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ELOGIO DE LA MODERACIÓN

El carisma de Mariano Rajoy

Fue nada menos que el ventrílocuo mediático Prisa el que, por boca de su muñeco Iñaki Gabilondo, dio la primicia de que Mariano Rajoy tiene carisma. Fue una revelación cargada de sarcasmo y chulería, porque atribuía esta cualidad al hecho de que la inminente conquista del poder neutralizaría las visibles carencias del candidato popular.


	Fue nada menos que el ventrílocuo mediático Prisa el que, por boca de su muñeco Iñaki Gabilondo, dio la primicia de que Mariano Rajoy tiene carisma. Fue una revelación cargada de sarcasmo y chulería, porque atribuía esta cualidad al hecho de que la inminente conquista del poder neutralizaría las visibles carencias del candidato popular.

Para complementar el hallazgo, Gabilondo, o sea Prisa, incurrió en la desfachatez de imaginar a José Luis Rodríguez Zapatero, textualmente, en su "pira funeraria". Pira ésta curiosamente alimentada por las toneladas de material con que dicha empresa jaleó al ahora incinerado, elevándolo a una posición en la que estaba obligado a fracasar por su frivolidad, por su incompetencia, por sus prejuicios y por esa desmesurada soberbia que lo llevó a soñar con la posibilidad de conquistar el premio Nobel de la Paz mediante trapicheos con terroristas y secesionistas. El ventrílocuo creía haber colocado en la Moncloa a otro muñeco dócil, y se encontró con un Pinocho embustero que no obedecía a su creador. Juan Luis Cebrián arrojó la última tea el 21 de septiembre en el Foro Nueva Economía, con una conferencia denigratoria contra el aún presidente, quien, a esta altura, y aunque tiene merecido todo lo que le pasa y más, empieza a inspirar compasión.

Un político moderado

Volvamos, pues, al presunto carisma de Rajoy. Según María Moliner, el carisma es, en su acepción secular, el "don de atraer y captar a la multitud". Evidentemente, sólo la élite progre, acostumbrada a adornar con hallazgos sociológicos y psicológicos los discursos que urde para idealizar o justificar a dictadores totalitarios y farsantes populistas, puede aplicar o negar con tanta ligereza la noción de carisma. Rajoy no tiene carisma ni lo necesita. Lo que sí tiene, el componente de su personalidad que muchos partidarios le han pedido que corrija, y que muchos adversarios confunden con la falta de propuestas, es moderación. Mariano Rajoy es un político moderado, algo que la sociedad española –no la multitud, ni la masa, ni el pueblo– pide clamorosamente, después de haber soportado las insidias de una nomenklatura experta en crear tensiones, crispaciones, enfrentamientos, regresiones y algaradas con el único objetivo de conquistar el poder, primero –aprovechando la tragedia del 11-M–, y de conservarlo a partir de entonces.

El notario Juan José López Burniol, que tenía una larga trayectoria como moderado en la política catalana, y que pareció apartarse de ella cuando los radicales montaron el show del Estatut, ha visto con alarma el creciente descontrol de las reacciones viscerales y ha publicado en La Vanguardia una serie de cinco artículos titulados, precisamente, "Los moderados". En el primero (5/8) explica que la moderación

se funda, por consiguiente, tanto en el realismo como en la ausencia de dogmas profesados como verdades apriorísticas y absolutas. Realismo para observar las cosas, los hechos y las gentes sin ideas preconcebidas. Y ausencia de dogmas como sinónimo de una laicidad que va más allá del hecho religioso y es concebida –en palabras de Claudio Magris– como uno de los baluartes de la tolerancia, en el bien entendido de que no sólo el clericalismo intolerante es lo contrario de la laicidad, sino también la cultura o pseudocultura radicaloide y secularizada dominante, por lo que el respeto laico por la razón no está garantizado ni por la fe ni por su rechazo. Laicidad –concluye Magris– significa "duda respecto a las propias certezas, autoironía, desmitificación de todos los ídolos, incluidos los propios; capacidad de creer con fuerza en algunos valores, a sabiendas de que existen otros igualmente respetables" (...) La intolerancia y la cerrazón, el sectarismo y la conversión del adversario en enemigo agravan los problemas. Tan es así que, incluso en situaciones dictatoriales, son los moderados quienes palían los rigores del poder y, tal vez sin quererlo, sientan las bases de una transición reparadora de las libertades cercenadas.

Tan atinada reflexión concluye así:

Esta reivindicación de los moderados es imprescindible en España, país marcado por una historia cainita en la que no se sabe qué lamentar más, si la impotencia y barullo provocados por la acción de los exaltados de toda laya o la ausencia de laicos a uno y otro lado del espectro político.

Al margen de la historia

En los artículos siguientes, López Burniol rescata la figura de algunos moderados que quedaron al margen de la historia por su condición de tales, con especial atención al escritor y periodista sevillano Manuel Chaves Nogales, un republicano que se expatrió en 1937 porque, escribió entonces,

idiotas y asesinos se han producido y actuado con idéntica profusión e intensidad en los dos bandos.

Yo también lo tomaré como paradigma de moderación en un próximo artículo, poniéndolo junto a Clara Campoamor, aquella republicana y feminista ejemplar que abandonó el Madrid revolucionario para que no la asesinaran, por liberal, los de su propio bando. La de los moderados es la memoria histórica de la tercera España, muy distinta de la que canoniza el revanchismo maniqueísta.

Sin embargo, la controversia en torno al vía crucis de los moderados no se circunscribe a España. Escribe el pensador socialista italiano Norberto Bobbio (Derecha e izquierda, Taurus, 1998):

Se ve que la diada extremismo-moderación tiene muy poco que ver con las ideas profesadas, pero se refiere a su radicalización y consecuentemente a las diversas estrategias para hacerlas valer en la práctica. Así se explica por qué revolucionarios (de izquierda) y contrarrevolucionarios (de derecha) pueden compartir ciertos autores: los comparten no por ser de derecha o de izquierda, sino en cuanto extremistas respectivamente de derecha y de izquierda que, precisamente por ser así, se distinguen de los moderados de derecha e izquierda (...) Ideologías opuestas pueden encontrar puntos de convergencia y acuerdo en sus franjas extremas, aun manteniéndose muy diferentes con respecto a los programas y los fines últimos de los cuales sólo depende su ubicación en una u otra parte de la diada.

La mediocracia

Bobbio cita, en defensa de su tesis, a dos autores. El extremista de izquierda Ludovico Gaymonat publicó una recopilación de artículos políticos suyos titulada Contro il moderatismo, o sea, contra el bloque moderado que se constituyó, a su juicio,

y aún se mantiene, después de la Liberación, y comprende el llamado arco constitucional que va de los comunistas a los democristianos, que han renunciado a la transformación revolucionaria de la sociedad heredada del fascismo, y se han contentado con la democracia.

Y, prosigue Bobbio, el neofascista Solina escribió en la revista de extrema derecha Elementi:

Nuestro drama actual se llama moderación. Los moderados son nuestro principal enemigo. El moderado es por naturaleza democrático.

Más adelante, Bobbio aborda otros puntos que tienen en común todos los enemigos de la moderación:

También con respecto a la moral y la doctrina de la virtud, los extremistas de orillas opuestas se encuentran, y en el encuentro hallan sus buenos motivos para oponerse a los moderados: las virtudes guerreras, heroicas, del coraje y la temeridad, contra las virtudes consideradas despectivamente mercantiles de la prudencia, la tolerancia, la calculadora razón, la paciente búsqueda de la mediación, virtudes necesarias en las relaciones de mercado y en el más amplio mercado de las opiniones, de las ideas, de los intereses en conflicto que constituyen la esencia de la democracia, en la que es imprescindible la práctica del compromiso. No es casual que tanto los extremistas de izquierda como los de derecha sospechen de la democracia incluso desde el punto de vista de las virtudes que ella alimenta y que son imprescindibles para su supervivencia. En el lenguaje de unos y otros, democracia es sinónimo de mediocracia, entendida ésta no sólo como dominio de la clase media sino también de los mediocres. El tema de la mediocridad democrática es típicamente fascista. Pero es un tema que encuentra su ambiente natural en el radicalismo revolucionario de cada color (...) El criterio de mediocridad está asociado al de reformismo, a la resolución pacífica de las disputas y, de forma aun más general, a la visión pragmática de la política y de los conflictos que se desarrollan en su seno.

Un pragmático posibilista

Puesto que ya en otra oportunidad me he definido como un pragmático posibilista, es lógico que hoy, aun sin experimentar ningún sentimiento de compromiso o fidelidad respecto del Partido Popular, tenga decidido mi voto por Mariano Rajoy, el candidato que encarna la moderación, el centro del espectro político. En verdad, desde los felices días de la transición, mi brújula siempre marca el centro. Empecé a votar al PSOE cuando éste rompió con el marxismo, y seguí votándolo cuando ratificó el ingreso en la OTAN, cuando tuvo como ministros a Miguel Boyer y a Carlos Solchaga, cuando emprendió la reconversión industrial, cuando aprobó la ley de extranjería, cuando acompañó a las democracias occidentales en la primera guerra del Golfo. Defendí públicamente la actividad de los GAL, que desembocó en una chapuza, y en esto discrepé con el PP, aunque coincidí con Manuel Fraga Iribarne, que les dio su apoyo explícito en unas declaraciones políticamente incorrectas.

Hasta que llegaron las elecciones autonómicas catalanas de 1994. El PSC presentó como candidato a un nacionalista de tomo y lomo, Joaquim Nadal. Yo voté a Aleix Vidal-Quadras. En las nacionales de 1996 pensaba votar nuevamente al PSOE, pero desistí cuando Felipe González lanzó, en Valencia, aquel guerracivilista "¡No pasarán!", refiriéndose a sus adversarios democráticos. El vídeo del doberman completó mi disgusto. Voté a José María Aznar. Lo voté nuevamente en el 2000. Y en el 2004, satisfecho con un gobierno que volvía a ser leal al Occidente democrático en la segunda guerra del Golfo, que acosaba –esta vez sólo dentro de la legalidad– a los terroristas y ponía límites a los chantajes nacionalistas, voté a Mariano Rajoy. Todo esto sin moverme del centro, de la moderación. Aquí plantado puedo disentir del PP en lo que concierne a la ley de aborto, y a la nonata ley de eutanasia y suicidio asistido, que se aprobará cuando el consenso social sea irresistible, gobierne quien gobierne. Pero al mismo tiempo interpreto como una prueba de la centralidad, la moderación y la sensibilidad social del PP el hecho de que respetara, durante los ocho años que gobernó, aquellas leyes de matiz laico que combatió cuando era oposición. Con los moderados se puede convivir.

Ahora, Josep Antoni Duran Lleida, la cara simpática de la convergencia secesionista, ha pronosticado un posible "choque de trenes" entre Cataluña y España, ha apoyado la inmersión monolingüista en las escuelas catalanas y a continuación ha lanzado la consigna de evitar a toda costa la mayoría absoluta del Partido Popular. Ahí está la clave: para que vuelva a imperar la moderación, después de este largo periodo de abusos anticonstitucionales y provocaciones demagógicas, ¡a por la mayoría absoluta! Y después de obtenerla, sí, a concertar el gran pacto de Estado para recuperar la normalidad institucional y económica, y para reincorporar España a la comunidad de naciones que componen la civilización occidental, sin alianzas espurias.

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