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CRÓNICAS COSMOPOLITAS

El infierno de las buenas intenciones

La “lucha por la paz” es una guerra política, ideológica, con pinitos, por ahora, de violencia contra los USA. Es un guerra contra la democracia y se apoya a Irak no porque a todos les guste su régimen totalitario, sino sencillamente, porque está contra los USA.

Carmen Martín Gaite solía decirme que debería abandonar mis polémicos artículos políticos para dedicarme exclusivamente a la literatura. Nunca supe a ciencia cierta si, en su jerarquía personal, consideraba a la literatura muy superior a la política, como decía, o si sencillamente no le gustaban mis artículos. (De todas formas, su Macanaz también es un libro político y va dedicado a Rafael Sánchez Mazas). No la hice el menor caso, claro. Como ahora vivo en un barrio progre, típico de los “bo-bos” de la mayoría municipal, el quiosco con prensa extranjera más próximo a mi casa no vende ABC y para encontrarle tengo que ir un poco más allá, hasta el Bulevar Saint-Michel, por ejemplo, que tampoco está lejos. Claro, no lo hago todos los días, pero lo hice el pasado domingo y me topé con la “tercera” de Rafael Sánchez Ferlosio: “Fuego del infierno”. Pensé que era una pena que Carmiña tampoco hubiera logrado convencer a Rafael de no escribir sobre temas políticos, porque ¡menudo desastre!

Dejemos de lado los tan repetidos argumentos de la izquierda extrema sobre “los canallescos bombardeos inmunes y a mansalva sobre Afganistán” o su odio irracional por los USA, que sólo ataca a “países pobres” (está claro que prefiere la civilización talibán, tan esparciata); olvidemos púdicamente sus cultos latinajos y referencias al Consejo de Letrán, tan actuales, para comentar su conclusión. Nos enteramos de que “el presidente Aznar, probablemente alucinado —tal vez a causa de malas lecturas—” (leerá ABC, seguro), se habría convencido del tópico según el cual España sufriría de un atraso mental y estaría muy lejos de la modernidad por no haber participado en ninguna de las dos Guerras Mundiales, y es por eso ha decidido, nuestro alucinado presidente, participar en la guerra contra Irak. Si, sí, según Sánchez Ferlosio, para Aznar la modernidad española pasaría por Bagdad. Siempre se pueden inventar argumentos estrafalarios y acusar a los líderes políticos que no te gustan de defenderlos, y así vencerles, fácil y dialécticamente. Me temo que si para que España sea al fin “moderna” es necesario que participe en una “gran guerra”, su participación actual —como la del Gobierno socialista, presidido por González, en 1991—, será totalmente insuficiente.

El apoyo del Gobierno español es mucho más político que militar, nada tiene que ver con el del Reino Unido, cuyos soldados combaten actualmente en Irak junto a las tropas norteamericanas. No les puede entrar en la mente, ni a Ferlosio ni a tantos más —los “listos” lo entienden perfectamente, pero están en contra—, que la política del Gobierno y de su presidente, acertada en mi opinión, no se basa en los timos y mitos a los que aludía, sino en la exigencia fundamental de una solidaridad internacional de defensa de la democracia, contra las tiranías, las dictaduras y el terrorismo. En esta perspectiva, la política de España y de bastantes países europeos más, solidaria incluso en la guerra, lo cual es evidentemente difícil, se justifica plenamente. Pero ¡qué mal lo explica el Gobierno! Claro, que en ciertas circunstancias es lógico que países democráticos, en desacuerdo con una u otra acción, militar o no, se abstengan y critiquen. Pero no es lo que ocurre ahora. La “lucha por la paz” es una guerra política, ideológica, con pinitos, por ahora, de violencia contra los USA. Se mire como se mire, in fine, es un guerra contra la democracia y se apoya a Irak no porque a todos les guste su régimen totalitario, sino sencillamente, porque está contra los USA.

La referencia a las dos Guerras Mundiales como parturientas de la modernidad es significativa. Claro que Sánchez Ferlosio se lo carga a Aznar y a sus intenciones secretas y alucinadas, pero resulta que no lo ha dicho Aznar sino él.

Yo soy de los que opinan que durante la Primera, la definición del “campo del Bien” y del “campo del Mal” es sólo fruto de la propaganda de los vencedores. En 1914, Alemania y el Imperio austrohúngaro, pongamos, no pueden seriamente considerarse como el “campo del Mal”, frente a Francia, Reino Unido y luego los USA (en 1917). Y si las consecuencias de esta tremenda guerra fueron profundas, y no todas negativas, la peor fue el triunfo del totalitarismo en Rusia, que no fue un acceso a la Modernidad, sino el triunfo de la barbarie. En la Segunda, desde luego se derrotó a la Alemania nazi, al Japón imperial y a sus aliados, se liquidó al nazismo (mal absoluto) y al muy agresivo imperialismo nipón, pero al mismo tiempo la URSS se convirtió en superpotencia mundial. Lo cual tampoco es lo que yo entiendo por Modernidad.

Por cierto, la neutralidad española en ese conflicto, mantenida por Franco, no impidió el envío de la División Azul a Rusia, lo cual desde un punto de vista estrictamente militar no fue mucho menos que la simbólica participación del ejército español en la guerra contra Irak, aunque desde un punto de vista político las dos situaciones sean muy diferentes. De todas formas, no pueden compararse, salvo por motivos de propaganda demagógica —que nos inunda a diario—, esas dos tremendas guerras y sus docenas de millones de muertos con la intervención militar en Irak.

Pasando a cosas menos trágicas, y por simple asociación de ideas y de apellidos, me parece curioso estos días el éxito que tiene en los medios progres Soldados de Salamina, tanto la novela de Javier Cercas como la película de David Trueba, pero también la figura del falangista Rafael Sánchez Mazas. Confieso no haber leído aún la novela y no pienso ver el filme, pero admitiendo que los meritos literarios del libro sean grandes —eso me han dicho— no lo explica todo porque en España apenas si existe crítica literaria, dominan la publicidad editorial y los directores de conciencia. Yo me pregunto si no existe algo más profundo y ocultado, un tronco común afectivo, ideológico y hasta familiar, entre la Falange y la progresía actual, que se desvela, una vez más, en torno a esta obra. Porque Rafael Sánchez Mazas fue uno de los primeros y más comprometidos falangistas de la época. No por ello me escandaliza en absoluto que se le tome por personaje de novela, como también podría imaginarse que un día José Antonio Primo de Rivera podría convertirse en protagonista de una novela lograda. La literatura es una cosa, y totalmente libre, pero el éxito actual en ciertos medios de Rafael Sánchez Mazas se debe a que la Falange fue profundamente antiliberal, como nuestros adversarios actuales. También fue escritor. Cuando yo era “soldado de Stalin” en Madrid, allá por los años cincuenta, leí una de sus novelas, que no me ha dejado, lo siento, un recuerdo imperecedero, aunque me llamó la atención el que nada de falangista tuviera, nada de realismo nacionalsindicalista, como las obras de Alfonso Sastre, pongamos. O los torpes intentos de adaptar el realismo socialista a la España franquista.

N.B. Me entero de que mi última crónica, “Autopsia de un artículo”, ha dolido a mi excelente amiga Julia Escobar. Resulta que es amiga de Martine Silber. Algo sabía que olvidé al escribir mi artículo. Desde luego no retiro una coma, pero para no molestar de nuevo a Julia prometo que la próxima vez, si es que ocurre, en lugar de “imbecilidad progre” pondré “conformismo progre” o mejor, “coherente con la línea editorial de su periódico” ¿Vale?


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