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LA IZQUIERDA, PUTREFACTA

El belenestebanismo progre

La progresía española experimentó un choque traumático cuan­do la señal del canal CNN Plus se transformó en la del ca­nal Gran Hermano 24 Horas. Vio en ello la prueba de que la po­dredumbre belenestebanista conquistaba un bastión emblemá­tico de la más genuina intelligentsia. Craso error.


	La progresía española experimentó un choque traumático cuan­do la señal del canal CNN Plus se transformó en la del ca­nal Gran Hermano 24 Horas. Vio en ello la prueba de que la po­dredumbre belenestebanista conquistaba un bastión emblemá­tico de la más genuina intelligentsia. Craso error.

El bas­tión no había sido conquistado, sino vendido por sus usufruc­tuarios en una operación lucrativa sujeta a las reglas ve­nales del denostado sistema mercantilista. Y la podredumbre, todo hay que decirlo, estaba presente antes de la irrupción del belenestebanismo, fenómeno éste que tiene dos caras: la de los programas basura de la televisión y la del no menos escandaloso, pero muy bien enmascarado, sutil envenenamiento de la sociedad desde las altas esferas del poder. Ya lo explica la sabiduría popular: la podredumbre del pes­cado empieza por la cabeza, y es por ello más dañina que la que se prolonga por el bajo vientre. En este caso, el bajo vientre aloja los torneos de agravios vociferados en­tre adúlteros/as, cornudos/as, acompañantes mercenarias y una fauna esperpéntica de versátil sexo y pelaje. Un es­pectáculo con mucho morbo pero desprovisto de repercusiones sobre la gobernabilidad de España. Afortunadamente, por ahora, Belén Esteban no aspira a convertirse en otra Eva Perón.

Crispación, mucha crispación

La presencia del belenestebanismo y sus sucedáneos en el discurso y los actos de los miembros del gobierno, o de sus por­tavoces, correligionarios y medios de comunicación afines, tiene, por su pátina de autoridad y responsabilidad, efec­tos mucho más deletéreos que las barrabasadas de los contertulios de Belén Esteban y sus émulos, porque lo que generan no es risa, ni turbaciones subliminales, sino rupturas del entramado social y nacional, supuraciones en heridas que ya estaban cicatrizadas, espasmos de irracionalidad y, so­bre todo, crispación, mucha crispación.

El entrevistador catalán Ferran Monegal quedó atónito cuando Iñaki Gabilondo, poco después de ser maltratado por los vendedores de CNN Plus, le confesó, delante de las cámaras de televisión: "José María Aznar tenía razón". Que el niño mimado de la multimedia Prisa claudicara así ante quien había sido su demonio particular, y añadiera a conti­nuación que José Luis Rodríguez Zapatero se había equivoca­do al caer en la trampa de la falsa tregua de ETA, no borró las consecuencias negativas que habían tenido sobre la opi­nión pública sus anteriores y virulentas campañas denigratorias. Pero, al menos, Gabilondo insistió, en otro medio: "He pedido perdón por mi ira contra Aznar (...) me arrepiento de mi ira, porque pude agudizar enfrentamientos". Y también recordó, aunque esta vez sin disculparse, sus embestidas contra Nicolás Redondo Terreros, aquel dirigente socialista vasco que él ayudó a defenestrar en provecho del nacionalis­mo.

Orgasmos democráticos

El traslado al ámbito político de lo que en las pantomimas belenestebanistas se circunscribe a un atentado contra el buen gusto destruye gradualmente los valores básicos de nuestra sociedad. Con el agravante de que muchos de estos episodios no tienen por escenario los programas especiali­zados de las televisiones privadas, sino que a menudo nos llegan a través de las televisiones públicas, nacionales y autonómicas, y sobre todo en los telediarios. Por ejemplo, uno de éstos enfocó, el 6 de marzo del 2008, un mitin cele­brado en Vitoria donde el concejal socialista madrileño Pedro Zerolo, figura estelar del lobby gay, pregonaba, tex­tualmente: "¡Cuánta felicidad nos ha traído Zapatero en es­ta legislatura! Si es que algunos no hemos terminado de te­ner un orgasmo tras otro. ¡Nunca había tenido yo tantos or­gasmos! Primero los que me da mi marido y luego los que me da Zapatero. ¡Orgasmos democráticos!". Por supuesto, este apasionado belenestebanista apareció brincando, junto a su amado líder y a la plana mayor del PSOE, en el balcón de Ferraz durante la celebración de la victoria. En el mismo marco belenestebanista se encuadró la farándula que, enca­bezada por Pedro Almodóvar, Ana Belén y Víctor Manuel, se cubrió de ridículo imitando con los dedos las cejas de Ro­dríguez Zapatero. Hoy, la mayor parte de esta farándula vuel­ve, desencantada, al viejo redil de un comunismo que, mal reciclado, se disfraza de ecologista y antisistema.

Hagamos, pues, un balance. ¿Son más chocantes las pato­chadas de Belén Esteban que el hecho de que el entonces je­fe de la oposición, José Luis Rodríguez Zapatero, fuese el único invitado al palco oficial que no se puso de pie cuan­do pasó la bandera de Estados Unidos? ¿Es más peligrosa la incultura de una histrionisa que la de un presidente de Gobier­no que dice no tener ideas claras sobre el significado del término nación? ¿La diva podría haber desencadenado, des­de su alcantarilla de luxe, un cataclismo como el que pro­vocó Zapatero al abrir, desde el balcón de la Generalitat, la caja de Pandora del Estatut catalán? ¿Algún protagonista de la telebasura inició tratativas de paz con una banda de asesinos que se lo agradecería poniendo una bomba en Ba­rajas, tal como, según confesó Iñaki Gabilondo, había pro­nosticado José María Aznar? Tampoco al más zafio guionista de Telecinco se le habría ocurrido la truculenta idea, que sí se le ocurrió a los estrategas del PSOE, de organizar, tras el cruento atentado de Atocha, en el día de reflexión, el asedio de los locales del PP al grito de "Aznar asesino", mientras los auténticos asesinos yihadistas festejaban el éxito de su gambito electoral. Ni habría germinado en la mente de ese zafio guionista el plan de concertar una frau­dulenta Alianza de Civilizaciones apadrinada por el pseudo-abanderado de la laicización de España y por el implacable ejecutor de la islamización de la laica Turquía.

Ensañamiento procaz

Y si la podredumbre del belenestebanismo político empieza por la cabeza, es inevitable que baje a lo largo de toda la escala jerárquica. El ensañamiento procaz de la ya amortizada María Teresa Fernández de la Vega, de José Blanco, de Leire Pajín y de Bibiana Aído con todos aquellos que no comulgan con su caprichosa lucubración es compatible con los aires mefíticos que se respiran en los platós berlusconianos. A lo cual se suma la frivolidad con que algu­nos miembros del gabinete, a los que se atribuye mayor pon­deración, desempolvan fórmulas simplistas para escurrir el bulto cuando la sociedad les exige definiciones frente a problemas complejos. Los belenestebanistas no lo harían peor.

Cuando el entonces ministro de Justicia, Juan Fernando López Aguilar, ceñido a los esquemas mentales de Rodríguez Zapatero y Fernández de la Vega, afirmó que en una sociedad abierta no se podía coartar las diversas formas de ordenar la vida afectiva, José Luis Requero respondió, en represen­tación del Consejo Superior del Poder Judicial, con un ra­zonamiento impecable:

Los mismos argumentos que da el Go­bierno para autorizar los matrimonios entre homosexuales, donde todo depende de que haya cariño y una demanda social, serviría para justificar que se casaran dos hermanos o los matrimonios poligámicos de los musulmanes, de un hombre con varias mujeres.

Confieso que ni la poligamia ni la poliandria me asus­tan, tampoco otras formas de convivencia sexual o familiar, con la única e imperiosa condición de que se practiquen entre adultos con consentimiento mutuo, hasta el punto de que guardo como un trofeo la fotografía del mormón disidente Joe Jessup, de 88 años, con sus 5 esposas, 46 hijos y 239 nietos. Pero no incurro en la ligereza de apoyar iniciati­vas que debiliten el tejido social de nuestra civilización, hoy hostigada por el totalitarismo antisistema y el fundamentalismo.

Impactos de chabacanería

Las televisiones autonómicas también exhiben impactos de la chabacanería belenestebanista. Durante un debate preelectoral celebrado en la televisión catalana, el hoy presiden­te de la Generalitat, Artur Mas, tildó de "maleducado" al candidato de Ciutadans, Albert Rivera, porque éste se había atrevido a hablar en castellano, como también lo haría des­pués la candidata del Partido Popular, Alicia Sánchez-Camacho. El reproche, cargado de connotaciones discriminatorias que, en caso de haber sido proferido contra un extranjero, habría dado pie a denuncias de xenofobia, deja al descubier­to la insensibilidad o la cobardía de los ministros Alfre­do Pérez Rubalcaba y Ángel Gabilondo, quienes, en sendas declaraciones a la prensa, se pasaron por el arco de triun­fo las sentencias del Tribunal Constitucional y del Tribu­nal Supremo sobre el estado de inferioridad y desamparo en que se encuentra la enseñanza del castellano en Cataluña. Sentencias, además, que el presidente de la Generalitat y los legisladores y funcionarios nacionalistas y socialistas se han comprometido a desobedecer.

En síntesis, la progresía española debería rendir un tributo de gratitud a Belén Esteban y a sus imitadores y prosélitos porque han accedido a convertirse en el pimpampum de los biempensantes, distrayendo la atención del per­sonal, mientras el equipo que esa progresía ha elegido y aún sostiene continúa fraguando el descalabro.

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