramienta esencial para el reconocimiento de nuestros congéneres y las relaciones. Después del lenguaje verbal, las expresiones del rostro conforman el sistema de comunicación más completo para la manifestación de los sentimientos y los estados de ánimo. Incluso, la información facial es considerada por algunos expertos como más fiable que la palabra, ya que con ésta se puede mentir y disimular más fácilmente que con los gestos.
 
La mímica facial permite representar gráficamente cualquier estado emocional. La ira, la alegría, el dolor, el desengaño, la ilusión, la decepción, el miedo, la sorpresa, el amor, el espanto, la burla, el odio… tienen su representación en la cara. Podemos asegurar sin miedo a equívocos que el ser humano es capaz de expresar son su cara tantas emociones como puede experimentar. El abedecedario de este lenguaje son los ojos y todo su entorno –los párpados, las pupilas y las cejas–, la frente, la nariz, la boca, las mejillas e incluso cada pliegue cutáneo y los cambios de color de la piel. El menor gesto facial puede delatar nuestras intenciones.
 
Sin duda alguna, los ojos son las ventanas por donde nuestro cerebro –y el alma– se asoma al mundo y, quizás debido a esto, es por lo que estas dos canicas blancas rellenas de gelatina de 2,5 cm de diámetro y 8 gramos de peso constituyen los elementos más expresivos del rostro. El elemento más llamativo y atractivo del ojo es el iris, que da color y belleza al rostro. Sin embargo, el elemento más importante para la comunicación es lo que vulgarmente se conoce el blanco de los ojos y que los oftalmólogos llaman esclerótica. Los humanos somos con diferencia los mamíferos con mayor superficie esclerótica, sólo seguida de lejos por otros primates superiores, como el chimpancé y el gorila. Esto es así por que los primates somos criaturas fuertemente visuales: los ojos juegan un papel primordial en las interrelaciones humanas como mecanismo para transmitir emociones. Si contemplamos los ojos de otros mamíferos, comprobaremos que apenas muestran su esclerótica: los ojos de nuestro perro son casi una bola negra. En palabra de los etólogos, esto es así debido a un mecanismo de defensa. El blanco de los ojos constituye un elemento delator que permite al enemigo deducir cual es la intención del animal. Esto explica porqué oculta su blanco de los ojos.
 
A lo largo de la evolución, los humanos hemos perdido esta protección ocular en beneficio de la comunicación visual, hasta el extremo de que exhibimos el blanco de los ojos sin miedo a delatar nuestras emociones, cosa que puede llegar a ser nada beneficiosa. Unos ojos grandes con una esclerótica inmaculada atraen la mirada como dos potentes imanes.
 
Paradójicamente, el órgano más expresivo del nuestro rostro se encarga de percibir las emociones que se dibujan en los ojos de los demás. En efecto, cuando nos encontramos frente a una persona, nuestros sesos son capaces de recabar a través del sistema visual todos los gestos que manan del semblante del interlocutor y de procesarlos e interpretarlos casi de manera instantánea. Hoy, los neurólogos saben que las emociones faciales son procesadas en la amígdala, una estructura en forma de almendra situada en la base del cerebro. Las personas con lesiones en esta pieza cerebral son incapaces de reconocer las emociones que expresa el rostro. Los especialistas también saben que las alteraciones en la habilidad para expresar y reconocer las emociones constituye en muchos casos síntomas de cuadros psicopatológicos, como la esquizofrenia y los trastornos del ánimo, y están presentes en la epilepsia, la demencia, el autismo, el retraso mental y otros trastornos de la mente.
 
Los estudios llevados a cabes con técnicas de neuroimagen, como la tomografía por emisión de positrones (PET) y la resonancia magnética funcional (fIRM), que permiten ver la actividad cerebral en directo y a todo color, confirman que la amígdala gestiona nuestras emociones. También revelan que esta almendra sentimental es experta en sonsacar información a los ojos del interlocutor. Sobretodo, la amígdala se muestra muy sensible a las señales emociones negativas, como las del miedo y la ira. Así lo constata un estudio que acaba de publicar la revista Science. En él, Paul J. Whalen y sus colegas del departamento de Psiquiatría y Psicología de la Universidad de Wisconsin (EEUU), demuestran que la amígdala es muy sensible a la forma de los ojos y, sobre todo, a los cambios en la superficie esclerótica que deja expuesta los párpados. Con la ayuda de unos voluntarios que se sometieron a una fIRM mientras contemplan rostros humanos con diferentes estados de ánimo, los investigadores vieron que la amígdala se ponía a cien cuando se le presentaba unos ojos redondeados, que son señal de sorpresa y miedo, mientras que su reacción era menor al mostrarle ojos achinados, que así los ponemos cuando estamos alegres y sonreímos.
 
Así pues, cuando quiere ocultar sus emociones , vigile el blanco de sus ojos. La esclerótica puede delatar sus intenciones, ya sean buenas o malas.
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