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ELECCIONES

El momento de la libertad

En las sociedades modernas, desarrolladas y bien ordenadas, o sea, normalizadas, el momento de la verdad, que decide las personas y programas que van a gobernarlas, se revela en la acción de votar en las urnas desde opciones responsables y desde la libertad.

La cita electoral de los españoles moviliza al electorado en torno a candidaturas para alcaldes y presidentes autonómicos. Pero nuevamente en España en una jornada de ese género nos jugamos mucho más. Ernest Renan, en su célebre escrito ¿Qué es una nación? proclamaba que la existencia de una nación es un plebiscito de todos los días, no sin previamente pedir disculpas por la sobrecarga retórica que contenían sus palabras. Tenía razón, en especial al percatarse de la exagerada imagen empleada: las naciones no pueden, en verdad, vivir permanentemente al límite. En un contexto moral, también se escucha que una vida plena significa planificar cada día como si fuese el último de nuestra existencia. Pero esto conduce a la ansiedad, no a la plenitud.

La democracia en España no vive hoy una situación normal, como consecuencia principalmente de la subida de tono de las reclamaciones y posicionamientos nacionalistas e izquierdistas que han transformado la regular confrontación partidista, de previsibles y aun necesarias alternancias en el poder, en permanente amenaza de fractura institucional y aun constitucional. Desgraciadamente, los recientes movimientos de los partidos que representan tales opciones no tienden a la contención y a la moderación, sino todo lo contrario. Han llegado tan lejos en su acoso al Gobierno español, en su radicalización y vesania, que difícilmente puede esperarse un cambio repentino de actitud de unas personas que hacen de la política en última instancia un problema personal.

En el País Vasco, de nuevo, no se votan regidores y concejales sino seguros de vida o descenso a los infiernos. En el resto de España, la polarización de la discrepancia política ha reducido las opciones a algo más chato que un bipartidismo: votar PP o anti-PP. El nacionalismo periférico, excéntrico y centrífugo insiste en su pulso al Estado, más allá de otras consideraciones puntuales, municipales. Las izquierdas no sólo están exaltadas sino movilizadas, sin cuartel, y acudirán a votar con todas sus fuerzas, y unidas. Según revelan sus mensajes, no se conforman con alcanzar el poder sino que aspiran a cambiarlo radicalmente; por ejemplo, sustituyendo paulatinamente en las instituciones la democracia representativa (ir a votar cada cierto tiempo...) por la denominada “democracia participativa” o “deliberativa”, según la cual las “asambleas de vecinos y ciudadanos” y los “colectivos cívicos” ganarán protagonismo decisorio frente a la actuación de los “políticos”. Hay anormalidad política, en fin, cuando un país se juega su modelo de Estado, su forma de gobierno y su estabilidad en unas elecciones municipales.

Es hora de elecciones; la hora de la verdad. Decía también Renan, esta vez sin retórica, que el “voto de las naciones es, en definitiva, el único criterio legítimo al que se debe siempre volver”. En una democracia moderna y liberal no es la opinión pública la que decide, en la calle, sino los ciudadanos por medio del voto libre y secreto, en un acto silencioso y reflexivo. Es el momento, pues, de la libertad.


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