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SIETE MAGNÍFICAS: MUJERES CONTRA EL ISLAM

El fundamentalismo ilustrado: Necla Kelek

A los occidentales afectos al relativismo de los valores, desde la caída de los dioses de la utopía comunista encaramados en el Muro de Berlín, les ha dado por ahí: todo el que se atreve a defender los principios básicos de las democracias liberales es automáticamente descalificado con el epíteto-ladrillo de "fundamentalista".

A los occidentales afectos al relativismo de los valores, desde la caída de los dioses de la utopía comunista encaramados en el Muro de Berlín, les ha dado por ahí: todo el que se atreve a defender los principios básicos de las democracias liberales es automáticamente descalificado con el epíteto-ladrillo de "fundamentalista".
Bueno, la verdad es que no a todos. Sólo a los educados con buenos modales, pero hay que reconocer que son los menos. Los otros, directamente te vomitan en la cara un "facha" o un "neoliberal de mierda", versiones apenas maquilladas de los polvorientos "reaccionario"y "agente de la CIA" de la izquierda de toda la vida.

Hace dos años asistimos a la puesta en escena, artículos de opinión mediante, de un pas-de-deux clásico entre la Bella y la Bestia. La Bella había publicado con forma de libro un sedicente reportaje sobre el asesinato de Theo Van Gogh: Murder in Amsterdam. La Bestia (aka Pascal Bruckner) le dijo dos o tres cosas que sé de ella, en el diario on line Perlentaucher, en un artículo que hasta la fecha es el más efectivo desmaquillador de los afeites de la Bella que hemos visto lanzar al mercado. (Paciencia, ya llegaremos a Necla Kelek: lo que pasa es que la Bella acostumbra maquillarse con varias capas de productos cosméticos de desigual calidad, y lavarle la cara lleva su tiempo).

Ahora, pensándolo mejor, no sé por qué digo que lo hemos visto: de este famoso pas-de-deux que acabó sumido en un desbordante Lago de los Cisnes cuando media docena de bailarines se sumaron a la coreografía inicial, los medios españoles nos han dejado algún algodón desmaquillador tirado por el suelo, huérfano de origen y desangelado de contexto, en el diario local que sigue siendo considerado de referencia... ¿de qué? A ver si un buen conocedor de los productos de belleza de la prensa local, por ejemplo Arcadi Espada, nos ilustra un poco sobre el origen y pervivencia de esta tan habitual cuan oscura metáfora, no de lo real, sino de l'Oréal... a menos que se trate de un oxímoron solapado, uno más de los que tan pródigo se muestra este –ejem– país.

Recep tayyip Erdogan.El caso es que en aquella sonada (e importante) polémica, que enfrentó inicialmente a Bruckner con Ian Buruma y Timothy Garton Ash, intervino Necla Kelek. Ya me pasó con las fotos de Harriet Logan: tuve que darme de narices con el artículo de Kelek para saber de su existencia.

Necla Kelek nació en Estambul, el último día de 1957, en una familia de ascendencia y cultura cherquesas. Los cherquesos (o circasianos) son una de las minorías que integran el puzzle étnico-religioso-tribal que hoy conocemos con el nombre de Turquía. No es sorprendente que Recep Tayyip Erdogan, el actual primer ministro turco, se haya erigido en el principal patrocinador de la Alianza de Civilizaciones, originalmente propuesta por el presidente de la República Islámica de Irán Muhammad Jatamí. Un proyecto que es la perfecta concreción del relativismo de los valores en su faceta más política e institucional. Y digo que no debería extrañar que hoy abandere este proyecto un dirigente turco que nunca ha renunciado a defender y promover la religión y las tradiciones del Islam, porque el antiguo Imperio otomano, matriz de la actual Turquía, erigió en sistema de gobierno la representatividad de sus súbditos en función de su pertenencia étnico-religiosa.

Kelek se trasladó a Alemania, con su familia, cuando tenía apenas diez años. Ella misma se ha encargado de relatar, en más de una ocasión, lo que vivió en su hogar hasta que pudo comenzar a vivir en libertad, sin imposiciones tradicionales o tribales. Verbigracia, en esta entrevista:
Tenía diez años cuando llegué a Alemania procedente de Estambul. Aprendí alemán. Me sentía en mi casa. En mi pubertad, mis padres me prohibieron tener relaciones cercanas con mis compañeros de clase alemanes, con mis profesores, con Alemania. Durante cuatro años, sólo pude ver la vida desde la ventana de mi piso. Un día, dejé de obedecer a mi padre. Se produjo el estallido. Entonces comprendí que debía forjarme yo sola mi destino. Mi padre nos dejó, y mi madre dejó que siguiera estudiando. Eso fue lo que me salvó. Mi historia es la de muchos hijos de inmigrantes turcos. Quiero que les sirva de ejemplo para atreverse a vivir su vida.
Una vez liberada –y tras sobrevivir al estallido de su padre, que consistió en atacarla con un hacha–, Kelek estudió Economía y Sociología. Y comenzó a escribir. Hasta la fecha ha publicado media docena de libros. El más famoso, Die fremde Braut (La novia extranjera, pero asimismo extraña), le valió el Geschwister-Scholl-Preis y se convirtió en un best-seller: es una obra híbrida, cuya primera parte reconstruye la historia de cuatro generaciones de mujeres de la familia de la autora y la segunda expone los casos de mujeres turcas compradas en su país de origen y llevadas a Alemania para casarse con turcos inmigrantes. Esta parte de su libro está basada en un trabajo de documentación e investigación sobre un corpus original de más de cincuenta entrevistas.

Necla Kelek.Las conclusiones a las que llega Kelek, y que la han convertido en cabeza de turco para los islamistas en Alemania, son dos: que prácticamente la mitad de los inmigrantes turcos actualmente instalados en Alemania han decidido vivir al margen de la sociedad de su país de acogida, en lo que Kelek llama una "sociedad paralela", y que las principales víctimas de esta radical autoexclusión son las mujeres. De hecho, Kelek ha sido una de las primeras voces en Alemania (junto a la abogada Seyran Ates y la escritora Serap Cileli, también turco-germanas) en denunciar los asesinatos de honor. Como el que tuvo lugar el 7 de febrero de 2005 en Neukölln, un barrio al sur de Berlín mayoritariamente poblado por inmigrantes, cuando la joven de 23 años Hatun Sürücü fue acribillada a balazos por tres de sus hermanos por haber renunciado a las costumbres islámicas en el hogar.

Valientemente, Kelek también se ha atrevido a poner su grano de arena en uno de los debates que más polvareda han levantado en Alemania en estos últimos cinco años: si conviene o no que los poderes públicos financien o ayuden a financiar la construcción de mezquitas para la comunidad musulmana (mayoritariamente turca en este país). Vale la pena leer a Kelek sobre este extremo, aunque sólo sea porque sabe de lo que habla: una cosa es la mezquita como lugar privilegiado de sociabilidad y encuentros comunitarios, y muy otra las llamadas "mezquitas de los viernes", auténticas "instituciones políticas". Lo que preocupa a Kelek, lo que motiva sus escritos e intervenciones, es la deriva de la comunidad musulmana mayoritaria en Alemania hacia posturas cada vez más alejadas de los principios democráticos de una sociedad como la alemana, y también la ceguera ante este fenómeno, cuando no la complacencia de una parte de la clase política de su país con las lenitivas tesis del multiculturalismo.

Contracorriente del pensamiento blando de la Bella, Kelek cita a menudo y reivindica, como guía de acción política para la integración de los musulmanes en las sociedades europeas, esta conocida frase del escritor suizo Max Frisch: "Vivir en democracia significa que cada quien es libre de ocuparse de sus propios asuntos". Pues bien, añade Kelek: es asunto propio de nuestras sociedades democráticas tomarse muy en serio las violaciones de los derechos básicos en los que se asientan. Los viole la Bella o la Bestia. Fundamentalistamente democrática.


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