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ECONOMÍA

El eurobono como coartada para la construcción del Leviatán europeo

Estos días estamos escuchando que el euro sólo podrá sobrevivir si todos los países hacen un esfuerzo común: el de crear un eurobono, o sea, una deuda pública común a toda la unión monetaria.


	Estos días estamos escuchando que el euro sólo podrá sobrevivir si todos los países hacen un esfuerzo común: el de crear un eurobono, o sea, una deuda pública común a toda la unión monetaria.

Extrañamente, se mete en el mismo saco a los buenos, a los malos y a los regulares. Tanto esfuerzo tendría que hacer España, auténtico culpable de que la credibilidad de la divisa común esté permanentemente en cuestión, como Alemania, que es quien hace que el euro tenga aún algo de credibilidad.

En principio, podríamos pensar que este reparto equitativo de las cargas es consecuencia de ese igualitarismo ramplón que lo impregna todo, y que tan bien reflejó el spot ése de "Esto lo arreglamos entre todos". ¿"Esto lo arreglamos entre todos"? Hombre, de lo que se trata es de que quien haya roto un plato lo repare o, cuando menos, lo pague, en vez de cargarle el muerto a quien ha obrado recta, sabia y prudentemente.

La campaña ideológica a favor del eurobono responde a tres objetivos políticos, tan obvios como peligrosos para nuestras libertades. En primer lugar, se trata de dar un gran salto adelante en la constitución del Gran Estado Europeo. Sin una hacienda común, sin un gobierno con poderío económico y manos libres para despilfarrar, la Unión Europea seguirá siendo un club de políticos amortizados que viven a nuestra costa y que se pasan la vida atacando a las grandes empresas y canalizando las obsesiones ecologistas del momento. La hacienda común implica el endeudamiento común –al fin y al cabo, ningún Estado se financia únicamente vía ingresos: todos medran endeudándose sobremanera... y justificando a posteriori las ulteriores subidas de impuestos en el pago de... ¡la deuda!–, y ese rol ha de desempeñarlo, sí, el eurobono.

En segundo lugar, se trata de no reducir el tamaño de los Estados que se están acercando peligrosamente a la insolvencia. Si bien el sentido común dicta a países como España, Portugal, Grecia o Irlanda una severísima dieta de austeridad, el eurobono les permitiría seguir endeudándose a cuenta del crédito alemán. El entusiasmo de los keynesianos no podría ser mayor: si bien son conscientes de que los PIGS deben reducir sus déficits públicos –los más elevados de su historia–, porque si no irán derechitos a la bancarrota, el eurobono posibilitaría que Alemania continuara sufragando los planes de estímulo de esas economías quebradas.

Sede del BCE.En tercer lugar, se trata de facilitar la monetización de la deuda. Muchos han sido los que han reclamado que el Banco Central Europeo adquiera deuda pública de los insolventes PIGS. El problema es que no queda demasiado decoroso que el balance del BCE se siga llenando de basura, que no otra cosa es la deuda pública de esos países; por eso los europeos nos hemos librado, por ahora, de esquemas inflacionistas tan contraproducentes como los quantitative easing que se han practicado en EEUU y Reino Unido. Sin embargo, si diluyéramos la calidad de las deudas nacionales en un eurobono, las presiones sobre el BCE se redoblarían, y a buen seguro acabaría cediendo: barra libre de endeudamiento para nuestros insaciables gobernantes.

Estos son, pues, los tres peligros que se abren con el eurobono, y que básicamente pueden resumirse en uno: el crecimiento exorbitante del gasto público y del intervencionismo estatal.

¿Es inevitable tal política si se quiere salvar el euro?

Pues no. Para empezar, porque, si así fuera, habría que plantearse qué sentido tendría salvar el euro: ¿para qué conservar una moneda que no serviría sino para limpiar las letrinas de nuestros mandatarios? Pero es que además es falso que la única forma de salvar el euro pase por incrementar el aparato del Estado, acrecentando el gasto y monetizando la deuda pública. Lo cierto es, de hecho, lo opuesto: hay que eliminar administraciones y competencias superfluas, recortar con energía el gasto público y no abrazar el envilecimiento de la moneda como método de reducción de la deuda.

Si queremos salvar el euro, hay una solución más simple y menos leviatanesca que el eurobono: cumplir el Pacto de Estabilidad y Crecimiento. Que los países miembros sitúen su déficit por debajo del 3% del PIB y su deuda pública por debajo del 60%. No necesitamos eurobono alguno; al contrario, su implantación adoquinaría el camino para una miríada de políticas monetarias y fiscales no sólo innecesarias sino perjudiciales.

Señores políticos: si quieren salvar el euro, dejen de juguetear con el gasto público, con la deuda y con el crédito inflacionista; olvídense del eurobono, o sea. Pero, claro, lo malo es que su auténtico propósito no es salvar el euro, sino construir un Megaestado europeo. Pues entonces sean sinceros y no nos digan que el eurobono es imprescindible para salvar el euro, sino que, al contrario, sólo pretende servir para ampliar sus despachos, sus cuentas corrientes y sus ya insoportables poderes.

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