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CRÓNICAS COSMOPOLITAS

El Edén estaba al este

La muerte del conocido cineasta Elia Kazan ha servido una vez más para lanzar una campaña a favor del comunismo y condenar como nazis leprosos a todos los que fuimos y somos anticomunistas por amor a la libertad, sencillamente.

Ya este verano, un ex ministro felipista proclamaba en las páginas de El País que el siglo XX no puede explicarse sin tener en cuenta “la generosidad de los comunistas”. Eso rezaba el título de la entrevista, pero leyendo el texto uno se daba cuenta de que el entrevistado se refería esencialmente a su propia generosidad, con lo cual resultaba evidente que el siglo XX no se explica sin él y, tal vez, algunos más que para utilizar un rótulo muy rancio podríamos calificar de “eurocomunistas”.

Pero siguiendo los vientos de la moda y sus afinidades selectivas, resulta que el eurocomunista Carrillo no era generoso; como otros, por ahora, sigue prefiriendo Lenin a Stalin (a quien con tanto fanatismo adoraron). Sin embargo, a ese mismo Carrillo se le acaba de premiar con un “Concordia”, lo cual resulta francamente vergonzoso y profundamente insultante para la memoria de todos los asesinados por orden del camarada Santiago, incluyendo a comunistas disconformes. Estas y muchas otras aparentes incoherencias no impiden que por todas partes, desde Nelson Mandela a el ABC, sean muchos los que intentan periódicamente salvar el máximo de la leyenda comunista. Los mismos periódicos, editoriales, políticos, universitarios, etc, que admiten que el Gualg soviético, las masacres en Camboya, los millones de muertos en China y todo el libro negro del comunismo no estaba del todo bien, te sacan a un Neruda, como a un Gramsci, un Althusser, como a un Alberti, un Guevara como un Ho Chi Min, para demostrar que pese a sus “defectos” y “errores”, el comunismo se justificaba y sigue siendo el porvenir de la humanidad, que un crimen comunista sigue siendo infinitamente más bondadoso que un crimen capitalista.

No habiendo sido destruido militarmente, arrasado, como el nazismo, sólo derrotado económica y políticamente, el comunismo, como los muertos que vois matáis, goza de buena salud. Cuando aún era presidente de África del Sur, Nelson Mandela, de visita oficial en Praga, dejó a los checos patidifusos, y al propio Vaclav Havel, al afirmar su solidaridad con el comunismo y la URSS, que “tanto nos han ayudado”. Será por sus largos años de cárcel, o por lo que sea, Mandela no parece haberse dado cuenta de que el fin de la URSS coincide con el fin del apartheid, y aunque no se trata de una casualidad, porque la política “africana” de la URSS se basaba precisamente en mantener el máximo de tensiones en ese continente, y más aún en el país más próspero del continente, pese al apartheid, África del Sur. Liberados de la solapada, pero eficaz, intervención político-terrorista soviética, las cosas pudieron cambiar en dicho país y Mandela pudo ser presidente, precisamente porque la URSS había desaparecido, y no al revés. Pero no vale la pena seguir dando ejemplos de la persistencia de la leyenda comunista, cualquiera, leyendo cualquier periódico, puede constatarlo a diario, aunque, como Mandela no se dé cuenta de lo que está leyendo.

Volvamos a Elia Kazán y a su “traición”. Hay que tener caradura, o ser imbécil de nacimiento, para hablar de traición, pero así es. Yo, claro, no estoy de acuerdo con lo que he leído en la prensa progre, como El País o Le Monde (y lo mismo en las radios y televisiones estatales galas), calificando a Kazan a la vez de genio y de traidor. No fue ni lo uno, ni lo otro. Realizó un par de buenas películas, pero también dramones sentimentales repugnantes. Empleando la jerga, puede decirse que fue un buen director de actores, pero debo confesar que volviendo a ver, por televisión, Al este del edén, me horripiló el amaneramiento del tan célebre James Dean, y me traté de imbécil por no haberme dado cuenta de ello hace 40 años. Me quedo con Mongomery Clift, sin lugar a dudas. Pero no quiero hablar de cine, sino del senador Mc Carthy y de su supuesta “caza de brujas”.

En 1950, el Senado de EEUU nombró una comisión parlamentaria, como periódicamente las nombra, contra “el crimen organizado”, el tráfico de drogas, la corrupción, la Mafia en los sindicatos, etcétera. En este caso, se trató de “actividades antiamericanas”, hablando, claro, del espionaje soviético y de la colaboración con éste de ciertos núcleos de comunistas norteamericanos. Dicha comisión fue presidida por el senador Mc Carthy, que no era una lumbrera. El año 1950 fue un año crucial de la guerra fría, que ardía en Corea, debido al ataque de Corea del Norte, con la ayuda posterior de los chinos, contra la Corea del Sur, ayudada por los USA. Pero desde la tremenda explosión de la Bomba A, en Hiroshima, en 1945, todos los servicios “especiales” soviéticos buscaban y ¿dónde mejor que en los USA, único país entonces en poseer la bomba A? los secretos de fabricación de dicha bomba. Y los encontraron. En el Reino Unido, en Italia, en Francia, y desde luego en los USA, científicos comunistas o simpatizantes, entregaron a la URSS, valiosas informaciones top secret, que permitieron a los soviéticos crear su conocido arsenal nuclear. El caso más dramático en este contexto y en los USA fue el de los esposos Rosenberg, Ethel y Julius, detenidos en 1951 y ejecutados en 1953. Pese a la nauseabunda propaganda comunista que les sigue presentando como inocentes angelitos de la guarda, fueron efectivamente comunistas que espiaban a favor de la URSS, secretos atómicos, pero tan torpes, que lograron poca información, pero fueron los únicos condenados a muerte, mientras que otros que sirvieron mucho más eficazmente a los intereses soviéticos escaparon a la pena capital, de todas formas yo soy adversario de la pena de muerte.

Resumiendo, por ahora, porque volveré sobre el tema, me parece que el Senado norteamericano tuvo razón de nombrar una comisión para investigar sobre el espionaje soviético y sus colaboradores en los USA, pero se equivocó nombrando a Mc Carthy, el cual, megalómano y autoritario, se pasó de la raya democrática, hasta el punto que el propio Senado que la había nombrado disolvió dicha comisión en 1954. Pero equiparar esa “caza de brujas” con la GESTAPO, el KGB, la Stasi, o la Securitate (o incluso la brigada politicosocial franquista), sólo se explica debido a la persistencia de la mentira comunista, enraizada en las mentes de los canallas y de los imbéciles. De paso señalaré, para nuestros sociólogos, psicólogos y demás lacanianos (tengo demasiado respeto por Freud, para utilizar, así como así, el término de freudianos) que el simple hecho de que, como Hollywood, la “fábrica de sueños”, fue una de las dianas del bestia de Mc Carthy, esto tuvo muchísima más repercusión, y se sigue comentando y exagerando sobre ello, mucho más que sobre los interrogatorios inquisitoriales a periodistas, o a sindicalistas, pongamos. ¿Por qué será, sino por el inmenso prestigio que tuvo y tiene la meca del cine, tan odiada (y tan implícitamente admirada) por los progres? También es cierto que la clase obrera norteamericana era, ya por entonces, más sanamente anticomunista que el senador ese de marras; y que los servicios secretos soviéticos y los delegados de la internacional comunista encontraron infinitamente más facilidades para actuar entre los “niños bien” de Hollywood, algunos con indudable talento, que entre los obreros norteamericanos, en su inmensa mayoría partidarios del capitalismo. ¿No han leído “El fin de la inocencia”?


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