Menú
ECONOMÍA

El capitalismo no tiene la culpa

Los latinoamericanos no parecen entender cuál es el sistema económico que rige en sus países. A menudo los gobernantes apuntan correctamente a una injusticia, como la que representa conceder subsidios estatales a los ricos a costa de los pobres, pero no culpan de ello al estatismo mercantilista predominante, del cual son los más fervientes defensores; culpan, más bien, al capitalismo, un sistema que nunca rigió en sus países. Odian el capitalismo no sólo por envidia y resentimiento social, también porque desconocen las bases de la economía libre, y hasta la diferencia entre ricos, capitalistas y empresarios.

Los latinoamericanos no parecen entender cuál es el sistema económico que rige en sus países. A menudo los gobernantes apuntan correctamente a una injusticia, como la que representa conceder subsidios estatales a los ricos a costa de los pobres, pero no culpan de ello al estatismo mercantilista predominante, del cual son los más fervientes defensores; culpan, más bien, al capitalismo, un sistema que nunca rigió en sus países. Odian el capitalismo no sólo por envidia y resentimiento social, también porque desconocen las bases de la economía libre, y hasta la diferencia entre ricos, capitalistas y empresarios.
En sus discursos electorales condenan a los "capitalistas insensibles" que se niegan a reducir sus ganancias en aras de "construir la paz social". Es obvio que desconocen la función de las ganancias en la economía. No saben que una empresa sólo logra ganancias cuando complace a la gente. La ganancia es el incentivo que impulsa a los empresarios a invertir, a contratar empleados y a aumentar la producción para satisfacer las necesidades más urgentes de los consumidores. Quien más lucro obtiene es quien mejor sirve a la comunidad. El lucro o ganancia de uno jamás es la pérdida de otro.
 
Las ganancias cumplen una función social fundamental. De ellas salen el ahorro y la inversión. Lo que se gana se consume o se ahorra, y los recursos ahorrados sirven para invertir en herramientas, instalaciones y tecnología, lo que a su vez repercute positivamente en la inversión de capital, la demanda de mano de obra, la producción, los precios, los salarios y el nivel de vida de la gente. Ésta es la verdadera "paz social". Además, cuanto más elevadas son las ganancias, mayor es la caridad y la ayuda que reciben los más pobres.
 
Pero claro, esto sólo se aplica al capitalismo, o economía libre de mercado, que, con ciertas restricciones, rige en Europa, EEUU, Japón, Australia, Nueva Zelanda, Corea del Sur, Taiwán, Singapur, Chile y otros países que prosperan. Bajo el estatismo predominante en América Latina, los Gobiernos eligen "a dedo" las empresas que obtendrán lucro a través de mercados cautivos, subsidios y protecciones. Las empresas de los "amigos", como en la época de Luis XIV, no necesitan competir, pues gozan de monopolios y protecciones arancelarias que impiden la aparición de competidores locales o extranjeros.
 
Los Gobiernos siempre han subsidiado a los ricos, y han expoliado a los agricultores. Algunos anticapitalistas se percatan de lo mucho que han robado los pseudoempresarios al Estado. Lo que no entienden es que ésa es la naturaleza del estatismo, tanto de derecha como de izquierda. El Estado corrompido que defienden con pasión es, precisamente, el que roba a los pobres. ¿Cómo pretenden que este mismo Estado clientelista, ineficaz y corrupto vaya a "poner orden"? Le piden ser juez y parte, pero la única solución es reformar el Estado y liberalizar la economía, ideas que los estatistas rechazan tajantemente.
 
Los estatistas proponen que, si los ricos reciben subsidios, también los reciban los pobres. Pero, en justicia, ni ricos ni pobres deben gozar de subsidios ni privilegios, financiados con el trabajo de toda la población. Sin embargo, estas nociones les resultan totalmente extrañas. La igualdad de derechos y la ausencia de privilegios es sólo válida en el capitalismo, no se aplica al estatismo que impera en Latinoamérica.
 
Algunos anticapitalistas odian a los "capitalistas" porque creen que se enriquecieron por obra y gracia de los Gobiernos. Se equivocan. Quienes se enriquecieron durante generaciones no son los capitalistas ni los verdaderos empresarios, sino los políticos y los "amigos", que bajo el mercantilismo se valen de sus conexiones con el poder para obtener ventajas y privilegios.
 
Los males que denuncian los anticapitalistas criollos se solucionan no persiguiendo a los ricos y a los empresarios, ni maldiciendo un capitalismo inexistente, sino abandonando el estatismo y liberalizando la economía, lo cual serviría además para acabar con la pobreza, la desesperanza y la corrupción endémica.
 
 
© AIPE
 
PORFIRIO CRISTALDO AYALA, corresponsal de AIPE en Paraguay y presidente del Foro Libertario.
0
comentarios