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LIBREPENSAMIENTOS

El ocio ostentoso y sus críticos

La laboriosidad, la mentalidad calculadora y el espíritu ahorrador han favorecido el auge del capitalismo desde el primer momento, pero en su crecimiento y consolidación han contribuido asimismo otros rasgos no menos relevantes, como el ocio y la ostentación. Sin embargo, estas nociones no han tenido buena fama, incluso en los círculos del liberalismo, siendo desprestigiadas tanto por razones económicas como morales.

La laboriosidad, la mentalidad calculadora y el espíritu ahorrador han favorecido el auge del capitalismo desde el primer momento, pero en su crecimiento y consolidación han contribuido asimismo otros rasgos no menos relevantes, como el ocio y la ostentación. Sin embargo, estas nociones no han tenido buena fama, incluso en los círculos del liberalismo, siendo desprestigiadas tanto por razones económicas como morales.
Caravaggio: 'Baco' (detalle).
El sociólogo Veblen las ha cuestionado con gran lujo de detalles. Thorstein B. Veblen (1857-1929) constituye un caso singular dentro de las ciencias sociales. Pensador radical y anticapitalista, propenso a una modalidad interpretativa y metodológica del socialismo no marxista, algo proudhoniana y bastante campestre, fue un inconformista más que un revolucionario. Un personaje desarraigado en una América pujante, frecuentemente sin oficio y siempre circunspecto ante el beneficio.
 
Hijo de agricultores de origen noruego, nace en una granja de Cato, Wisconsin, en donde no pocas veces busca refugio cuando la carrera académica y las actividades docentes, que desarrolla con desigual fortuna en diversas universidades del país, se tuercen y no acaban de consolidarse, corrientemente como consecuencia de una clase de celo no precisamente profesional. En tales situaciones, se repliega al mundo rural y vuelve al entorno familiar como quien retorna al origen, convencido de la solidez y seguridad que garantiza lo biológico-natural, lo nutricio y lo ancestral.
 
Allí, en el ámbito primario de la frugalidad y la labor, en el reino del duro trabajo físico y el producto bruto, cree advertir los valores supremos de la nación y del pueblo. Y allí encuentra la paz y la tranquilidad necesarias para leer y reflexionar sobre el sentido de la riqueza, la nefasta ociosidad y las consecuencias destructivas que el hedonismo y el materialismo provocan en el homo oeconomicus.
 
El libro más célebre de Veblen lleva por título Teoría de la clase ociosa (1899). Todo un tratado de investigación, documentado y original, riguroso y docto, nace, sin embargo, del rencor y el resentimiento que siente el autor hacia todo lo que denote clase y distinción. Las clases distinguidas, las económicamente superiores, afirma en el texto, son herederas del instinto dominador y depredador del ser humano. Crecen y se reproducen porque no frenan sus inclinaciones, o no las orientan a otros fines presumiblemente "más morales". De hecho, las erigen en sus señas de identidad, como marca de serie y condición, en señal de jerarquía.
 
Thorstein VeblenLejos de las terminologías decimonónicas y románticas de corte marxista –como, por ejemplo, "plusvalía"–, Veblen define al potentado, al burgués, como el sujeto que se mueve por un impulso irrefrenable hacia el dispendio ostentoso. El derroche y el gasto desmedido estimulan así la emulación general, erigiéndose en modelo de conducta social entre los individuos. En rivalidad, en competencia y en competición con los demás es como el poderoso y pudiente se siente clase superior. La influencia del biologismo y el evolucionismo no puede ser aquí más notoria.
 
Desde el paradigma de la clase ociosa el rico se reconoce, pues, no porque cree y produzca, sino porque consume a manos llenas, sin otro motivo que el de destacar, poniendo así en evidencia, en su sitio, al carente, al que no tiene similar capacidad o no la exhibe con igual frescura. Afirma Veblen: "Esta riqueza, considerada sagrada, extrae su primordial valor de la buena fama que procura cuando se consume con ostentación".
 
El poder que caracteriza al acaudalado es, por tanto, eminentemente adquisitivo, patente por la capacidad de gasto que despliega ante los ojos del público. Las clases medias, por su cuenta, a juicio de Veblen, en su esfuerzo por emular el indiscreto encanto de la burguesía, se malgastan y se arruinan sin remedio en la empresa, y con ellas a la comunidad en su conjunto. En este punto, la crítica de Veblen adopta un perceptible timbre moralista, casi puritano:
 
La regla del derroche ostentoso puede influir, en mayor o menor medida, en el sentido del deber, en el sentimiento de la belleza, en el sentido de utilidad, en el sentido de devoción y de la convivencia ritual, y en el espíritu de la verdad científica.
 
Thorstein Veblen repudia los beneficios monetarios procedentes de la actividad financiera por constituir, a su juicio, una demostración de "enriquecimiento sin motivo", de estimulación de una cultura del dinero que resulta contraria a la productividad, la creación de empleo y la búsqueda de una riqueza nacional, que no es la de los individuos, sino la del pueblo. El perjuicio que conlleva la estructura bancaria y monetaria de la economía liberal queda contrapuesto de este modo a la bondad y los beneficios de la denominada "economía comunitaria", o sea, social.
 
Todavía hoy, reprobaciones del ocio, la abundancia y la prodigalidad –de la liberalidad, en fin– tan crudas y viscerales como las expuestas por Veblen impregnan la conciencia y el sentimiento de amplios segmentos de la población en las sociedades ricas, de esa opinión pública tan fácilmente influible por la apariencia de las cosas y adicta al "qué dirán".
 
En consecuencia, no pocos ciudadanos, acaso sin saberlo plenamente ni por qué, simpatizan con los prejuicios anticapitalistas de un Veblen. No importa que la descripción y la mentalidad que los sostenga, independientemente de su "verdad científica", hayan quedado en la actualidad definitivamente desfasados y obsoletos. Y decimos esto por dos razones básicas.
 
Primera razón: hoy, los ricos y potentados, los empresarios y financieros, se muestran, por lo general, más discretos que los retratados por Veblen a finales del siglo XIX. No así los políticos, por cierto. Si aquellos gastan (o malgastan) mucho o poco, ello es asunto de su incumbencia, pues se trata de su dinero: it’s their business. Con lo que han adquirido y es suyo, los propietarios están autorizados a hacer lo que les plazca. Sencillamente, aunque lo hagan a lo grande.
 
En última instancia, el dispendio, si se produce, proviene del éxito del negocio y la empresa. En su mayor parte (dejemos a un lado a los horteras, crápulas y farsantes), consumen o queman el dinero con más decoro que decoración, con más reserva que exhibición, con mayor disimulo que descaro. No es nada personal, pero a la vista, por ejemplo, de lo que gasta Bill Gates en peluquería y sastre nadie diría que personifica una de las principales fortunas del planeta (acaso el presupuesto para tales menesteres se haya visto mermado como consecuencia de su frenética entrega a la filantropía).
 
Y segunda razón: diferenciar en el momento presente entre beneficios productivos (buenos) y de capital invertido (malos) en el seno de las sociedades desarrolladas se me antoja un despropósito fenomenal, un arcano, un prejuicio pedestre y arcaico. Un subterfugio, en suma, muy caro para los enemigos del capitalismo, quienes no descansan un minuto en su celo (esta vez, político) por denunciar y condenar toda clase de "especulación" (aunque nunca mirándose ellos en el espejo). De este modo tan displicente, sin distinción ni miramiento alguno, pero siempre con sumo rencor y atrevida ignorancia, califican toda rentabilidad o ganancia adquirida por inversores y ahorradores: especulación.
 
Anónimos en su mayor parte, esta clase de propietarios capitalistas la componen hoy personas pertenecientes a la gran clase media ("clase media-alta"); por lo común, más sobrias que pródigas, gente que apenas quiere ser famosa, dejarse ver o aparecer en la revista Forbes. Si la fortuna y el éxito les acompañan, podrán prosperar y acceder a la condición de ricos recientes o nacientes, que no es mismo que decir "nuevos ricos".
 
Muchos de estos provechos son producto de negocios nacidos del ocio o para el ocio. Mal que les pese a tantos inútiles y desocupados justicieros, muchos de los cuales atisban en la política, la corrupción y la coacción lo que son incapaces de adquirir por sus propios medios. Hablo de quienes ven en la política la inversión más ventajosa.
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