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HISTORIA

El Ejército Popular de la República

La debilidad principal del Ejército Popular de la República nacía de la influencia anarquista y socialista, que los comunistas no lograron doblegar por completo, aunque sí reducir mucho, pero aun así no era en lo más mínimo un ejército de broma, y vencerle exigió de sus contrarios un esfuerzo ingente.

En la historiografía de izquierdas se ensalza unas veces al Ejército Popular de la República como una institución heroica y cuajada de jefes talentosos, fueran profesionales como Rojo o “salidos del pueblo”, como Modesto, y siempre superiores a los contrarios; lo cual no ayuda a explicar su derrota final. Otra tendencia describe dicho ejército con pocos y en general mediocres jefes y mandos intermedios, lo cual no aclara cómo pudo aguantar casi tres años, aunque, en compensación, permite achacar a Franco incapacidad militar, por no haber vencido en unas pocas semanas. Ambas versiones suelen insistir en la inferioridad material del Frente Popular, cosa, a su vez, difícil de entender cuando éste disponía de casi toda la industria militar y civil, y de todas las reservas financieras del país.

Saltan a la vista las incoherencias a que dan lugar esas versiones, no obstante lo cual ha cobrado vuelo últimamente la idea de una “república” en permanente inferioridad armada, gracias al libro de G. Howson sobre la ayuda exterior a las izquierdas hispanas, y a algunos datos del libro España traicionada. Pero el libro de Howson ha sido cumplidamente refutado por especialistas militares españoles como J. Salas y A. Mortera, y las interpretaciones de España traicionada sobre algunas irregularidades comerciales soviéticas, resultan, en este caso, un tanto forzadas.

Para situar el problema en su verdadera dimensión conviene seguir la evolución de dicho ejército. Cuando, desde el 19 de julio de 1936, el gobierno izquierdista reparte las armas a las masas, no sólo se hunden los últimos restos de legalidad republicana, sino también el ejército. El gobierno retuvo casi toda la aviación y la marina, las industrias, la mayor parte de las fuerzas de seguridad y casi la mitad del ejército de tierra. Pero se le ocurrió licenciar a las tropas de todas las unidades en que hubiera habido algún conato de rebelión, a fin de dejar a los rebeldes sin soldados. La medida salió al revés. Como tales conatos, aunque vencidos en su mayoría, habían ocurrido en casi todas partes, la tropa en la zona izquierdista se fue a sus casas (y después, observa Zugazagoitia, mostró nulo interés por reincorporarse), y en cambio no ocurrió nada así en el campo rebelde, pese a suponerse que en él los soldados, “hijos del pueblo”, estarían ansiosos de rebelarse o desertar.

Entonces las fuerzas izquierdistas cobraron un acentuado tono miliciano, operando los mandos profesionales como asesores. La mezcla del ardor revolucionario con la pericia de los profesionales debía destrozar a los rebeldes, considerados oficiales rutinarios e ineptos al frente de tropas descontentas. Sin embargo volvió a ser el bando rebelde el que manifestó una increíble capacidad de resistencia, incluso en condiciones desesperadas, como en Oviedo, Gijón, Toledo, Teruel, Huesca, etc., mientras los izquierdistas eran batidos una y otra vez por las pequeñas columnas de Franco. Esto se ha explicado por la indisciplina de las milicias, pero debe recordarse que éstas tenían siempre el refuerzo de amplios contingentes de guardias civiles y de asalto, bien entrenados, y también de tropas y mandos regulares.

Así, en contra de todas las expectativas, a los dos meses de guerra los rebeldes parecían próximos a ganar la guerra, y hasta los anarquistas hubieron de resignarse al cambio de orientación propugnado desde el principio por los comunistas: crear un auténtico ejército regular. La alternativa fue imponiéndose desde septiembre, y se hizo arrolladora con la llegada del armamento y el consejo soviéticos. Stalin, dueño de las reservas financieras españolas, y por tanto del destino del Frente Popular, presionó sin concesiones en pro del nuevo ejército.

Y éste, lógicamente, debió mucho a la inspiración soviética, apartándose por completo del diseñado por Azaña cinco años antes. La URSS y los comunistas pensaban aplicar en España la experiencia del Ejército Rojo, que en la guerra civil rusa había derrotado a los ejércitos “blancos”, mandados por la flor y nata de la oficialidad zarista y apoyados por Inglaterra, Francia, Usa y Japón. La fórmula de aquella victoria había sido una combinación de disciplina férrea, politización intensísima, y uso de buen número de antiguos oficiales zaristas, obligados o ganados políticamente, junto con la promoción de jefes salidos del “pueblo”, y destacados por su talento natural.

La fórmula del nuevo Ejército Popular de la República fue la misma: serían promovidos dirigentes militares del “pueblo” (Líster, Modesto, el Campesino, etc.) y utilizados al mismo tiempo numerosos oficiales “burgueses”: contra lo que muchos siguen creyendo, no menos de 5.000 de ellos sirvieron en el Ejército Popular (otros 1.500 fueron fusilados o asesinados), y lo sirvieron bien, como indica la alta proporción, un diez por ciento, de los que dieron su vida por la causa. Estos oficiales estaban vigilados por un cuerpo de comisarios políticos, encargados también del adoctrinamiento revolucionario de los soldados. Además se crearon órganos de espionaje y control, que alcanzarían su máxima dureza y profesionalidad en el SIM (Servicio de Investigación Militar), creado por Prieto a instancias de Orlof, el enviado de Stalin que había organizado en España la policía política soviética, NKVD, al margen del gobierno español. El SIM, señala Jesús Hernández (entre otros muchos) “era omnipotente. Ante ella temblaban políticos y magistrados, soldados y generales. Una acusación de sospechoso o desafecto al régimen, ejercía fulminante acción sobre el individuo que, sin defensa alguna ni defensor que se atreviera a hacerla, podía ser asesinado en una mazmorra o asesinado a tiros en la cuneta de cualquier carretera”.

Paralelamente, la disciplina fue asegurada mediante un endurecimiento del código militar hasta extremos de terror. Pues, en contra también de la leyenda, y como señala el mismo Azaña, las deserciones se hicieron pronto muy abundantes. Por una deserción podían recibir graves castigo (trabajos forzados, por ejemplo) no sólo los padres y hermanos del desertor, sino hasta familiares en tercer grado.

Estos métodos tienen inconfundible cuño stalinista. También se atribuyen a los consejeros soviéticos la adopción de la “brigada mixta”, gran unidad básica del nuevo ejército, aunque R. Salas Larrazábal la cree, no muy convincentemente, de origen español. El trabajo de organización fue enorme, y de él resultó una fuerza capaz de defender Madrid, de frenar a su enemigo en el Jarama y vencerle en Guadalajara, poniéndole en serios aprietos con ofensivas como las de Brunete, Belchite, Teruel o el Ebro. Su debilidad principal nacía de la influencia anarquista y socialista, que los comunistas no lograron doblegar por completo, aunque sí reducir mucho, pero aun así no era en lo más mínimo un ejército de broma, y vencerle exigió de sus contrarios un esfuerzo ingente.

En cuanto a medios materiales, la abrumadora superioridad izquierdista al comienzo de la guerra se reprodujo durante la batalla de Madrid, en noviembre del 36, menguando luego hasta desaparecer en octubre de 1937, al caer el frente del Cantábrico. Con todo, esta catástrofe fue en buena medida superada, y la inferioridad material izquierdista no llegó a tomar las proporciones abrumadoras que suele creerse, hasta finales de 1938, después de la batalla del Ebro, y mucho más tras la pérdida de Cataluña. En ese momento los nacionales pudieron desencadenar una gran campaña de aniquilamiento total contra un Ejército Popular a su merced, pero Franco se contuvo, favoreciendo la descomposición del mismo, para concluir sin apenas bajas la última campaña de la guerra.


*El último libro de Pío Moa, Los mitos de la guerra civil, editado por La Esfera, se pone esta semana a la venta.

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