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CATALUÑA

El cerebro y las vísceras

La embestida retórica y práctica del secesionismo catalán, tanto del oficial como del mediático, está gobernada cada día más por las vísceras y menos por el cerebro. Discursos rupturistas, referéndum ilegal y fraudulento, desacato beligerante a los fallos judiciales, amenaza de insumisión fiscal, exigencias de privilegios inconstitucionales, todo ello configura un modelo situado fuera de las líneas rojas (¡otra vez las líneas rojas!) de la racionalidad política.

Esta opción premeditada por el choque de trenes coloca en la cuerda floja de los funambulistas sin red a quienes desean compatibilizar su alianza con los secesionistas con una rentable imagen de moderación y de obediencia a los dictados del cerebro. Este es el caso de Josep Antoni Duran Lleida, quien, según las encuestas, es el político mejor valorado por los españoles.

El secesionista simpático

En una entrevista concedida al magazine dominical de La Vanguardia (9/10/2011), Duran Lleida atribuye la simpatía que despierta entre los españoles al hecho de que

la relación política, muy crispada, que existe entre Cataluña y España (...) se produce más en el marco de los políticos que en el de la sociedad (...) Quizá no está tan mal visto por la sociedad un político catalán, a diferencia de lo que ocurre en la parte dirigente del país.

Duran Lleida ha dado en la tecla. Con una salvedad. Es la parte dirigente del secesionismo catalán, con la que él está asociado, y no la sociedad, lo que estimula y usufructúa la crispación. Dice Duran Lleida, montándose sobre esta ola de crispación a la que, efectivamente, es ajena la sociedad:

La sentencia del Estatut nos aparta de esa España que yo desearía (...) Esa sentencia quiso humillar. Y eso me hizo daño, y si le hace daño a una persona moderada como yo, imagínese a los más radicales (...) Da la sensación de que esa España oficial no nos quiere, el Constitucional, el Gobierno, las instituciones, los partidos, medios de comunicación. No ha salido un solo intelectual en defensa de Cataluña en los últimos años. No me refiero a la ciudadanía, pero sí a sus representantes. Sinceramente creo que España necesita a Cataluña y al revés, pero al paso que vamos no descarto que eso se convierta en una posición irreconciliable. Trato de evitar el choque de trenes, pero cada vez unos y otros vamos con mayor aceleración, y parece inevitable una colisión.

Quien se autodefine como "moderado" pero es cabeza de lista de una coalición cuyos ideólogos son los que el mismo Duran Lleida llama "los más radicales" no pasa de ser un secesionista simpático. Precisamente por estar entreverado con esos radicales en la coalición, el cabeza de lista sabe que, como avisaron Xavier Rubert de Ventós y Juan-José López Burniol en textos que he reproducido aquí, el objetivo final de todos los implicados en esta campaña es la secesión, que ellos llaman independencia. No debería extrañarle entonces que, si los promotores de la balcanización divulgan sus intenciones a voz en cuello, los responsables de la supervivencia de España, sean políticos, juristas, intelectuales o simples ciudadanos, se pongan de acuerdo sobre la necesidad de frenar los desafueros de minorías viscerales. Porque se trata de minorías. El mismo Duran Lleida lo reconoce en esa entrevista:

España no tiene ningún interés en prescindir de Cataluña. Y aunque los catalanes quisiéramos mayoritariamente, que no es así, apostar por un país independiente, habría muchas dificultades para conseguirlo en las instituciones europeas si España se opusiera.

Opinión que ratifica el gran oráculo del Somatén Mediático, Enric Juliana (LV, 1/10):

La próxima estación de Catalunya [sic] no será la independencia. Quienes sostienen esa fantasía ignoran la gravísima crisis de la zona euro. El Directorio Europeo no tolerará ninguna modificación del statu quo en la Unión, entre otras cosas porque puede estar en juego a medio plazo la continuidad de Italia como Estado unitario.

Cataluña con eñe

Estos avisos para navegantes no desaniman a quienes están gobernados por las vísceras y no por el cerebro. Es por eso que hacen ostentación de sus provocaciones. Si a Duran Lleida le hizo daño la sentencia que recortó un Estatut aprobado únicamente por el 36,5% del censo, él, que se dice moderado, debería entender cuánto daño hacen a la mayoría castellanohablante de Cataluña medidas como la imposición de la enseñanza monolingüe en catalán, aunque ello entre en colisión con sentencias judiciales, y la negativa a dictar tres horas de castellano en las escuelas como estipula la ley. Me corrijo. Claro que lo entiende, aunque se haga el distraído. En mi libro Por amor a Cataluña. Con el nacionalismo en la picota (Flor del Viento, 2002), reproduzco algunos de los titulares de noticias referidas a Duran Lleida publicadas en La Vanguardia, cuando el hoy secesionista simpático todavía daba prioridad al cerebro sobre las vísceras y cuando en La Vanguardia se escribía Cataluña con eñe (como aún se escribe en la entrevista a Duran que comento). Aquí están:

"Duran considera desfasado y arcaico el discurso del nacionalismo catalán. Cabe preguntarse al acabar el siglo XX, sin manías ni miedo, qué aporta el nacionalismo al bien común" (26/7/96). "Duran pide a [Pere] Esteve que no sacralice la autodeterminación" (22/9/96). "Pujol advierte que un desmarque de Unió en la ley del catalán sería insolidario y muy grave" (23/2/97). "Pujol bordea la ruptura con Duran en la polémica sobre la ley del catalán" (25/2/97). "Duran sostiene que el catalán no debe ser jamás un tributo que pagar para pertenecer a Cataluña" (11/2/98). "Duran Lleida dice en Québec que el futuro de Cataluña no pasa por la independencia" (5/5/2000). "Duran ve un error recrearse en la insuficiencia de autogobierno y buscar enemigos exteriores. El líder de Unió invita a superar el nacionalismo que sólo hace 'afirmaciones patrióticas'". "Es un disparate exigir a alguien que deje de ser español para ser catalán" (14/5/2000).

Una paciencia infinita

En realidad, la sociedad española, incluido ese Madrid al que los secesionistas aluden despectivamente, exhibe una paciencia infinita cuando, anteponiendo el cerebro a las vísceras, sabe distinguir a los políticos secesionistas, por un lado, de la comunidad de catalanes pensantes, por otro, y establece con éstos una relación de afecto y respeto. Escribe Màrius Carol (LV, 20/3/2011):

El Banco Sabadell y Mango han decidido apostar por dos rostros tan catalanes como los de Pep Guardiola y Gerard Piqué, también en Madrid (...) Curiosamente son catalanas algunas de las personas que más influyen en la vida económica española: Isidre Fainé, como presidente de la CECA; Joan Rosell, como presidente de la CEOE; Isak Andrik, como presidente de la Empresa Familiar (...) Por no hablar de la cultura, donde los catalanes están al frente del Teatro Español (Mario Gas), del Museo Reina Sofía (Manuel Borja Villel) o de la Orquesta Nacional de España (Josep Pons).

Es siempre útil recordar que en Madrid han triunfado Josep Maria Flotats, Josep Maria Pou, Lluís Homar, Sergi Belbel, Dagoll Dagom, La Cubana, Els Joglars, Tricicle, y presentadores de radio y televisión como Àngels Barceló, Xavier Sardá, Carles Francino o la incombustible Mercedes Milá. Y la cuenta sigue: la prensa informa de que el 5 de octubre Candela Serrat, hija de Joan Manuel Serrat, debutó en el teatro Galileo de Madrid, encabezando el cartel, con la comedia La alegría de vivir, de Noël Coward. Obviamente, si en el futuro se reduce drásticamente el número de catalanes que triunfan en Madrid, ello no será producto de la catalanofobia sino, a la inversa, de la castellanofobia de los fanáticos que imponen la enseñanza monolingüe en catalán.

El tiro por la culata

El otro error garrafal de Duran Lleida consistió en arremeter contra el subsidio agrario del PER. Y no porque dicho subsidio no forme parte de una censurable trama clientelar, sino porque al formular la denuncia le salió el tiro por la culata: atrajo las miradas sobre las sumas multimillonarias que la Generalitat de Cataluña dilapida para satisfacer apetitos igualmente clientelares, como los de las embajadas, los de Òmnium Cultural, los de la Plataforma Pro Selecciones Deportivas Catalanas o los del irredentista Eliseu Climent con sus míticos Països Catalans. Francesc de Carreras aborda la realidad con su habitual rigor intelectual (LV, 13/10):

Lo que quizá no se acaba de entender en Catalunya [sic] es que se cierren quirófanos mientras subsisten instituciones y órganos de más que dudosa necesidad y eficacia. Es el caso, por ejemplo, de los 41 consejos comarcales, con un presupuesto de 556 millones, 1.040 consejeros y 1.600 funcionarios. O también de instituciones como el Síndic de Greuges, el Consell de Garanties Estatutàries, la Sindicatura de Comptes, la Comissió Jurídica Asesora, la Oficina Antifrau o el Consell de Treball, Econòmic i Social, que en conjunto tienen asignados 35,1 millones de euros. ¿Tantos millones son necesarios para las funciones que realizan? ¿Es necesario que realicen estas funciones? O el CAC, con sueldos por encima de los 100.000 euros. O la Corporació Catalana de Mitjans Audiovisuals –TV3 y Catalunya Radio–, con un déficit crónico que, aun habiendo últimamente disminuido, alcanza este año aproximadamente los 350 millones (...) ¿Son necesarios 159 millones para el fomento del uso del catalán? Quién se aprovecha de ello, y de otras subvenciones al catalán, ¿la lengua o algunos catalanes avispados?

Francesc de Carreras concluye su artículo diciendo que

todo se aceptaría mejor si antes de afectar a ciertos aspectos de la sanidad se modificaran otra partidas presupuestarias. Aunque me temo también que hay materias intocables, ¡y hasta innombrables! Construir un Estado en lugar de una comunidad autónoma resulta carísimo.

Un texto magistral

Siempre tropezamos con la misma piedra: detrás de todas las iniciativas de apariencia autonomista se oculta el propósito de construir un Estado. Lo cual nos lleva a bucear en un texto magistral del inolvidable Salvador Millet i Bel (1912-1998), cuyo catalanismo liberal estaba despojado de segundas intenciones disgregadoras. Escribió el antiguo secretario y discípulo de Francesc Cambó (La Vanguardia, 2/10/1999):

No me recato en afirmar que dedicar miles de millones de pesetas a la construcción, absolutamente innecesaria, del Museu d'Història de Catalunya es propio de un líder nacionalista, en clara oposición a lo que habría hecho un líder catalanista, que los habría dedicado a la reconstrucción del Liceu o a la ampliación y dignificación del Museu Nacional d'Art de Catalunya. Si la distinción entre los dos conceptos queda ya claramente insinuada con lo que acabamos de apuntar, esa diferencia se hace todavía más diáfana desde el momento en que, confesándolo, como Colom, o disimulándolo, como Pujol, el nacionalismo catalán apunta a la autodeterminación, en tanto que el catalanismo, desde nuestra irrenunciable peculiaridad y junto a las demás peculiaridades españolas –la andaluza, la castellana, la gallega, la aragonesa, la vasca–, aspira a "determinar", a conformar, a construir una España de todos, más unida, más justa, más próspera, plenamente respetuosa de todas las lenguas y todos los particularismos.

(...)

Tratando de concretar todavía más, diré que la gran diferencia entre el nacionalismo y el catalanismo consiste en el hecho de que mientras el nacionalismo de Pujol se halla todavía anclado en la idea revolucionaria, romántica, mágica, irreal e indefinible de la nación generadora de toda clase de derechos y, entre ellos, el derecho a la autodeterminación –"uno de los inventos más desafortunados del derecho internacional", según Dahrendorf; "un principio absurdo", según Popper; "una idea peligrosa", según el propio Renan, observaciones que yo comparto plenamente–, el catalanismo que aquí defendemos se basa no sólo en los derechos positivos, reales e irrenunciables de los ciudadanos, sino en la defensa de sus legítimos intereses económicos y sociales (...) Un catalanismo, en fin, que de forma decidida y valiente aspiraría a la máxima colaboración con el gobierno español, tratando de insuflarle ideas de austeridad, de responsabilidad, de modernidad, de racionalidad, de economía, de eficacia y, sobre todo –sobre todo–, de libertad.

Leído lo cual, resulta evidente que, en Cataluña, no existe fractura social entre catalanohablantes y castellanohablantes. Aquí, como en todo el mundo, la fractura se produce entre quienes actúan guiados por el cerebro y quienes obedecen a las vísceras.

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