Menú
POPULISMO

El corruptor absoluto

Replanteemos a Acton: el poder corrompe, pero sólo el populismo corrompe absolutamente. Degrada al ciudadano al punto de convertirle en un adicto al asistencialismo; se transforma en el siervo agradecido que entrega sin chistar sus libertades, derechos y responsabilidades a cambio de recibir lo que el gobernante populista se digne darle. Y, como todos los adictos, siempre pide más, hace cualquier cosa por obtener su dosis. Su trastorno es muy difícil de curar.


	Replanteemos a Acton: el poder corrompe, pero sólo el populismo corrompe absolutamente. Degrada al ciudadano al punto de convertirle en un adicto al asistencialismo; se transforma en el siervo agradecido que entrega sin chistar sus libertades, derechos y responsabilidades a cambio de recibir lo que el gobernante populista se digne darle. Y, como todos los adictos, siempre pide más, hace cualquier cosa por obtener su dosis. Su trastorno es muy difícil de curar.

La corrupción absoluta del populismo alcanza a todos los estratos sociales: los empresarios se vuelven dependientes del favor del Estado, expresado en aranceles preferenciales, mercados cautivos, monopolios por decreto, todas las excepciones imaginables a la regla de la competencia libre y el laissez faire. Así las cosas, la estrategia de los capitanes de la industria y el comercio no es competir, sino adular al mandatario. Por su parte, las masas se organizan o son clasificadas en función de la asistencia que reciben: comida, ropa, sanidad, educación, dinero..., y brindan sus votos –lo mismo que los empresarios su dinero– a quien mantenga el statu quo. En tal escenario, la democracia se pervierte, pues no se decide quién nos gobernará mejor, sino quién nos dará más.

Y el mismo Estado es corrompido, pues ha de expandir su poder y su aparato burocrático para poder consolidar su influjo. Cuando media el populismo, lo que el Estado otorga, permite o concede acaba por servir al asistencialismo clientelista, piedra angular del sistema. Cuanto más, mejor, lo que conduce al crecimiento infinito del Estado. Por consiguiente, para facilitar su respuesta y sortear engorrosos trámites, el soborno, el cohecho y demás modalidades delictivas vinculadas a la función pública no son crímenes, sino soluciones.

Para el populismo, la ideología es un traje que se luce o arroja en función de su utilidad en términos de popularidad; la gente procede de manera similar: vota a uno u otro en función de lo que ofrezcan. Atentos a las tendencias están los intelectuales baratos que condena el Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa, siempre atentos a justificar con nebulosos conceptos la meridiana realidad del envilecimiento inherente al populismo, donde la regla no escrita para prosperar no habla de esfuerzo, disciplina, talento, mérito, sino de cercanía al poder.

¿Cómo cambiar este mundo al revés? ¿Cómo curar de su adicción populista a miles de personas, de toda condición? Creo que la única respuesta posible pasa por la denuncia constante y sin desmayo del fenómeno, y por que los gobiernos recorten el nocivo asistencialismo clientelista. Ésa es la tarea del liberalismo. Vale la pena luchar por ello.

 

© El Cato

0
comentarios