Menú
CRÓNICAS COSMOPOLITAS

¿El fin de la inocencia?

Están tan tranquilos, como los nazis escondidos en América Latina, que se consideran olvidados, cuando no perdonados. ¡Ha pasado tanto tiempo! No están en absoluto escondidos; al revés: están en primera fila, bajo los sunlights de la actualidad. Lo que intentan esconder son sus fechorías; mienten, y casi todo el mundo se cree –o lo finge– sus mentiras.

Están tan tranquilos, como los nazis escondidos en América Latina, que se consideran olvidados, cuando no perdonados. ¡Ha pasado tanto tiempo! No están en absoluto escondidos; al revés: están en primera fila, bajo los sunlights de la actualidad. Lo que intentan esconder son sus fechorías; mienten, y casi todo el mundo se cree –o lo finge– sus mentiras.
Santiago Carillo no es un asesino, Paracuellos del Jarama nada tiene que ver con él, ni Andrés Nin, ni Grimau, ni Comorera, ni Bullejos o Monzón; Lise London jamás exigió que se fusilara a su marido Arturo por traidor, éste jamás escribió un libro "estalinista" sobre nuestra guerra civil: ¡España!¡España!; Togliatti jamás fue la mano negra de Stalin en España, disfrazado de Ercolí; André Marty fue apodado "el carnicero de Albacete" porque le gustaba la carne de vaca; Katyn fue una matanza nazi; el Gulag fue un gigantesco campamento de veraneo; los jemeres rojos no mataron a nadie, al revés, crearon el "hombre nuevo", portador de valores eternos.
 
La mentira se impone como leyenda, y José Luis Leal le entrega el premio "Concordia" a Carrillo, otros le hacen doctor "honoris causa" de la Universidad de Madrid, y así va todo. Frente al nacionalcomunismo de la URSS, los comunistas occidentales inventaron el "eurocomunismo", que pretendía autoindultarles de su activa complicidad con el totalitarismo. Pero a eso no se atrevieron hasta que la URSS iniciara su decadencia, cuando Moscú ya no podía imponer su disciplina férrea al movimiento comunista internacional, y por eso los comunistas italianos, franceses, españoles, etcétera, comenzaron a tener sus dudas, sus desilusiones, su incipiente desprecio por ese coloso con pies de barro; se acabaron los buenos tiempos de Lenin y Stalin, se terminó la fe total, el fanatismo militante, el culto a los jefes, la disciplina militar, virtudes bolcheviques, tan parecidas a las de los nazis. Se pusieron entonces minifaldas y claveles para seducir a Pekín y a su "Gran Timonel".
 
Pero lo que desempeñó un papel fundamental en ese cambio fue que, al compás de la decadencia de la URSS, de la agravación de sus crisis, de la disminución de su potencia, los PC europeos prosoviéticos, que estaban tan estrechamente ligados al totalitarismo comunista, con capital Moscú, entraron ellos mismos en decadencia, perdieron sus "clientes", sus militantes, sus electores; no pudiendo apoyarse en la URSS, no se apoyaban en nada, dejando de ser objetivamente secciones del movimiento comunista internacional. No fueron secciones de nada, se volvieron esqueléticos. Y como poco después ocurría lo mismo con China, les pasó algo parecido a los partidos comunistas "maoístas" (o.m.l.).
 
Presos del Gulag trabajando en las Solovky.Ante esa debacle del imperio comunista, sus divisiones, sus fisuras, todos a una se convirtieron en Judas, renegaron de sus dioses, sus ideales, sus amos. Mintiendo como putas portuarias, declararon que ellos jamás habían sido totalitarios, verdugos, carceleros, súbditos del Gulag y novios de la muerte. Esas fueron desviaciones "asiáticas" del comunismo, cosas de soviéticos y chinos, pueblos inferiores, apenas civilizados; ellos siempre fueron "de izquierdas", respetuosos de la democracia, antifascistas, y hasta comunistas buenos, víctimas del mal comunismo, que, robando el nombre a sus odiados "hermanos" trotskistas, calificaron de "estalinista".
 
En realidad, la única diferencia histórica –que, desde luego, tiene su importancia– entre unos y otros, comunistas "orientales" y "occidentales", fue que unos estaban en el poder, y lo ejercieron de la forma más despiadada y bárbara que conoce la Historia, y los otros fracasaron en sus intentos de conquista del poder y demagógicamente transformaron esa derrota en victoria: "No tenemos las manos manchadas de sangre".
 
Pues sí, las tenéis, y sólo vuestra derrota política en Occidente fue lo que os impidió realizar tantas masacres, demostrar tanta intolerancia, encarcelar y torturar a tantos disidentes, o declarados tales, como los soviéticos, los chinos, los jemeres rojos, los norcoreanos, etcétera, y cuando tuvisteis algo de poder, como en España durante nuestra guerra civil, en Grecia a finales de la II Guerra Mundial, en las guerrillas terroristas de comunistas combatientes, en América Latina o África, en todas partes en donde pudisteis, lo ejercitéis de forma tan despiadada como los comunistas "asiáticos".
 
De vez en cuando esta leyenda embustera, apoyada por prácticamente toda la clase política europea y la mayoría de los medios de desinformación, se resquebraja, trocitos de verdad surgen aquí o allá, pero enseguida las divisiones acorazadas de la mentira vuelven a censurar, ocultar, tergiversar, y se afirman extravagancias como que la colonización fue infinitamente peor que el comunismo, o que el senador norteamericano MacCarthy fue mucho más cruel inquisidor que Beria, y para muchos, pese a sus errores y desviaciones "asiáticas", el comunismo sigue siendo el provenir de la Humanidad.
 
No valdría la pena preguntar a los funcionarios de Attac, a los señoritos de Prisa, a los energúmenos del Foro Social Mundial, o a la socialburocracia, ¿por qué Rusia y China, las más poderosas potencias totalitarias, se han convertido al capitalismo y logran, así, avanzar a marchas forzadas en su desarrollo económico? Un capitalismo peculiar, desde luego: estatal y autoritario en Rusia, compaginándose difícilmente, pero compaginándose, con una dictadura de partido único en China; pero no vale la pena preguntarles nada, porque tienen, por eso no piensan, de plomo las calaveras.
 
Esta es mi inmediata reacción a la iniciativa del diputado sueco Göran Lindblad, del PPE, que acaba de proponer a la Asamblea Parlamentaria del Consejo de Europa la "condena de los crímenes del totalitarismo comunista", como se han condenado los crímenes nazis; propuesta que ha sido votada por la Asamblea, pero insuficientemente, ya que para que se tomaran sanciones (¿cuáles?) hubiera sido necesaria una mayoría de dos tercios, que no se obtuvo.
 
Portada de una edición de ARCHIPIÉLAGO GULAG, de Solzhenitsyn.Inútil, pienso, precisar que los 19 países de Europa del Este, que han vivido y sufrido ese totalitarismo, votaron a favor de la condena, que por quedarse en simbólica y moral no es menos necesaria. Tampoco es de extrañar si el senador socialista español, presidente del Grupo Socialista en el Consejo de Europa, su señoría Luis María de Puig, declarara: "Los crímenes de los regímenes totalitarios comunistas tienen que ser condenados con firmeza, pero no el comunismo, ni los partidos comunistas”. Que es como decir que hay que condenar los campos de exterminio nazis pero no a Hitler, ni su partido nacionalsocialista.
 
La bazofia embustera que con este motivo se ha desplegado una vez más por doquier es muy sintomática. Que los esqueléticos residuos comunistas europeos protesten es lógico: tienen que defender sus tenderetes y vender sus escapularios, pero que tantos, en realidad toda la izquierda, pretendan exculpar a los comunistas de sus crímenes, como si el Gulag y la Lubianka nada tuvieran que ver con el PCUS, por ejemplo, y que tantos, incluyendo buena parte de las derechas, pretendan sentar cátedra afirmando que, "pese a todo", la URSS y los PC vencieron al nazismo es para morirse de asco en un rincón. Porque es absolutamente falso.
 
La Internacional Comunista favoreció la llegada al poder de los nazis en Alemania, en 1933, y después, en pleno auge de los Frentes Populares y de la "Unión de Hermanos Proletarios", a partir de 1937, comenzaron los contubernios secretos entre nazis y soviéticos, que se hicieron oficiales en agosto de 1939, con el Pacto, pero que ya habían dado sus frutos venenosos con la colaboración de los dos partidos y sus policías políticas. Eso, sin ir más lejos, ocurrió muy significativamente en España, único país, entonces, en el que Alemania y la URSS estaban militarmente enfrentados, y donde, desde el principio de sus reuniones secretas, Stalin e Hitler acordaron la victoria de Franco.
 
En consecuencia, a partir de 1938 los soviéticos se retiran de España: sus Brigadas Internacionales, sus agentes, sus consejeros militares y policiales; cesa el envío de armas ya compradas con nuestro famoso oro; y todo el resto tan ocultado, aun hoy. En estas condiciones, ¿qué coño importa si Franco tomaba o dejaba de tomar picatostes, cuando en realidad todo estaba atado y bien atado por Hitler y Stalin? Claro que un tal viraje, cuando aún se celebraban los bailes y banquetes del Frente Popular y la URSS era el único país que "tan eficazmente ayudaba a la República española", tenía que ser paulatino y prudente.
 
En realidad, Moscú no tuvo excesivas dificultades para convencer a todos los comunistas del mundo de que sus peores enemigos eran las democracias burguesas, y la Alemania nazi un buen aliado. En cierta medida, el comunismo ha tenido una inmensa suerte histórica: en junio de 1941 Hitler, creyéndose que había vencido a dichas democracias burguesas porque se había "comido" (sin apenas combatir) a Francia y al resto de Europa (pero no al Reino Unido ni, sobre todo, a los USA), invadió la URSS, convirtiéndola en potencia antinazi. Porque Stalin no tuvo más remedio que defenderse de esa agresión. No lo hizo en nombre del comunismo, sino de la Patria rusa. No era tonto. Los tontos son ellos.
0
comentarios