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CRÓNICAS COSMOPOLITAS

Dime a quién odias y te diré quién eres

Chapado a la antigua, verdadero dinosaurio, no tengo ordenador, ni internet, ni e-mail, ni otras diabólicas invenciones, pero claro, todos mis amigos las tienen, y ocurre que algunos se divierten mostrándome los insultos que recibo por la Red. También los piropos, pero me interesan menos; no porque sea masoquista, sino porque los insultos me dan pie a reflexionar y nutren mi congénita mala leche.

El caso es que el otro día, en la Red Libertaria, alguien, no recuerdo su nombre, me trataba de fascista porque había yo tratado a José Bové de reaccionario. Algo así apareció en la pantalla de mi amigo Jesús: "Si trata de reaccionario al antimundualista José Bové, quien además, en estas elecciones francesas, está apoyado por dirigentes comunistas, considero que tengo derecho a tratarle de fascista".
 
Aparte del hecho, para algunos nimio, o falso, o no académico de la lengua, de que para mí el totalitarismo comunista constituye lo más reaccionario, bárbaro, represivo del mundo, equiparable al nazismo –pero duró mucho más y en muchos más países del mundo–, y de que el de José Bové no pasa de ser un ejemplo de colilla que busca un cenicero, esa y otras reacciones son sintomáticas de la confusión de valores, palabras, conceptos, que reina por doquier.
 
Sigamos con el miserable ejemplo de Bové: éste, como sindicalista campesino, siempre defendió una agricultura cara para clientes ricos, y en ese sentido luchó por obtener los mayores subsidios de Europa y por que se impusieran las máximas cargas arancelarias a los productos africanos o latinoamericanos. Pero como al mismo tiempo desfilaba en Porto Alegre y otras ciudades del mundo gritando consignas "antiimperialistas" para los medios y los imbéciles, fue un militante de extrema izquierda, cuando su programa y su práctica "campesina" eran profundamente reaccionarias. (Empleo el pasado porque es un cadáver político).
 
Ya a mediados del siglo XIX trataba Carlos Marx de reaccionarios a los que pretendían oponerse a la mundualización de la economía, a los que levantaban aranceles y defendían economías autárquicas. Soy consciente de la demagogia de mi argumento, puesto que hace años que he dejado de ser marxista, pero resulta que el ilustre barbudo no era tan imbécil como los marxistas de hoy y, en este caso, tenía razón.
 
Yo sería, pues, fascista, y Nicolas Sarkozy un facha (facho, en francés popular). Estos diminutos ejemplos son, sin embargo, sintomáticos de la miseria de la filosofía de la izquierda europea. Buen ejemplo de ello fue el éxito que obtuvo hace algunos años el libro del bobo de Norberto Bobbio: Derecha e izquierda, que pretendía demostrarnos que, pese a todo, la izquierda era más buena que la derecha porque se ocupaba mejor de los pobres. Esto, además de ser ramplón y lacrimógeno, es falso. Nadie ha tratado peor a sus "pobres" que el totalitarismo comunista, elemento fundamental y profundamente retrógrado de la izquierda europea incluso en los países de democracia parlamentaria.
 
Todo el mundo sabe que es en los países en que se aplica una política económico-social con ribetes liberales (ningún país es realmente liberal) donde hay menos paro y una protección social que privilegia la formación y el empleo, no la asistencia pública y las limosnas estatales, como es el caso en los países dominados por la socialburocracia. El hecho de que en varios de esos países, como el Reino Unido, gobierne el New Labour (o sea la izquierda) me importa un bledo: son los resultados lo que me interesa, y no las etiquetas políticas, al contrario de lo que le ocurre a toda la izquierda socialburócrata, atrincherada en sus nostalgias, en sus prejuicios y supersticiones y, sobre todo, en sus odios, con los que pretenden enmascarar su abismal ausencia de ideas.
 
Bien sido es que en España se califica de fascistas a todos los que no estamos en el PSOE (o en ERC, o en ETA). Recuerdo a mis amigos liberales (y a mis enemigos) que Friedrich Hayek distinguía claramente entre el liberalismo y el socialismo, pero también entre el primero y el conservadurismo. En este sentido, puede afirmarse que el liberalismo es social, exactamente lo contrario de lo que proclama la ideología del odio izquierdista tan rotundamente y con tan incomprensible éxito. Pero claro, el liberalismo no se limita a cuestiones económicas y sociales, desde luego importantes, abarca otros aspectos de la vida, y sobre todo la libertad individual, como la libertad cultural, de expresión, en las costumbres, etcétera.
 
Ya que he citado a Nicolas Sarkozy, utilizaré su victoria en las presidenciales francesas para pasar de las generalidades a la actualidad. Sin ser liberal –pese a las masivas acusaciones de Le Pen y de toda la izquierda, una vez más unidos en su odio a la libertad–, Sarkozy tampoco es un antiliberal obtuso. Su victoria puede cambiar algunas cosas en Europa, porque junto a Merkel en Alemania y a Blair (o Brown) en el Reino Unido, junto a países como Holanda, Dinamarca, Suecia (modelo para la socialburocracia y, durante decenios, de Estado de Bienestar, con estrafalarios impuestos, acaba de decidir la supresión del impuesto sobre la fortuna y otros), y la antigua Europa comunista, puede, pueden, juntos, dar un giro infinitamente menos antiyanqui del que habían impuesto la dacha gaullista francesa y la socialburocracia europea. Una nueva relación de amistad, que no significa sometimiento, entre el Viejo Continente y sus antiguas y prósperas "colonias".
 
En relación con la UE, es asimismo posible que se abandonen los sueños imperiales de creación de un súper-Estado burocrático que anule a las naciones y –como muchos proclaman– se alíe con el mundo musulmán –incluyendo, sin decirlo, a Al Qaeda– en una cruzada antiyanqui, es posible, digo, que se abandone ese aquelarre en beneficio de un simple tratado de colaboración entre naciones soberanas para alentar y liberalizar el mercado común y elaborar libremente políticas comunes en diferentes aspectos y temas.
 
Evidentemente, seguirán ahí muchos problemas; el primero de ellos pasa por quién sea el próximo presidente de EEUU. Si es un/a nuevo/a Carter, ¡vamos dados! La guerra de Irak se convertiría en una nueva derrota de la democracia occidental y el terrorismo islámico estallaría por doquier: habiendo vencido en Irak, y posiblemente en Afganistán, se lanzarían como los locos de Alá que son al asalto de Occidente, en Madrid, o en París, o en Nueva York. Y se trata sólo de una muestra de catástrofes anunciadas.
 
El caso de Turquía tampoco está resuelto, ni lo han resuelto los turcos. Lo que Sarkozy, después de otros, propone con su Unión del Mediterráneo, hermana gemela de la UE, tiene un tufo que huele tan mal como el de la "alianza de civilizaciones" de Erdogan/Rodríguez, ya que sólo se trata de eludir mágicamente los conflictos, porque afirmar que todos queremos la paz y la colaboración es, sencillamente, una mentira. Se olvidan de una realidad: el terrorismo islámico.
 
En cuanto a África, otro de los temas tan traídos y llevados por los políticos europeos, Sarkozy incluido, claro, lo primero que deberían hacer es acabar con las subvenciones a los dirigentes corruptos y, muchas veces, dictadores, dejar de desvalijar el continente, su petróleo, sus materias primas, y asimismo dejar de impedir sus exportaciones a Europa, mal que le pese a Bové. A partir de ahí, sería posible entablar un diálogo. Sin olvidarnos, por supuesto, de que la lucha contra el terrorismo islamista también se libra en África (en Sudán, sin ir más lejos).
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